Prólogo

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Felix colocó una rosa sobre la lápida de sus padres.

Esto por sí solo no sería digno de mención si no fuera por el hecho de que esa sería la primera rosa que compraba y la primera que regalaba a sus padres.

Observó fijamente la lápida de piedra con el grabado "Aquí descansa la memoria de Lee Jungmin & Lee Yujin" y recordó con tristeza los dolorosos acontecimientos que habían marcado su vida y que, por desgracia lo habían traído hasta aquí.

Su tormento comenzó a los catorce años. La falta de dinero siempre había sido un problema para la familia Lee; sus padres habían luchado con problemas financieros desde muy jóvenes. A veces trabajando dobles turnos, sin dormir o sin comer así que, su padre se vio envuelto en algunos negocios ilícitos cuando se enteró del embarazo de su madre, no porque quisiera obviamente, sino porque tenía una esposa y un bebé que cuidar y proteger.

Fue un día como cualquier otro cuando Felix descubrió la verdadera naturaleza de las actividades clandestinas de su padre. A la salida de la escuela, un grupo de desconocidos lo aguardaba en silencio, exigiendo cobrar la deuda de sus padres y aquel recuerdo, se convirtió en una cicatriz permanente en su memoria.

Y lastimosamente, en su piel.

Con el paso del tiempo, Felix llegó a la dolorosa conclusión de que los horrores que vivía no eran en vano si con ello aseguraba la seguridad y calma de sus padres. A pesar de todo, él sabía que nunca habían sido malos padres. Cada recuerdo compartido a su lado se aferraba a su corazón con cariño; bajo aquel humilde techo podían carecer de absolutamente todo, excepto amor. Felix se convenció de que debía resistir y soportar hasta que todas sus deudas fueran saldadas.

La última vez que tuvo un encuentro con aquellos hombres, la "gentileza" se desvaneció por completo. Descargaron su ira sobre Felix, dejándolo con múltiples magulladuras y su ropa impregnada de sangre. Al regresar a casa, con el cuerpo lastimado y la ropa ensangrentada sus padres se encontraron con la impactante evidencia de lo que había sufrido el pequeño Felix.

Esa noche, movidos por el desesperado afán de protegerse, tomaron la audaz decisión de huir a un pequeño pueblo pesquero al sur de Seúl. Allí, encontraron refugio y una calma relativa durante los siguientes cuatro años. Las heridas físicas de Felix sanaron rápidamente y aunque las heridas emocionales tardaban más en desvanecerse, estaba seguro de que mientras estuviera junto a sus padres, nada más podría dañarlo.

Sin embargo, en una noche inquietante, justo antes de cumplir los dieciocho años, Felix se encontró incapaz de conciliar el sueño. El reloj marcaba más allá de las once cuando escuchó pasos cautelosos acercándose a la pequeña casa. El corazón de Felix latía con fuerza, presintiendo que algo terrible estaba a punto de suceder. La puerta se abrió lentamente y su madre, cubierta de sangre y con una expresión de terror en su rostro, irrumpió en la habitación.

El corazón de Felix se aceleró al instante, su mente inundada por el pánico. Corrió hacia ella, tratando de entender lo que había sucedido, pero su madre apenas podía hablar, balbuceando palabras entre sollozos. Poco a poco, entre lágrimas y temblores, logró articular las palabras que atormentarían a Felix: habían sido encontrados. Aquellos que alguna vez creyeron dejar atrás los habían alcanzado y estaban dispuestos a hacerles pagar por su huida.

—¡Felix! —gritó su madre, llena de miedo, sacudiendo a su hijo que había quedado paralizado por el shock—Reacciona, no tenemos mucho tiempo.

Felix, aturdido y sin saber qué hacer, permaneció inmóvil, incapaz de procesar la magnitud de la situación.

—¿Dónde está papá? —preguntó con voz temblorosa, aunque en el fondo ya intuía la respuesta.

—Hijo, debes irte, tienes que huir lejos. No pueden encontrarte —dijo su madre con urgencia, tratando de mantener la calma a pesar de la angustia que la invadía.

Eterna condena; Hyunlix.Where stories live. Discover now