Estando a mitad de carrera, tuve una experiencia no tan gratificante con un docente. A pesar de haber sido una experiencia muy negativa, comprendí muchas cosas sobre la labor docente. Al final del semestre, ocurrió algo que me demostró que el profesor siempre había creído en mí; a pesar de todo, siempre supo que había algo más en mí. Durante esta experiencia, entendí que un buen docente debe tratar a sus estudiantes con respeto y confiar siempre en sus capacidades para ayudarles a confiar en sí mismos. Un docente no debe ser más que un guía para acompañar a los alumnos en su proceso de aprendizaje, no facilitarles el camino, sino proporcionarles las herramientas para que ellos mismos puedan encontrarlo. Lo que más agradezco a este docente es que haya dificultado mi camino y me haya hecho dudar de todo, ya que solo así entendí que los idiomas eran a lo que me quería dedicar el resto de mi vida y que estaba en el lugar indicado.
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Los siguientes semestres transcurrieron normales, seguíamos haciendo visitas a colegios, pero mi postura seguía siendo la misma. Siempre había respetado la profesión de ser maestro, ya que en mi familia hay bastantes, pero a este punto de la carrera ya le tenía un respeto especial porque la conocí mucho más de cerca. Entrando en los últimos semestres, comencé mis practicas universitarias, sabía que tendría que enfrentarme al aula de clases y enseñar. Después de mucho buscar, encontré un lugar donde encajaba perfectamente donde había una metodología interesante que me interesaba mucho explorar.
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