IV. Lo que yo quiero

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I.

Como en una estampa sacada de cualquier novela de Jane Austen, la atención de Serena divagaba en la contemplación del jardín tras la ventana, con los ojos fijos en el césped recién cortado y el mentón descansando en la mano que apoyaba firme en el escritorio. Los niños aún coloreaban el dibujo que les había asignado después del recreo.

Más que por disfrute del panorama, su mente buscó el medio idóneo para disociarse y repasar lo acontecido en los últimos tres días: su reencuentro con Seiya, su pelea unilateral y ridícula con el mensaje de Darien en la contestadora, la decepción en el rostro de su madre cuando le comunicó que su futuro yerno no asistiría a la graduación de su hermano.

Sin embargo, esta vez, Serena no tuvo las ganas ni las vísceras para excusar o justificar a su prometido y dejó ir un llano «Dijo que tiene asuntos de la Universidad más importantes qué atender, así que no lo consideres para el evento, por favor», que incluso sorprendió a la misma Ikuko por el tono franco y adusto que usó.

No lo negaría: estaba molesta y resentida con Darien. Y no era como si no la hubiese herido antes con sus palabras o sus acciones, pero aquel aviso —casi amenaza— de prolongar su estadía en América había tocado los límites de su tolerancia.

¿Era ella un maldito chiste? ¿Para qué quería un jodido posgrado si iba ser el Rey de un imperio? Ok, sí, sí, suponiendo que se trataba de su sueño, ¿tenía que seguir siendo en América? ¿Lejos de ella? ¿Por años? ¿Qué él era de piedra? ¿No veía el estado de su relación pendiendo de un hilo? ¿No percibía la inseguridad que ella sentía con su falta de afecto y tacto? ¿Estaba considerando siquiera consultarlo con ella antes de decidir, al menos para disimular un poco? Que, siendo claros, ni esforzándose podría tragarse esa patraña.

No iba a tolerar más aquel maltrato pasivo que, por años, él continuaba ejerciendo sobre ella.

Lo curioso de todo el asunto era que, pese a la crisis por la que atravesaba su erosionada relación, lo que más había ocupado su cabeza eran las horas compartidas con Seiya...

Serena estuvo segura de que al día siguiente volvería a verlo, que él iría en su búsqueda al preescolar y se reunirían de nuevo. No obstante, su inocente esperanza se estrelló con la desilusión de su ausencia: él no apareció por ninguna parte y, sin aventurarse a reconocerlo, su corazón dolió un poco.

¿Eso era todo? ¿No la vería otra vez? ¿Él sólo había tenido curiosidad por ella y, de pronto al verla, se desencantó con lo que se encontró? ¿Qué pasaba con eso de «tengo esperanzas y te advierto que no dudaré en tomarlas»?

—¿De verdad no volveré a verte? —verbalizó por fin frente al exhibidor de pastas, luego del arranque iluminativo que tuvo por reabastecer su despensa, en caso de visitas.

¡Visitas! ¡Dios! ¿Desde cuándo tenía visitas? Era obviamente ella encubriendo su anhelo de que él fuera la multicitada visita.

—Es decir, ¿no es una falta de cortesía de su parte no avisar que se iba? —se reclamó sola a medio bocado del fetuccini que se había preparado para cenar— Al menos se hubiera despedido y no dejar a la gente esperando como tonta...

Soltó el tenedor ruidosamente y se llevó las palmas al rostro, frustrada.

—¿Qué estás haciendo, Serena? No deberías estar tan inquieta por algo así. La gente hace y sigue con su vida, no eres el centro de su universo. No... no deberías estar echándolo tanto de menos.

Porque eso era. Mientras Seiya estuvo lejos, Serena contaba con la resignación de saberlo fuera de su alcance y de su vida: no había solución, no había probabilidades, no había salida, no podía permitirse ni añorar esa causa perdida. Pero sabiéndolo en el mismo espacio y con la intrigante proposición que le había soltado en esa misma salita, no podía dejar de rebobinar el sonido juguetón de su voz y la profundidad resplandeciente de su mirada.

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⏰ Last updated: Jul 28, 2023 ⏰

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Por segunda vez || Sailor MoonWhere stories live. Discover now