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126 d.C.


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JACAERYS siempre fue el niño dorado de su madre, obediente, atento, lleno de iniciativa y con una imperiosa necesidad por complacer. En medio de ese baño de dones, tenía un defecto que no podía minimizar lo suficiente y ese era su curiosidad; era un joven muy curioso. Muchísimo.

Desde su tierna infancia asfixiaba a los maestres con pregunta tras pregunta, con su curiosidad pocas veces saciada. Debido a que su corta vida se veía ensombrecida por los rumores malintencionados sobre la naturaleza de su paternidad y la de sus hermanos, desde muy pequeño puso empeño en conocer todo cuanto pudiera, estudiar, preguntar, trabajar, practicar y repetir, una y otra vez.

Es así como acabó en una penosa situación con su tío Aegon.

Todo por esa maldita curiosidad.

Lo había seguido después de descubrir la manera lasciva en que uno de los sirvientes lo veía. Si bien hacía alarde de sus primeros catorce años de vida, no era ningún niño tonto y podía reconocer cuando algo andaba mal. Se había presentado como un alfa un par de lunas atrás y, aunque los betas no emitían olores, sus ojos perspicaces no se perdieron nada de nada.

Cuando Aegon se retiró de la gran mesa, Jacaerys deseó a todos las buenas noches y siguió a Aegon.

Una parte de sí esperaba que no le sucediera nada malo a su tío y otra, más inconsciente, deseaba poder probar su valía al omega y defenderlo de aquel beta descarado. Sin duda sus abuelos, su madre y su padre estarían impresionados. Quizás si demostraba ser un buen alfa de la familia Velaryon, la abuela Rhaenys lo tratase con el mismo cariño que demostraba por Rhaena y Baela.

Pero Jace se encontró con una escena muy diferente.

El embriagador olor a sándalo inundó sus sentidos, su razón le gritó que se alejara de aquel omega que olía como la cosa más sabrosa y tentadora, pero sus pies no se detuvieron, al menos no hasta que oyó un susurro: «príncipe Aegon, huele tan bien» que se sintió como una bofetada.

Apresuró su paso y ante él encontró agazapado como una sanguijuela a aquel desabrido beta besando con desespero el cuello de su tío mayor, las manos de aquel sirviente aventurándose dejado del jubón. Quiso cortarle las manos por eso.

Debió haber gruñido porque el beta saltó por la sorpresa y, con los ojos bien abiertos, empezó a emitir excusas que Jacaerys no oyó. Sus ojos no abandonaron a Aegon. Jacaerys nunca lo vio antes de esa manera, las pupilas tan dilatadas que no se veía nada de aquellos hermosos colores amatistas, el sonrojo tan intenso que bajaba hasta la caída de su escote, los labios rojos y la respiración agitada.

Maldito beta, maldito beta. Mil veces maldito por poner así a su tío.

Y bendito Aegon por verse como un ser celestial caído en desgracia.

—Jace, no le digas a nadie —Aegon despidió con un gesto violento al sirviente para acercarse a su sobrino, se veía tan desesperado como aquel abusivo beta—. Si el abuelo se entera, él y madre...

No lograba concentrarse en las palabras de su tío. Dioses, tenía los ojos llenos de lágrimas. ¿Iba a llorar porque lo había atrapado? ¿O era por la vergüenza? ¿Miedo quizás? Como fuera, no tenía derecho a verse tan bonito llorando.

—Jace, por favor —Ante la falta de respuesta, Aegon tomó las manos de su sobrino para que este lo escuchara, el toque quemó la piel de Jace y todavía con poco control de sus sentidos, un jadeo se le escapó, acción que no pasó desapercibida para el omega—. Mmm. ¿Qué fue eso?

CADENAS DE SANGRE ✦ HOTD +18Donde viven las historias. Descúbrelo ahora