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El reflector le ilumina, exponiéndole a decenas de miradas como una lupa enfocando una pequeña hormiga.

«Pirouette»

Aquel escenario parecía gigante y oscuro, con la única luz siguiéndole mientras se deslizaba al compás de la melodía del violín que poco a poco va tornándose más violenta.

«Renversé»

Patalea e intenta resistirse cuando unos brazos le levantan por la cintura y le arrastran hacia el borde de la tarima envolviéndose en una disputa de movimientos acalorados.

«Grand Jete En Tournant»

La melodía de fondo alcanza su punto más alto cuando se mantiene en el centro con un sutil giro que finaliza la actuación.

«Fouettés»

El reflector se apaga sumiendo el lugar en la oscuridad, pero a los pocos segundos las luces se encienden y los aplausos ensordecedores cortan el silencio sepulcral en el que estaba sumido el ambiente.

Podía escuchar los vítores, sabiendo que era el blanco de la mayoría de los elogios. Pero se mantuvo impasible, con la mirada puesta en un punto fijo de la pared frontal.

No dirigió sonrisas amables, ni imitó la reverencia de sus compañeros para agradecer a los espectadores. Ella nunca agachaba la cabeza ante nadie.

—¡Buen trabajo! —escuchó decir a sus espaldas— ¡Han tenido una actuación magnífica!

En cambio, su mirada se paseó por las butacas de la primera fila en busca de algo en específico y una pequeña e imperceptible sonrisa se formó en su rostro al encontrarse a las únicas personas que esperaba ver.

Se dio la media vuelta atravesando el telón que separaba el escenario de los bastidores y se adentró a su camerino sin cruzar palabra con nadie en el camino.

A los pocos minutos alguien tocó a su puerta y no dudó en abrirla sabiendo lo que iba a encontrarse. La mirada glauca de su madre observándola con adoración y el orgullo en los ojos oscuros de su padre intentando camuflarlo bajo su semblante estoico aparecieron en su campo de visión.

—¡Estuviste estupenda, cielo! —dijo la mujer envolviéndola con sus brazos— ¡Has estado perfecta!

—Pensé que no vendrían. —admitió la joven dejándose abrazar por su madre.

—Fue un viaje express. —le guiñó un ojo la mujer— Ya sabes cómo es tu padre, no le gusta estar mucho tiempo fuera de casa.

—Es un ermitaño, querrás decir. —se burla ella— Si sigue así se volverá un anciano gordo y feo.

—¿Feo? Eso lo dudo. —interviene el hombre— Y dejen de hablar de mí como si no estuviera aquí.

—Relájate, mi amor, ya casi llega tu turno de abrazarla. —se ríe la pelirrosa separándose de su hija no sin antes poner los ojos en blanco— No le gusta que nadie acapare tu atención, ¿te das cuenta?

La joven sonríe de medio lado, un gesto que había heredado de su padre.

—Yo también te eché de menos, papá cabezota. —le sonríe radiantemente— ¿Cómo de mucho extrañaste a tu bruja?

CAMELIA Unde poveștirile trăiesc. Descoperă acum