∆ Capitulo 10 ∆

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N: Era uno de los inviernos más fríos en la ciudad, todos se encontraban en sus hogares tratando de persistir la dura época, acompañados de sus chimeneas o incluso por una taza con chocolate caliente. Lastimosamente no todos podían contar con dichas posibilidades.
A las afueras de la ciudad había una pequeña choza de madera, con goteras que dejaban entrar el frío y la humedad. No tenían agua corriente ni electricidad, y las duras condiciones del hogar se volvieron aún más difíciles de soportar.

Ahí, vivía una familia compuesta por el padre, una persona alcohólica que solía descargar su ira en contra de toda su familia, la madre que se encontraba en un estado delicado debido a los constantes maltratos, y sus dos pequeños hijos, una tierna loba bebe de meses y un pequeño lobo café. Juntos, enfrentaban una realidad desgarradora de escasez.

La presencia constante del alcohol en el hogar había desgastado el amor y la compasión que alguna vez existió entre los padres. La violencia y los enfrentamientos se volvieron muy constantes, con la madre soportando abusos verbales y físicos en silencio para proteger a sus hijos.

El padre, consumido por la bebida, pasaba sus días y noches sumido en la embriaguez. Su adicción había destruido cualquier esperanza de estabilidad y felicidad en el hogar. Su madre se encontraba desesperada, tratando de mantener a flote a su familia mientras su esposo se hundía cada vez más en su adicción.

Era tan horrible su situación, los sacaron tantas veces de los departamentos a causa de la falta de pago, que era inevitable no sentir la desesperación de la madre al intentar hacer algo, el mirar las lágrimas de los niños algunas veces causaba remordimiento en los dueños, mientras que otros más crueles pensaban que era una forma de chantaje.

El dinero que su mamá ganaba en el trabajo desaparecía rápidamente en botellas de alcohol, dejando a la familia sin los recursos necesarios para cubrir sus necesidades básicas. Los niños, apenas tenían suficiente comida para saciar su hambre y sufrían las consecuencias del ambiente tenso y caótico que se había instalado en su hogar.

A pesar de las dificultades en su hogar, aquel pequeño lobo encontró un escape en la escuela. Era un estudiante brillante y soñaba con un futuro mejor para sí mismo y su familia.

Su madre estaba muy orgullosa de él, ella era su motivo para salir adelante cada día. Desde el momento en que aquel pequeño abrió sus ojos al mundo, la presencia de su madre fue un faro de seguridad y ternura. En sus brazos encontró consuelo en medio de la oscuridad, su risa se convirtió en su melodía favorita y su mirada reflejaba un amor incondicional.

Las conversaciones con su madre eran tesoros preciosos que guardaba en lo más profundo de su ser. En esas charlas, ella compartía su sabiduría y experiencias de vida, dejando una huella imborrable en el corazón del hijo. Los consejos de madre no solo eran palabras sabias, sino también un legado de amor y protección.

En momentos de duda y temor, el hijo encontraba consuelo en el abrazo de su madre. Ese abrazo envolvía su ser en una coraza de seguridad, disipando cualquier ansiedad y llenándolo de paz. Podía sentir el latido de su corazón y percibir su amor sincero en cada caricia.

A medida que el tiempo avanzaba, madre e hijo enfrentaron juntos los inevitables cambios de la vida. Aunque las arrugas aparecían en el rostro de su madre y el cabello se volvía plateado, su amor permanecía intenso e inalterable. Era un amor que trascendía las apariencias y se sumergía en la esencia misma de su ser.

En cada desafío, la madre estaba allí para sostener su mano y secar sus lágrimas. Ella era un faro de sabiduría y fortaleza, capaz de encender la chispa de la valentía en su corazón. A través de sus palabras alentadoras y sus abrazos cálidos, le infundía el coraje necesario para enfrentar cualquier adversidad que la vida le presentará.

