¿Cómo puedo ser tan vieja para extrañar una muerte?
Hace diez años me soltó la mano
en su funeral.
En el cementerio, alrededor de su tumba,
hubiese querido llorar pero no pude.
Vestida de oscuridad, colgué la corona
de rosas hecha polvo en la cruz.
Esa muerte me quitó:
el gusto por los caramelos,
la diversión por los barcos de papel,
el dolor de los sueños,
el brillo de mis ojos por un hogar.
En este momento
vuelvo a tener ocho años:
la veo ante mí y comprendo
que esa muerte me sirvió para aprender a vivir.