—No puedes.

—Pruébame —escupí entre dientes, mostrando toda mi dentadura como un animal enjaulado.

—Kieran... —Se le daba bien decir mi nombre como una advertencia.

Solo que lo pronunciara me hacía estremecer. ¿Miedo? No, ese hombre no me causaba miedo y eso es lo que más me asustaba. Me provocaba otras sensaciones, oscuras fundidas con rojo, densas, atrapantes.

—No eres nadie como para sermonearme.

—Vendré con tu nuevo representante.

—Sigue creyéndolo. —Me carcajeé—. Si me disculpas, tengo que informarle a Charles Cullen de la elección de mis actividades y tú tienes que ver a Ulrich.

Soltó una risita baja. Su expresión casi clava mis pies al suelo. Sonreía... pero no era eso. Me contemplaba con cierta ternura e interés. Interés en mí han mostrado muchos, pero... ¿ternura?

—¿Charles Cullen? ¿Por el personaje o el hombre en la vida real?

—No sé quien es fuera de la ficción.

—¿Qué nombre tienes para mí? —me preguntó con una voz que bien podría ser miel caldeada, espesa, envolvente.

Me convertí en una maldita mosca que quedaba pegoteada a pesar de saber que era una trampa. No quería evitarla, el deseo era aún más intenso que el miedo.

—No te tengo uno.

—Me hieres, soy menos especial que el resto.

¿Y si no lo fuera? Por alguna extraña razón, su nombre era el único que quedó grabado en su mente. A él no tenía que ponerle un apodo para identificarlo, para recordarlo. Paul era... Paul.

—Si necesitas algo, que... Ulrich me contacte.

Di un respingo. No por sus palabras, sino por lo que provocaron en mí. No se había ido y ya quería correr hacia el psiquiatra para que lo contactara y exigirle que regresara.

—Podrías devolverme mi móvil —solté con enfado.

¿Con él? ¿Conmigo? Con ambos. Gritaba por dentro. «¡Soy un estúpido!» «¡Un inmaduro para la edad que tengo!». «¡Tan...!». Insultos y más insultos contra mí.

Cerré mis manos en garras contra la pared. Me separé. Mi postura rígida.

—No aún. —Paul ya no sonreía.

La tensión envolvió nuestros cuerpos.

—Podría denunciarte.

—Lo sé, es un riesgo que estoy preparado a correr.

—¿Por qué?

El silencio se prolongó. La excitación creció. Paul rociaba gasolina sobre mi incendio.

—Para salvarte.

Clavé mis ojos en los suyos. Buscaba dónde estaba el engaño. El silencio nos envolvió con su tensión. Con el deseo sin complacer. Mi cuerpo vibraba y solo quería deshacerme de él, de la persona que generaba mi inestabilidad. El terreno desconocido que pisaba por primera vez.

Salió de la habitación y me dejó resonando. Como si las campanas repiquetearan en el campanario sin que yo hubiera conseguido descender las escaleras con la suficiente rapidez. Aturdido, así estaba.

¿Salvarme? Las carcajadas burbujearon en mi mente. Ninguna salió de mi boca. ¿Había alguna forma de hacerlo? Paul había hablado de resurgir de las cenizas. Para conseguirlo, primero tenía que morir.

Me apoyé contra la pared, me deslicé hasta que mi culo tocó el suelo. Miré el cielo raso. No había respuestas allí. Podía morir. Solo que... no quería concedérselo a Paul. No quería darle el gusto de matarme. Había algo en mí que aún no había muerto, pero que mantenía escondido bien dentro. Las ansias de dar pelea. No permitía que salieran a la luz. En cuanto me había descuidado, me habían traído problemas. Pero... esta vez las liberaría.

Había una sola cosa que siempre mantenía y eso era mi palabra. Había prometido escapar...

Me paré con un gemido de cansancio. Caminé hacia la puerta. Decidido. Preparado.

...y lo haría. 


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Desde las cenizasWhere stories live. Discover now