Sin embargo, la carga emocional y la tristeza silenciosa se volvían cada vez más pesadas. Su madre luchaba contra una enfermedad crónica que requería medicamentos costosos, pero no podían permitirse pagarlos. Su salud se deterioraba rápidamente, dejando a la familia desesperada y sin esperanzas.

Finalmente, el día llegó. El corazón de su madre dejó de latir y el pequeño se quedó atrapado en un mar de dolor abrumador. La ausencia de su madre se convirtió en un vacío oscuro e insuperable en su vida. La persona que la había sostenido en sus momentos más oscuros ya no estaba allí, y él se encontró perdido en un mundo que parecía haber perdido todo su brillo.

El dolor de perder a una madre se entrelaza con la añoranza y el arrepentimiento. Surgen preguntas sin respuesta: ¿Le dije lo mucho que la amaba? ¿Le expresé mi gratitud? ¿Le dije cuánto significaba para mí? Los momentos compartidos se vuelven más preciosos en retrospectiva, y los pequeños detalles se convierten en tesoros que se desearía haber apreciado más en su momento.

Aunque físicamente su madre ya no estaba presente, su espíritu vivía en cada rincón de su corazón. La influencia y el amor que ella le había brindado se convertirían en su fuerza motriz, guiándose a través de la vida con la misma sabiduría y generosidad que ella le había transmitido.

A medida que los días se volvían más oscuros, León se dio cuenta de que estaba perdiendo el rumbo y de que debía hacer algo para honrar la memoria de su madre. Recordó las palabras de amor y aliento que ella le había brindado a lo largo de los años y decidió que tenía que luchar para salir de la oscuridad y tratar de sacar adelante a su familia.

El duelo se convirtió en su compañero constante. El dolor y la tristeza la abrazaron mientras intentaba encontrar una manera de seguir adelante sin la presencia física de su madre. Los recuerdos de su risa, su amor y sus palabras de aliento la acompañaron, pero también le recordaban la inmensidad de su pérdida.

El destino finalmente jugó su carta más cruel cuando una noche, mientras volvía de trabajar, un incendio arrasó su humilde hogar. Lo perdió todo en cuestión de minutos: a sus únicos familiares que aún tenía con vida para acompañarlo en sus pesares, y lo que más le dolía, las últimas memorias de su madre, todo se había desvanecido.

Soltó un grito ahogado que podía jurar que se escuchó por toda la ciudad

León se encontró buscando respuestas en lugares oscuros y destructivos. Buscó consuelo en el alcohol y las drogas, tratando de adormecer el dolor que sentía en su interior. La desesperación lo arrastró a un abismo de autodestrucción.

Había experimentado pérdidas significativas, fracasos y una serie de eventos desafortunados que habían socavado su sentido de valía y esperanza. La depresión había nublado su mente, haciéndole creer que su vida no tenía propósito y que no había nada ni nadie que pudiera ayudarlo a encontrar la luz en la oscuridad.

Sus pensamientos y emociones estaban atrapados en un torbellino de dolor y tristeza, y creía que la única salida a su sufrimiento era poner fin a su vida. Sintiéndose perdido y sin esperanzas, se encontraba en el punto más bajo de su existencia.

En ese preciso momento, cuando el peso del mundo parecía insoportable, llega alguien inesperado a su vida. Un joven lobo gris, quien casualmente pasaba por el lugar donde León había decidido poner fin a su dolor.  Por primera vez en su vida, una voz cálida y compasiva lo escuchó sin juzgarlo, brindándole apoyo y recordándole que no estaba solo.

A lo largo del tiempo, León comenzó a ver un destello de luz en su vida. Aprendió a encontrar consuelo en pequeños momentos de felicidad y a valorar los lazos afectivos que tenía con sus seres queridos. Descubrió pasiones y propósitos que lo llenaban de alegría y le dieron un nuevo sentido de esperanza.

En la oscuridad más profunda, siempre existe la posibilidad de encontrar una luz. A través del amor y el apoyo de alguien que se preocupa, incluso los corazones más quebrantados pueden sanar y encontrar esperanza nuevamente.
Aunque no seamos correspondidos



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