Capítulo 4: Problema. Solución.

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―¿Bromeas? ―interrumpió desquiciado.

―No, es que... ―suspiró―, verás, tenía un retraso en el alquiler y le dije que le pagaría en breve, pero no quiso escucharme, así que intentó cobrárselo de otro modo... me tocó y... no pude evitarlo; le he roto un brazo.

―¡¿Qué?!

―¡Intentó propasarse, Nat! No podía permitirlo, yo ya no... en fin, solo le dije que este mes me pagarían y podría saldar la deuda a tiempo, incluso podría cobrarse todo lo atrasado...

―¿Le has roto el brazo? ―Bajó la voz todo lo que pudo para que Jan no fuera testigo de la conversación, pero a esas alturas ya había escuchado más de lo que deseaba, y aunque no acababa de entender todo lo que se decían, creía saber el motivo principal de la llamada.

―¡Le ha dado igual que Holly esté enferma! Nos ha echado igualmente y ahora debo encontrar otro sitio o...

―Joder... si es que siempre te pasa igual, ¿cómo das con tantos pervertidos? No doy crédito.

―Perdona, Nat, ¿eres consciente de dónde vivimos? Tan solo en nuestra calle hay tres prostíbulos, así que todos se creen con derecho a utilizarte como si no valieras nada, dan por sentado que ser pobre basta para...

―No te hagas la víctima ahora, que nos conocemos... ―Suspiró y empezó a caminar con nerviosismo―. No puedo ayudarte esta vez, sabes que en mi casa no puede ser, ¡joder, Jude, no vivo solo!

―Ya lo sé, pero si me prestas algo de dinero puedo alquilar una habitación hasta que cobre, todavía no he acabado el mes y no tengo dinero suficiente.

―¿No tienes nada ahorrado? ¿En serio?

Judith suspiró al otro lado.

―Me temo que he gastado lo poco que tenía, vivo al día, ya lo sabes.

Dio un paso hacia la derecha, nervioso; siempre pasaba lo mismo: Judith se metía en problemas y luego él tenía que ir a solucionarlos.

―¿Y qué pasa con el viejo? ¿Va a denunciarte?

―Le he dicho que si lo hacía volvería y le rompería otra cosa... creo que ahora me tiene miedo.

Nathan puso los ojos en blanco.

―Madre mía, siempre haces igual, te metes en problemas constantemente y, ¿sabes qué te digo? Que ya estoy harto. No puedo ayudarte cada vez que te metas en un lío, lo siento, pero tendrás que apañártelas tú sola esta vez.

―Pero...

―Todos somos mayorcitos aquí y debemos limpiar nuestra propia mierda, no puedes dejar un rastro de cadáveres a tu paso y luego pedirme ayuda para que solucione todos tus problemas.

―¿Un rastro de cadáveres? ¡No he matado a nadie! Pero no pienso consentir que la gente se crea con derecho a aprovecharse de mí de esa manera solo porque necesito el dinero.

―No sería la primera vez...

Se hizo el silencio.

―No, eso no es cierto. De todas maneras te recuerdo que yo tengo el poder de decidir si quiero o no hacerlo, ¿no te parece? Nadie tiene por qué obligarme a hacer nada.

―¡Oh, Jude, es realmente conmovedor ver cómo te has vuelto tan digna de repente! ―comentó en tono mordaz.

Judith suspiró, solo tenía ganas de llorar. Sentía que había vuelto a fracasar; que, como siempre sucedía, todo lo que con tanto cuidado construía se venía abajo sin poder remediarlo. Creía que esta vez sería diferente, pero todo era igual que siempre.

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