Sus miradas se cruzaron un momento y su corazón dio un pe- queño vuelco mientras regresaba a una frase de su libro. Era la tercera vez que la leía, y no tenía ni idea de cuál era su contenido.

—¿Qué estás escribiendo? —le preguntó con la mirada fija en su propia lectura.

—La lista de la compra —contestó él y sus labios se cur- varon en una sonrisa perezosa. Esos malditos labios que la fascinaban hasta la locura—. Me niego a comer esa repulsiva carne seca todos los días.

Un sonido proveniente de la parte más oscura del bosque los interrumpió. Lo más probable es que se tratara de una ani- mal, pero Amanda no quería detenerse a pensar en el tamaño o en la ferocidad de este.

—Si tienes miedo puedes sentarte junto a mí —sugirió él doblando la hoja que había estado escribiendo y guardándola en el bolsillo de su chaqueta.

—Quizá eres tú el que tiene miedo —bromeó ella.

—¿Y a que le debería tener miedo en este bosque?

—Al carruaje fantasmal que vaga por estas tierras, para empezar —declaró con un halo de misterio, como si estuviera leyendo un cuento en voz alta—. Un carruaje lujoso del siglo pasado, tirado por cuatro caballos invisibles a la luz del día, y el fantasma atormentado de Anne Duverville en su interior. A Anne no le gustan los hombres después de lo que le ocurrió. Guárdate de ella cuando camines por su bosque.

—No es que con las demás mujeres, las que están vivas, me haya ido mucho mejor —bromeó Callum, sacándole una sonrisa que arruinó el efecto de terror que intentaba crear—. Bueno, no lo dejes ahí, rubia. Cuéntame que le ocurrió a la bella Anne Duverville.

—Yo no he dicho nada de que fuera bella.

—Los protagonistas de las historias inventadas siempre son apuestos —rebatió él.

—Pero esto no es una historia inventada, ocurrió de ver- dad —aseguró Amanda antes de empezar a narrar—. Anne era la hija de un poderoso conde del este de Inglaterra. Sin embargo, cuando cumplió los 18 su familia cayó en desgra- cia, cambiando el curso de su vida para siempre. El hermano mayor de Anne, se había marchado hacía años a Londres para estudiar en la universidad, pero allí se entregó a actividades mucho menos didácticas y despilfarró el dinero de su familia, en juegos, bebida y... bueno, los entretenimientos que ofrecía la noche en general. El carácter del hermano de Anne, nunca había sido demasiado transparente, ni siquiera cuando vivía con la familia en el campo. Pero en la gran ciudad degeneró hasta el punto de jugarse en una timba, completamente ebrio, las joyas y propiedades de la familia.

El padre de Anne, siempre había sido demasiado indulgen- te con las travesuras de su hijo primogénito, y prefería hacer la vista gorda antes que enfrentarse a este. Lo que probable- mente ocasionó que el carácter del joven fuera tan débil ante las tentaciones de la juventud.

Cuando el padre de Anne quiso admitir la ruina que su que- rido hijo varón había traído sobre la familia, fue demasiado tarde. En lugar de exigirle que asumiera la responsabilidad por sus acciones lo sacó de la universidad para traerlo de vuelta a casa y comprometió a Anne en matrimonio con Duverville, un terrateniente acaudalado que la duplicaba en edad.

Pero la edad de Duverville, no era la mayor preocupación de Anne, sino su reputación de calavera, por la que se le aso- ciaba con innumerables viudas e incluso mujeres casadas. Las malas lenguas lo culpaban por la muerte de su primera esposa.

Anne lloró cada lágrima de su cuerpo, y rogó a los pies de su padre que no la obligara a contraer nupcias con un hombre mayor con tal reputación y al que no amaba. Sabía que su vida sería un infierno si tal cosa ocurría.

Un Siervo para Amanda (El Ángel en la Casa)Where stories live. Discover now