Capítulo 3

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Cuatro días después de quedar con Robert, aún no sé nada de él.

Bueno, sí sé algo: que ha empezado una nueva serie de Los Sims en su canal y está muy entretenido intentando conseguir el reto de los 100 bebés.

De lo que no sé nada es del libro que tenemos que escribir (que tengo que escribir, con énfasis en la primera persona del tiempo verbal).

Y lo peor es que no puedo enfadarme.

No puedo enfadarme porque llevo ya más de hora y media repantingada en el sofá, con su directo puesto y comiendo todo lo que pillo por casa sin perderme ni uno solo de sus gestos, de sus bromas ni de sus palabras.

Me digo a mí misma que es por documentación, que tengo que empaparme bien de su forma de ser y de hablar para que el libro quede realista. El problema es que también soy muy consciente de que no lo necesito. Tengo su voz perfectamente conseguida, y muchos comentarios que demuestran que «escribo al Robert más realista de todos».

Si soy incapaz de aprovechar el tiempo es porque Robert Wayne me parece el tío más guapo del mundo y no puedo dejar de mirarlo. Y porque la imagen de persona agradable, cercana, divertida y sin maldad que transmite a través de la pantalla ejerce una atracción en mí que me supera; si consigo olvidarme de que en persona es bastante más irritante y me mira como a un chicle que se le hubiera pegado al zapato, la ilusión se vuelve irresistible y todo lo que me cruza la mente es es «quiero uno así para mí».

Pasados quince minutos desde que lo mandé, el mensaje de mi donación aparece en pantalla, leído por esa voz robótica que ya me resulta tan familiar:
«Queremos ver a Bubbles», dice. Robert aparta los ojos un segundo de la pantalla en la que está jugando para contestar:

—Ahora mismo está abajo, eh... —Busca mi nombre entre los de todas las donaciones que ha recibido—. Vertighost. ¡Eh, hola, otra vez tú! Muchas gracias. —Sí, no estoy orgullosa de que reconozca mi alias entre la cantidad absurda de mensajes que le llegan al día. Igual debería plantearme dejar de donar, si quiero sacarle algo de beneficio a su libro—. Supongo que subirá cuando tenga ganas de echarse la siesta.

Sonrío, sujetando la cuchara pegajosa de helado de frambuesa con los labios mientras actualizo Twitter en el móvil. No tardan en aparecer varias menciones de otros seguidores de TheWayneWay que me avisan de que me ha leído; como si no fuera a estar pendiente de cada segundo del directo. Como si tuviera algo mejor que hacer.

Bueno, sí. A lo mejor sí.

A lo mejor es el momento de abrir Word y darle vida a una nueva historia; algo breve, con lo que entretener a mis lectores antes de seguir con los fics que tengo a medias. Sí, en plural; soy así de desastre.

«En el caso hipotético de que esta noche me sintiera inspirada por los recientes acontecimientos y empezara un fic nuevo, algo cortito... ¿Qué os gustaría leer?».

Mis seguidores de Twitter no me decepcionan y apenas unos minutos después tengo varios mensajes emocionados y animándome y otros tantos aportando ideas; si bien, al final, no me decanto por ninguna en concreto, sí que me sirven para disparar ligeramente la creatividad.

A veces me abruma lo arropada que me siento en esta comunidad; me hace sentir un poco menos fracasada saber que hay gente a la que le apetece leer lo que escribo, que tengo lectores que me apoyan y me animan y disfrutan con mis historias, con algo que he creado yo. Algo solo mío, que me he ganado con mi trabajo; debo estar haciéndolo bien si están ahí, atentos a lo que hago, esperando material nuevo.

Casi me hace sentir que no necesito ser una autora reconocida, que me basta con este rinconcito de Internet y con el dinero que gano con los libros que tanto me cuesta escribir y se publican bajo el nombre de otras personas. Casi.

Como si no te conocieraWhere stories live. Discover now