Corrí hacia la puerta, pero antes de poder poner mi mano en el picaporte, unos brazos me rodearon por la cintura y me tiraron hacia atrás. Aterricé de culo en el suelo de porcelanato, pero que parecía madera.

—¡Maldición, Paul! Estás sangrando. No me dijiste que él no vendría por voluntad propia.

—Un detalle. —Paul estaba igual de agitado que yo. Sus ojos oscuros me taladraban, los míos eran misiles con la mira puesta en él. Lástima que no fueran letales en la realidad como imaginaba en mi mente.

—No lo es —rezongó el de la bata mientras sacaba una caja blanca y, de adentro, algodón y desinfectante—. Debe dar su consentimiento, sino sería...

—¡Secuestro! ¡Esto es secuestro! —vociferé a la vez que me levantaba del suelo.

—Eh... Soy Elijah Black, dueño de esta clínica. No estás secuestrado, eso creo al menos. —Frunció el ceño a Paul, pero este no me quitaba la vista de encima.

—Me drogaron, me arrastraron aquí dentro y no me permiten irme. A eso yo lo llamo secuestro.

—¿Te drogaron? Paul, ¿de qué habla?

—Un medio para un fin.

Wow, ¿acabas de decir que el fin justifica los medios? En serio, ¿citas a Maquiavelo en semejante situación?

—Pagaré por ti. ¿Qué mierda te da lo que haga contigo? —La voz ronca me hizo estremecer de arriba abajo.

Cerré la boca y sostuve la mirada oscura con la mía más clara.

—Me voy de este jodido loquero.

—Cuida tu lenguaje —advirtió mi secuestrador.

—No mientras esté secuestrado en quién sabe dónde.

—Te repito que esto no es un secuestro. Explícale, Paul.

—Te quedarás aquí, te guste o no.

—Y esto no era un secuestro, pues se oye mucho como uno.

—¡Maldita sea, Paul! No puedo encerrar a personas aquí solo porque se te viene en gana.

—A personas no, solo a él.

—¡Qué demonios! ¿Te gusto? Eres el tipo que me presentó mi representante ayer, ¿cierto? —Puse mis manos en las caderas y chasqueé la lengua—. ¡Ya sé! ¿Acaso te excita un juego de rol al estilo Atrapado sin salida? ¿Va por ahí?

La mirada mortífera que me dirigió casi me hizo lanzar una carcajada. No sabía la razón, pero el verlo tan cabreado como yo, me divertía.

—Paul, necesito que me expliques de que va todo esto con mayor detalle —pidió bata blanca.

—Ya somos dos, Paul —dije con sorna.

—No te preocupes, Elijah.

—¡Qué es un maldito actor! —explotó bata a la par que bamboleaba los brazos—. No puedo atraer mala publicidad a mi clínica y tener a un actor secuestrado no clasifica como bueno.

De pronto, se me iluminó una idea. Loca, eso sí, pero había visto cosas más desquiciadas.

—Espera... ¿Esto va de hacer una película porno? —Bufé, cansado—. Ya le he dicho un centenar de veces que no a esa rata viperina, que no soy actor porno. Me importa una mierda cuánto ofrezcas.

—Paul, ¡explícame ya! —exigió bata con los ojos fuera de las órbitas.

Un poco más y la cabeza comenzaría a darle vueltas a la vez que él gritara «dos semanas». Solo le faltaba que le saliera Arnold Schwarzenegger de dentro.

—No se trata de una película porno.

—Gracias a Dios que no estás incursionando en eso y utilizando mi clínica de escenario. ¡Me vas a matar de un infarto! ¿Me escuchas?

—Ya que todo está aclarado, me las tomo de aquí —comenté con una sonrisa tensa.

Di un paso hacia la puerta, pero Paul me cortó el paso.

—No.

—¡Y una mierda que no! —exclamé—. ¿No habíamos quedado que esto no era un secuestro? Tú, bata blanca, ¿no lo habíamos descartado?

—Eso tenía entendido.

Bata blanca se frotó las cejas.

—¡Abre la maldita puerta! —Agarré un... (no sé qué demonios era. Tal vez un pisapapeles) y se lo arrojé por la cabeza. Paul se corrió y el objeto colisionó contra la pared. Una muesca se formó en el muro pintado de blanco—. ¡Déjame salir de aquí!

—No.

Gruñí. Desde lo más profundo de mí salió un alarido y arremetí contra Paul. Le di en la cintura, se dobló conmigo atrapado en él y caímos al suelo. Le tiré del pelo, mordí su cuello con fuerza y traté de pegarle con la rodilla en la entrepierna mientras él buscaba retenerme con sus brazos.

—¡Maldito loco! No voy a quedarme aquí.

—Ni siquiera te he contado lo que haré contigo —masculló entre dientes.

—¡Me importa una mierda! ¡Voy a salir de aquí! Destruiré este lugar hasta no dejar nada en pie.

Grité y grité. Gruñí. Di patadas, puñetazos, mordí, pero Paul tan solo me mantenía entre sus brazos convertidos en hierro.

De pronto, bata blanca apareció con una jeringa en su mano.

—¡No te atrevas! Ni se te ocurra. Méteme eso y te mataré.

Lo último que vi fue que el hombre levantó la manga de mi camisa y me pinchó con la aguja en mi antebrazo. La tensión en mi brazo hizo que doliera como si me lo cercenaran.

La adrenalina, la furia, las ansias de pelear se desvanecieron tan de inmediato que me sentí como una gelatina que se derretía.

—Tendrás que darme explicaciones sobre esto, Paul —escuché que el bata blanca le exigía con una voz deformada como si lo escuchara desde la profundidad de una piscina.

Mi cuerpo quería dormirse, entonces luché, traté de vencerlo, de resistir, pero me ganaba la batalla. Me esforcé por mantener mis párpados abiertos, pero dolía, por más que lo intentaba se cerraban. Quise gritar, mi cerebro bramaba, pero nada salía por mis labios. Me derrumbé sobre el torso de Paul y la negrura me envolvió.  


Nota de autora:

No llegué al sábado pasado. Espero que estén disfrutando este inicio. 


Ops! Esta imagem não segue nossas diretrizes de conteúdo. Para continuar a publicação, tente removê-la ou carregar outra.
Desde las cenizasOnde histórias criam vida. Descubra agora