Cerró los ojos, un suspiro escapó de su boca, sutil y lento como miel derramándose en un tarro. Tiró del pelo azabache, arrugó la sudadera de Toji, cerrando los dedos, calor en el cuerpo.

Contuvieron el aliento al escuchar que alguien entraba en los baños. Se quedaron quietos, respirando agitadamente. Sus labios rozándose  tentativamente. Satoru soltó el pelo del otro, con el corazón en la garganta.

Los baños de la escuela eran un sitio popular para tres cosas. La primera, para saltarse las clases, si uno tenía la suficiente suerte de que al conserje no se le ocurriera revisarlos, claro. La segunda, para fumarse un porro bajo la ventana y más tarde hacer como si no hubiera pasado nada. La última para matar el tiempo liándose con algún amante, en vez de esperar a que las jodidas clases terminaran.

Toji había hecho la primera y la tercera tantas veces que ya ni siquiera era capaz de sentir adrenalina. Afortunadamente no fumaba marihuana y prefería escapar directamente para echarse un cigarro antes que ocultarse.

Escucharon el sonido de un mechero, un porro encendiéndose. Toji puso los ojos en blanco, apoyando la mano en la pared, sobre el hombro de Satoru. Si hubiera sido dos o tres años atrás, aún tendría que haber mirado hacia abajo para alcanzar sus ojos, pero Satoru había pegado un estirón considerable y el muy desgraciado había crecido tanto que casi tenía que ponerse de puntillas para poder besarlo.

—... maldito gilipollas —susurró, molesto. El olor espeso de la marihuana se volvió palpable en el aire —. ¿No había otro puto momento?

Satoru sonrió, todo mejillas sonrosadas. Alzó la mano, acunando el rostro de Toji. La expresión de frustración se desvaneció con el leve toque de su pulgar delineando sus labios, la cicatriz que los cortaba. Tenía rasgos bastante rudos, pero cualquiera podría encontrar dulzura si se esforzaba en verla, mucho más allá de ese verde furioso en ojos, en la forma en que la cicatriz se curvaba en una sonrisa.

O no, no del todo. Toji era bastante críptico frente a los demás, por mucho que no fuera capaz de controlar sus expresiones faciales cuando veía algo o alguien que no le gustaba. No solía hablar con nadie en el instituto, excepto con su grupo cerrado de dos amigos con los que salía a fumar entre clase y clase. Tenía un aura ciertamente agresiva a su alrededor, una ceja siempre alzada con escepticismo y un brutal sarcasmo natural siempre preparado para apuñalar donde más dolía.

Todo aquello era suficiente como para espantar a cualquiera y crear una barrera entre él y los demás. Era capaz de saltar violentamente ante cualquier cosa que le pusiera de mal humor, sin importar las consecuencias. Las costras de sus nudillos llamaban la atención y la gente no pasaba por su lado en los pasillos.

Satoru era el único que parecía sentirse cómodo a su lado. Recordaba que, cuando empezaron a juntarse, el resto no dejaba de mirarlos, unos con horror, otros con mera curiosidad.

Toji solía esperarlo de brazos cruzados, apoyado contra su taquilla, masticando chicle. Satoru guardaba su paquete de cigarros en la taquilla mientras charlaban, aunque Toji no era muy hablador si eran las ocho de la mañana. Lo más probable era que gruñera a todo lo que le dijera, pero se quedara igualmente a su lado hasta que terminara de coger los libros de las tres primeras horas.

Puede que la dulzura, entonces, estuviera escondida al otro lado de todo lo anterior. En la particular forma que tenía de fijarse en silencio en los gestos de los demás, en recordar todos los detalles sobre los que Satoru hablaba y sobre las cosas que mencionaba que le hacían feliz; puede que estuviera en la forma de tocarle y acercarle de la cintura, en el especial cuidado que tenía con él.

Toji podía ser un hijo de puta, pero tenía las líneas bien dibujadas cuando de Satoru se trataba.

Así que, tenía un plan. Bajó una rodilla al suelo, con las manos formando un nido frente al regazo.

Cold, cold, cold || TojiSatoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora