—Mi padre no me deja tener un carcaj de flechas infinitas —aún tenía esa rara habilidad de saber que tenía una deidad cerca. Ni siquiera se giró para saber que era su abuelo. Había pasado un año desde que lo había dejado en el campamento y lo había reclamado, le había dado su cabaña porque no se podía construir una para Percy mientras no estuviera vivió. La relación entre ellos se había vuelto más cercana y ya era parte de sus ofrendar regulares a la hora del almuerzo.

—Oh —Poseidón sabía que nada preparaba a uno para ser padre y que tal vez las cosas que el veía como normales en su pensamiento de abuelo del niño era para Percy cosas prohibitivas por un pensamiento completamente distinto.

—Dijo que debo aprender a hacer mis flechas y sobre todo aprender el valor de cada disparo —Eskol en realidad no odiaba la idea que su padre quería enseñarle, con pesar recordaba aquella vez en el bosque donde tuvo que usar cada flecha con sabiduría para no ser atrapado por las cazadoras.

—Una buena lección —Poseidón le dio un ligero golpe en el hombro. Sabía de lo que estaba haciendo con Atenea entrometiéndose en las largas marchas y entrenamiento que tenía con las cazadoras solo para doblegarlas. Cuando se había enterado no había podido evitar reírse y sentirse orgulloso, no iba a tomar el camino más fácil de molerlas en un combate, pensaba minarlas poco a poco, había tiempo, lo lograría, no podrían resistir.

—Es un dolor hacer cada flecha —para cada arquero su flecha es la mejor y seguramente Eskol había probado muchas flechas, pero no se le acomodaban.

—Cuando hayas aprendido la lección seguro te dejará tener uno de esos —el pensamiento de que su padre le permitiera tener uno de esos carcaj le hacía ilusión, sin duda quería verlo. Había sido desgarrador cuando por fin Atenea y Poseidón le habían hablado sobre cómo se había desvanecido Percy. Le ardían las venas y la sangre se acumulaba en sus ojos cuando pensaba en ello con el solo pensamiento de estar listo para poder cazar a los animales que le hicieron eso a su padre. Conocía la historia, conocía el ritual, conocía sus derechos y podía vengar a su padre en cualquier momento. Iba a esperar ser lo suficientemente fuerte como para retar a Atenea y luego a su abuelo, entonces iría.

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Se le había helado el cuerpo cuando vio esa imagen. Empezó a ponerse nerviosa y sentía que todo esto había sido un gran error, rogaba a todos los dioses que no se tratara de lo que pensaba que podía ser. Lentamente se acercó al cuerpo de Sally, con temor llevo su mano al cuello de ella para ver ti tenía pulso, pero no llegó a tocarla cuando sintió que alguien la agarraba del tobillo. Quiso gritar, la adrenalina se le subió a la cabeza.

—Ayuda —era la voz de Sally solo que mucho más ronca, la toco sin dudarlo, estaba ardiendo en fiebre. Se puso nerviosa, no sabía de qué se trataba todo esto. No tenía tiempo para preguntar que era la sangre y los vidrios en el suelo, tampoco que había pasado con su esposo, ella necesitaba atención cuanto antes. La tomo del suelo y con mucho cuidado la puso en la cama, luego fue a ver a Paul, mismos síntomas, la respiración de Paul era más pesada y el aire viaja lentamente y sin fuerza. No podía quedarse sin hacer nada, ni siquiera lo pensó y fue hacia el baño con unas toallas para humedecerlas, no podía pedir ayuda a los dioses, era inútil. Sabía lo que tenía que hacer, primero los estabilizaría y alimentaría para luego ir a buscar ese balón de oxígeno que tenía en casa para Paul.

Pedaleó tan fuerte como pudo por las calles casi vacías mientras le faltaba el aire para no bajar el ritmo. Ya se había encargado de poner en la cama a Sally, llevó a Paul a la otra habitación, debía aislarlos, eso era lo primero, luego de ello los había arropado lo mejor que pudo. Era un apartamento, no tenían una chimenea, pero había visto troncos de madera de fresno blanco en la habitación de Sally. Esa madera era sumamente valiosa para hacer flechas, seguramente eran del hijo de Percy. La palabra se le atragantaba en la boca de saber de quien se trataba, el muchacho había demostrado un arrojo y una valentía sin igual. La forma en que había dispara sobre sus flechas con una precisión sin igual eran desafiantes. Cada flecha que lanzó tuvo un destino seguro, no contó ninguna flecha que hubiera ido a para al bosque y que no hubiera llegado a alguna de sus cazadoras. Luego de ello había tenido mucho tiempo para saber sobre la herencia de la que provenía. Era hijo del dios de los arqueros, eso lo explicaba todo.

Algunas cosas toman tiempoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora