—Evangeline, cariño—susurró mi padre con voz entrecortada—No podemos permitir que el miedo nos controle. Entiendo tu preocupación por nosotros, pero la única forma de detener este ciclo de terror es enfrentarlo juntos.

—No tenemos miedo a lo que quieran hacernos, ellos deberían temernos a nosotros—me dice ella—. Di su nombre, nosotros nos encargaremos del resto.

Dudo.

No estoy segura si quiero hacerlo.

—Evangeline, diles—la voz de Dan aparece en la habitación, tiene una bandeja de desayuno para mí.

Mis padres lo miran, ceñudos.

—¿Y tú eres? —le pregunta mi madre.

—Soy Dan Telesco, amigo de su hija, señora Brown—deja la bandeja encima del colchón y extiende la mano para estrechársela a ella.

Sin embargo, mi madre se lo queda viendo como si fuese un monstruo.

—¿Telesco? —repite su apellido con cierto resentimiento.

Dan asiente con la cabeza, echando la mano hacia atrás con las mejillas ruborizadas.

—Mamá, te está saludando. Correspondele el saludo. Él es mi amigo—le digo, apenada por Dan.

Ella no es así.

Siempre fue amorosa y ahora la veo completamente paranoica con todo esto.

—No, no quiero verte cerca de este chico, Evangeline—mi madre se pone de pie, alisándose la falda con ambas manos.

—Sophia...—le advierte mi padre con su voz serena.

Dan y yo nos quedamos viendo, aturdidos.

—Mejor me retiro—dice Dan, saliendo de la habitación.

—¡Dan! —lo llamo, hundiendo mis manos en el colchón. Miro a mi madre—¡Mamá es mi amigo, es el único que tengo en el palacio y quieres alejarlo de mí!

—Sus padres son unos hijos de puta, Evangeline—escruta.

—¡Basta, Sophia por Dios! —explota mi padre, paralizándonos a las dos.

La habitación se queda en silencio. Mis padres se miran como si estuviera a punto de desatarse una guerra.

—Tu padre y yo hemos contratado un guardaespaldas—anuncia mamá—. Nadie volverá a tocarte, hija. Antes deberá pasar por nuestro propio matón.

—¿Por qué dices que los padres de Dan son unos hijos de puta? —le pregunto, cambiando de tema rotundamente.

—Porque sí.

—Nos está costando mucho adaptarnos a este estilo de vida. Si los niños aquí son crueles, imagínate como son los adultos, Evangeline. Hay mucha competencia de poder—explica mi padre—. Nadie nos quiere aquí por ser los nuevos.

—Ni me lo digas—le respondo.

—Necesitamos que te mantengas lejos de los hermanos Telesco, hija—agrega mamá, con preocupación—. Aquí nadie fue criado con los valores que nosotros tenemos.

***


Descendí por el elevador para cenar con la ayuda de dos muletas. No quería quedarme aislada en mi habitación mientras todos disfrutaban de la cena en el elegante gran salón. Aunque me sentía un poco insegura, estaba decidida a no darle el gusto a ninguna chica y menos a Adiele.

A mi lado estaba Dan, manteniendo su seriedad y silencio, apoyándome en cada paso del camino. Y para mi sorpresa, me acompañaba un chico de unos veinticinco años, increíblemente musculoso, de cabello rubio y ojos azules, elegantemente vestido con un traje.

En las sabanas de un TelescoWhere stories live. Discover now