Capítulo 1

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Me despierto antes de que suene el despertador, pero la luz que se escabulle por entre las cortinas me dice que ya es de día. Miro mi celular: aún tengo cuatro minutos para estar acostada. Pero enseguida pienso, en que el tiempo libre del día anterior me fue suficiente para que la cabeza me diera vueltas y vueltas, pensando en todo lo que abandoné por cobarde. O no por cobarde, pero si por esa necesidad repentina de desaparecer. Un ataque de cambiar de vida por completo. Y eso se había cumplido a la perfección: allí estaba.
La alarma suena y la apago antes de levantarme rápidamente de la cama. Me pongo mis zapatos de goma, y me dirijo al rincón de la habitación donde una vieja y algo demacrada silla me espera con la ropa que minuciosamente había elegido anoche. El verme bien y no llamar la atención, estaban divididos por un hilo muy fino que no sabía dónde comenzaba y terminaba. Así que un pantalón holgado, una remera blanca y unas zapatillas algo desgastadas, habían sido la decisión final.
Todo era nuevo: el lugar, la casa, mi grupo de personas (que ahora se resumía en mi mamá y mis dos hermanos). Pero no podía ignorar que aquel era mi primer día de facultad, y eso me emocionaba a la vez de que me ponía muy ansiosa.

Agarré mi mochila, también preparada la noche anterior con algunos cuadernos y lapiceras, y salí de la habitación rumbo escaleras abajo. El crujido de los escalones de madera era lo único que se escuchaba, el resto de la casa estaba en total silencio. Pero la silueta de mi padre dada vuelta, sentada en su escritorio y en quietud completa, me hizo ver que no estaba sola.
-¿Trabajando desde temprano? -Le pregunté intentando sacar tema de conversación, pero mi padre no pareció escucharme. -Buenos días -Dije más fuerte. Él se giró abruptamente, al parecer sorprendido por mi presencia.
-Buenos días, hay café recién hecho en la cocina. -Contestó, acomodándose los lentes y dejando ver en el escritorio unos cuantos papeles desordenados. Asentí con la cabeza en modo de agradecimiento, entendiendo nuevamente que si quería encontrar a alguien con quien conversar, mi padre no era la opción correcta.

Me dirigí a la cocina, la gigantesca y fría cocina que aún con su ventanal cerrado parecía una heladera. Lo único caliente allí era la jarra de café que aún largaba algo de vapor. Me serví una taza, y sentí que el alma me volvía al cuerpo al beber un sorbo. No pude evitar compararlo con el café instantáneo que desayunaba con prisa antes de ir al liceo. Este era sin dudarlo más delicioso. Pero más solitario.
¿Qué tenía que ver el café con esa situación? Nada. Pero de algún modo, todo me hacía recordar mi antigua vida. Mi madre estaría más sobresaltada que yo con los preparativos para mi primer día de clases: iría y vendría de un lado al otro, me traería cosas para agregar a mi mochila, me daría consejos de cómo actuar en clase y sobre todo, opinaría acerca de la ropa que había elegido para llevar. "¿No podés ponerte algo un poco más lindo?, me diría sin dudarlo. Miro el celular esperando encontrarme con un mensaje de ella, y efectivamente allí está.
Éxitos hoy!!! Sos una persona hermosa, inteligente, brillante. Sé que podrás con todo lo que te propongas. Mami te ama
Sonreí con algo de pena, pero ver la hora en la esquina superior de mi celular me hizo olvidarme de todo y abandonar rápidamente la cocina, dejando la taza de café a medio tomar. Salir de casa tarde el primer día de clases no era señal de un buen comienzo.

El camino de tierra era lindo para hacerlo en bicicleta, aunque parecía que no llegaba más. Pero una vez que una edificación por fin apareció en medio de kilómetros de campo, supe que me encontraba en frente de mi nueva facultad...¿Facultad?
No era lo que esperaba. No era aquel lugar gigantesco lleno de adolescentes, música, y ruido que conocía de las películas. Ni tampoco el lugar al que de niñas mirábamos con mi mejor amiga desde la vereda de en frente, soñando con algún día ir.
Aquello ni siquiera parecía un centro de estudios. Un pequeño cartel fue el único indicio de que esa construcción se trataba del lugar que había elegido para comenzar mi educación terciaria: "Escuela de Producción Agrícola Ganadera", decía en letra roja.
No, no era mi mayor aspiración, pero fue lo que encontré. Y cómo excusa para abandonar la ciudad y esconderme en el medio del campo, resultó excelente. Había logrado que mi familia creyera que trabajar con vacas y ovejas era mi sueño, y mudarme con papá era la mejor opción para estar más cerca. Hasta mi madre lo creía, que con mi padre no se lleva nada bien. Así que en cuestión de semanas, cambié mis planes de ser una médica forense, para aprender cómo tratar con animales de campo, y cuál era la mejor época para cultivar vegetales.

El lugar no estaba mal, a decir verdad. Aunque si era muy diferente a cómo lo imaginé. Para empezar, el entusiasmo del primer día de clases no se sentía en absoluto, y la mayoría de mis compañeros parecía estar ahí por obligación. En el correr de la primera clase supe que tuve razón: Uno de ellos, de unos cuarenta años, contó que trabajaba para la misma empresa hace unos veinte, y que le exigían ese curso para darle un ascenso. La única que parecía no entender nada de las clases era yo, pero enfocaba mi atención en el discurso de cada profesor, y asentía como si aquello se tratase de algo cotidiano para mi.
Admito que el primer día fue agotador. Pero agotador mentalmente. Aunque había puesto todo mi empeño, no encajaba allí. Y creo que varios de los presentes lo había notado. Algunas miradas curiosas sobre mí y mi atuendo tan de ciudad, me lo habían demostrado.

Ya era mediodía cuando me subí a mi bicicleta y comencé el camino hacia mi casa. Mi nueva casa. Nuestra nueva casa, porque mi padre también se había mudado hacía pocos días. Eso me había ayudado a que no me sintiera una invasora, porque los dos escogimos dormitorio casi a la misma vez, y las cajas de mudanza que aún estaban por todos lados, pertenecían a ambos. Cuando se fue del apartamento que compartía con mi mamá, mis hermanos y yo, él se mudó a un pueblo algo alejado de la ciudad, pero no tanto. En unos veinte o quizás treinta minutos en camioneta, estaba allí. Pero por razones que nadie entendió, decidió dejarlo y comprar una casa casi imposible de localizar en mapas. A todos nos pareció una locura cuando nos enteramos de su decisión, pero después de toda la humillación que viví un tiempo después, aquella casa en el medio de la nada se veía casi como un milagro.

Mi padre no era un hombre muy simpático, y estaba segura de que ni siquiera me iba a preguntar cómo había estado mi primer día de clases. Más bien, convivir con él era como vivir con un compañero de piso desconocido: no hablaba ni molestaba, pero esperaba que yo tampoco lo hiciera. Respetaba al cien por ciento mi espacio, pero jamás se me cruzó por la cabeza invadir el de él. Lo único en lo que se diferenciaba con un desconocido, era que tenía un plato de comida recién hecha cada vez que entraba a la cocina. No comíamos juntos, pero siempre cocinaba para dos. Y tengo que decir, que cocinar era su fuerte. Guisos, estofados, cazuelas... Sus comidas me hacían olvidar por completo todos sus defectos.

La siguiente construcción que vi después de la escuela, fue casi quince minutos después, nuestra casa. Me bajé de la bicicleta, algo encandilada por el sol, e intenté abrir la dura portera de madera que se encontraba en la entrada de la vivienda. A veces tenía suerte y abría fácil. Y otras, como ese día, podía pasar varios minutos haciendo intento tras intento para lograrlo.
-¿Te ayudo? Supongo que de a dos es más fácil.
Me giré completamente exaltada por el susto que me acababa de dar aquella vocecita serena y dulce en medio del silencio. Una mujer de unos treinta años dirigía sus manos a la portera. Su largo cabello ondulado tapaba parte de su rostro.
-Es... Un poco complicado -dijo antes de destrancar la madera cuyo intento me había llevado un tiempo vergonzosamente largo. -Pero solo es cuestión de hacerlo varias veces y acostumbrarse. -Y después de la fuerza bruta que yo había aplicado, la portera se abrió con un leve movimiento de sus manos mágicas.
-Gracias -Fue lo único que salió de mi boca, aunque era la primera persona en días que se veía dispuesta a tener una charla conmigo. Ella sonrió en respuesta, y antes de encontrar una forma educada para preguntarle quien era, volvió a hablar.
-Soy Bianca Rain. Es lindo ver caras nuevas por acá. No pasa muy seguido.
-Soy Olivia -me presenté. -Olivia Luna.

BiancaWhere stories live. Discover now