Capítulo 5

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Encuentro Sobrenatural

                  
Aquellos ajetreados días, organizando los preparativos de mi puesta de largo, fueron los más felices de mi vida. A penas paraba por casa, y Padre, a regañadientes, consentía los mandatos de la señora Porter.

El gran día llegó, y Gladys con lágrimas en los ojos me ayudó a vestirme. 

—Gladys, no llores —le decía, afectada también por la emoción.

—No puedo evitarlo…Hace nada era una niñita y ahora es toda una hermosa joven.

—¿Lo crees así? ¿Soy hermosa?

Gladys sonrió: —Es una belleza, señorita, y Henry Porter también se ha dado cuenta —soltó una risita traviesa.

La noche de mi puesta de largo, Padre decidió sentirse indispuesto, ni siquiera bajó a desearme una feliz velada.

Todas las debutantes acudirían con sus padres o tutores, y abrirían el primer baile con ellos y ¿yo? ¿Quién me ofrecería su brazo?

Antes de que empezara a rumiar la posibilidad de cancelar el acto, los Porter se presentaron en casa.    Alfred, el lacayo, les había informado de la situación.

—Mi marido será quien te presente —Solucionó la señora Porter. Así que bajo el amparo del señor Porter, me convertí en una feliz debutante más.      

¡Mi carnet de baile se llenó al completo! 

El señor Porter abrió el baile conmigo, fue muy cariñoso y atento; al bailar me sentía ligera, libre, feliz… Bailé también con los gemelos; dos piezas con Peter, ¡y cuatro con Henry! A continuación, jóvenes caballeros solicitaron mi compañía. Yo me sentía en una nube y secretamente agradecí que Padre no estuviera conmigo.    

Horas después,... alrededor de la una y media regresé a la mansión; los Porter me dejaron en la majestuosa entrada, y Henry insistió en acompañarme a la puerta bajo las miradas cómplices de sus padres y hermano.

—¡Soy tan feliz! —le dije a Henry algo achispada por el champán cuando el carruaje de la familia partió hacia el otro lado de la calle.

—La próxima vez bailaremos toda la noche —bromeó Henry.

—¿Crees que Padre dejará que haya una próxima vez? —pregunté esperanzada. Sus ojos se endurecieron y su boca se tensó.

—Espero que no se niegue sino tendrá que vérselas conmigo.

Aquella amenaza me hizo sonreír, y quizá a causa de las burbujas o quizá envuelta en el hechizo de la madrugada, lo besé en la mejilla. Él me atrajo hacia su torso, besándome a traición; en un principio me resistí, pero cuando su lengua entró en mi boca buscando la mía para fraguar una batalla de lujuria, me rendí respondiendo con deleite al apasionado beso. 

—Te quiero —me confesó con mi mejilla pegada a su pecho—. Siempre te he querido…y me harías el hombre más feliz del mundo si te casaras conmigo.

Aquella propuesta me tomó por sorpresa; en el fondo de mi corazón, desde mi más tierna infancia, albergaba sentimientos románticos por Henry.

Peter, su gemelo, siempre se había comportado como un joven alocado e inmaduro, pero él, prefería conversar conmigo sobre libros, teatro, exposiciones;  se mostraba atento, me cuidaba y me hacía sentir especial.

—¡Oh! ¡Henry! ¡Soy tan feliz! —Permanecí abrazada a él con la cara pegada a su pecho; él me estrechaba con fuerza, susurrándome dulces palabras.   Mi corazón galopaba salvaje mientras alzaba la mirada hacia su varonil rostro… Sus ojos me confesaron el amor que me profesaba y sus labios... anhelaban más besos de pasión. Me alcé de puntillas a la vez que mis brazos se posaron sobre su cuello; cerré los ojos y sentí el sabor del amor en mi boca; la pasión se apoderó de mí a medida que Henry continuaba avivando el fuego del deseo a través de aquel beso, que mágicamente despertaba sensaciones desconocidas por todo mi cuerpo.

—¡OOOH! ¡Henry! —gemí extasiada y mucho más cuando sus manos comenzaron a descender por donde la espalda pierde su nombre— No, Henry... —le amonesté con dulzura. 

—Perdóname, Margaret…yo… —A pesar de la oscuridad de la noche, distinguí que su atractivo rostro se había ruborizado.

—Henry… —le acaricié la mejilla mientras tiré del cordón accionando así la campanita de la gran puerta de la casa, la velada había tocado a su fin; me resistía a separarme de Henry y sin saber por qué me puse de puntillas y lo besé fugazmente en los labios.

—Buenas noches, Henry. —murmuré azorada.

—Buenas noches… Amor mío —exclamó besándome la mano cuando un somnoliento Alfred, abrió la puerta.

—Bienvenida, señorita —saludó mientras observaba como entraba en la casa. En su estado de somnolencia, Alfred, no advirtió mi estado de felicidad; le desee buenas noches con las mejillas arreboladas, y subí la inmensa escalinata fingiendo bailar con mi amado Henry; todavía sentía en mi boca el ardiente beso de despedida cuando accedí a casarme con él.

—<<¡Henry! ¡Henry! ¡Henry!>> —gritaba en mi interior. 

Al pasar junto a la puerta del dormitorio de Padre para dirigirme al mío, escuché unas voces susurrantes. 

Alarmada, me detuve…

—¡Debes hacerlo mañana! 

Mi corazón dejó de latir al reconocer la voz de la señorita Hills, ¡en la alcoba de Padre! Llevada por la curiosidad pegué la oreja en la puerta.

—¡Sé muy bien lo que debo hacer! —replicaba Padre alterado.

Fin del capítulo 5

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