Se levantará la guerra en la tierra de los hombres (#1)

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La vida no se había portado bien con él. Había sido arrancado de su hogar, de su amante esposa e hijos para obligarlo a matar al que no tenía su objetivo. Pero eso no quedaba ahí. No podía tener piedad con aquellos que le pidieran clemencia. Ya fuera niño, mujer u hombre, no importaba lo más mínimo. Era el aniquilador de la vida.

Si hubiera estado en su mano, se habría negado a formar parte de esa orgía de violencia y sangre. Pero una cuchilla rozaba el tenso hilo que regía el destino de su familia. Ante semejante situación, no te preguntas nada sobre lo que cae y mancha la tierra. Esa inocente persona, que se convierte en un enemigo que atenta contra el bienestar de los tuyos, inevitablemente ha de morir.

Conforme aumentaba el número de muertos por la espada, crecía también la sed de sangre. Y la consecuencia de dicha sed lo alcanzaría: morir por no ser saciada. Pensar en que su corazón, su mente e incluso su cuerpo, no sentían nada, era un alivio. Evidentemente, se estaba convirtiendo en un animal que solamente buscaba el placer de la muerte, el sonido de las voces clamando por clemencia, la carne desgarrándose y la sangre bañando su rostro. Era después, por esa sangre, limpiado de sus pecados.

Pasados los años, ya ni siquiera le importaba la vida de su familia. Había sobrepasado ese punto de inflexión entre el amor y la indiferencia. En ese instante, su existencia estaba traumáticamente atada a la muerte. Cuanto más matara, más querría seguir haciéndolo.

A sus veinticuatro años Tadeus guardaba recuerdos bucólicos de una vida que parecía no haber sido suya. Habían sido injertadas en su cabeza por algún tipo de magia. Nada se parecía a la sucesión de días en los que no había diferencia entre ellos. Siempre se reproducía el mismo circuito: matar, reír, beber, comer y follar. Como era incapaz de distinguir el uno del otro, marcó su cuerpo por cada alma arrebatada. Así contabilizó el paso del tiempo.

Los que una vez fueron malvados, se convirtieron en compañeros. Los que habían sido amigos, se hicieron enemigos. Desterrar todo lo que había sido, en pos de un nuevo ser letal, era en lo único en lo que creía. La traumática experiencia de asesinar, se había transformado en una sublime adicción. No lograba entender cómo había pasado toda su vida sin aquel ominoso placer y poder. Ya no era necesario escapar de aquel círculo vicioso.

Antes de su transición, Tadeus había pensado en el suicidio. Tal vez Dios lo perdonaría por anteponer el bien de terceros en vez del propio. Vivir significaba cometer más actos ignominiosos contra la humanidad. La muerte conllevaba que niños, mujeres, ancianos y guerreros que se salvaran de las atrocidades a las que se había visto obligado a hacer. Aunque, si no era él, sería otro que, seguramente, no tuviera reparos en destruir cuerpo y alma. Así que, finalmente decidió que no había mejor alternativa que él los matara rápidamente. Sin sufrimiento. Sin vejaciones. Tan sólo morir. Dios debería tener eso en cuenta. ¿No era eso un acto de piedad?

Las buenas intenciones se fueron corrompiendo poco a poco por la inercia de una rutina que invadió hasta lo más profundo de su ser. Había encontrado ese placer de matar a una persona y despojarla de toda dignidad. El poder de ser un dios. Él daba la vida y la arrebataba. Deberían de haberlo adorado por eso.

El grupo no lograba entender como aquel asustadizo Tadeus se había convertido en aquel monstruo. Muchos de ellos eran proscritos y asesinos; gentes que no habían cambiado su estilo de vida al unirse. Aquel joven marcó un antes y un después en ellos. De la noche a la mañana, se había convertido en un personaje despiadado cuyo humor mejoraba cuando le avisaban que había un nuevo pueblo en la mira.

Su locura y letalidad obtuvieron su correspondiente recompensa. El soberano jefe, un gran guerrero de dos metros, de cabellos y barbas largos y negros, al que antes le tenía un miedo tan abismal que ni siquiera era capaz de mirarlo a los ojos, lo respetaba y cada vez lo trataba de forma más cercana. Batalla tras batalla fue recibiendo armaduras, escudos, espadas más poderosas, arcos y flechas, oro y plata. Todo lo que podría desear.

27: La Leyenda Sangrienta (#1)Where stories live. Discover now