• Luna •

285 49 5
                                    

«¿Qué habrías hecho tú en mi lugar, Bianca?». 

Siempre tuviste las palabras justas en el momento oportuno. 

Tenías la habilidad de sanar las heridas del alma con solo un gesto, una palabra o una sonrisa. 

Desafortunadamente, no poseo esa habilidad. No soy tan bueno con las palabras como tú. 

Ya ni siquiera recuerdo cómo era tu voz. 

Decías que era un buen hombre y padre para ella, a pesar de conocer tantas jodidas mierdas de mí. Confiaste en mí cuando ni siquiera yo mismo lo hacía. 

Estarías tan decepcionada de mí sí me vieras ahora, si supieras hasta dónde he llegado por tu preciado tesoro, pero no como su padre. Se supone que lo único que debía hacer era cuidarla, esforzarme en seguir siendo esa figura paterna en quién podía confiar y contar en cualquier vicisitud. Ahora resulta que, en el trayecto me perdí a mí mismo de nuevo. 

Una vez te prometí dedicarme solo a ustedes, pero de repente, todo se desmoronó y ya ni siquiera estás aquí. Si tan solo estuvieras todavía, seguramente no habría caído en la tentación y habría permanecido donde debía. 

Pero ya es tarde. Tu recuerdo se ha ido esfumando con el viento y en mi cabeza no ha habido espacio para nadie más que no sea ella. 

Tal parece que, al final, sí te equivocaste conmigo, y no soy ese hombre y padre ejemplar que una vez creíste que era. 

—¿Qué te parece si me ayudas a cocinar? 

Quizá si participa en la preparación pierda el miedo y decida comer. Necesito buscar la manera de que lo haga. 

Logré convencerla de ayudarme, aunque no quiso despegarse de mí ni un solo instante. Analizaba con detenimiento sus expresiones, la manera en que observaba aterrada el cuchillo que tenía en la mano. Solo por eso, la solución que encontré fue poner el paño de la cocina por encima y cortar los ingredientes sin que ella viera el proceso. 

Al finalizar, llevé todo a la mesa con su ayuda. Sus pasos eran lentos, su mirada lucía extraviada, sé que estaba huyendo a este momento de sentarnos a comer. 

Verla a ella ahora mismo, era como ver esa muñeca que el abuelo le dejó a mi padre. Esa muñeca no habla y las expresiones o movimientos que hace son cuando alguien mueve los cables como una marioneta. En cambio Luna, tiene esa única expresión de estar muerta en vida. Su palidez le da más fuerza a ese pensamiento. 

Conozco a Valery, sé perfectamente que sus planes eran estos; dañarla de la peor manera posible. No es la primera vez que hace algo así. 

Hace varios años tuve una alumna, a la cual estaba muy unido, no estaba involucrado con ella de manera sentimental o sexual, pero me agradaba y sentía un enorme aprecio hacia ella. Tal vez porque veía en ella un futuro prometedor. Tanto así que la traje a mi casa varias veces a enseñarle ciertas materias, porque su sueño era convertirse en maestra. Pero Valery se encargó de dañarla, sin siquiera ponerle un dedo encima. Esa alumna se suicidó por su culpa y es algo que jamás le perdonaré. Mucho menos lo que acaba de hacerle a Luna. 

Senté a Luna en mi regazo, pues no quería tomar asiento, tampoco estar lejos de mí. Le acerqué el vaso de agua a la boca para que se tomara las pastillas antes de comenzar a comer. Dudó varias veces en hacerlo, pero por fortuna, terminó cediendo sin cuestionar nada. 

Sus labios temblaron y bajó la cabeza, haciendo que su cabello ocultara su rostro y apreté el tenedor de la impotencia. 

Nada de lo que hago es suficiente. No voy a permitir que Valery vuelva a salirse con la suya y me quite lo único real que me queda. 

—Come conmigo. La comida se ve muy deliciosa. Tal parece que nos complementamos hasta en la cocina— llevé el tenedor con la mitad de un espárrago hacia ella—. Sé que no te gustan las verduras, pero te aseguro que saben diferente cuando es alguien más que te lo da. Dales una oportunidad. 

Levantó la cabeza, dándole la oportunidad que le pedí, pero por su mejilla corrían las lágrimas. Se sentía fatal alimentarla así, era como si la estuviera obligando a hacer algo que no le apetece hacer, pero estaba pensando, no solo en ella, sino también en el bebé. Ese bebé necesita una madre fuerte y saludable, porque si ella está bien, él o ella también lo estará. 

Hasta que el plato no quedó vacío, no había parado de darle comida. Ahora me sentía aliviado y satisfecho de haber logrado que comiera, así haya sido casi obligada, o más bien por compromiso. 

Recogí la cocina con ella pegada a mi espalda y abrazándome tan fuerte que me limitaba de muchas cosas, pero prefería eso mil veces, que alejarla. Además, su calor y compañía para mí no era desagradable, todo lo contrario. Tal vez en el fondo, me hacía falta también esto, después de todas esas veces que me apartó de ella. 

Nos cepillamos los dientes juntos antes de ir a la cama. Decidí que sería mejor tenerla conmigo en mi habitación. En ella no había ni una chispa de sueño. Sé bien que le estaba huyendo a dormir. No era difícil darse cuenta. 

No es la primera vez que dormimos juntos, pero hoy se siente tan diferente. Quizá porque en esta ocasión no está huyendo de mí. Su mano descansaba en mi pecho y su calor se fusionaba con el mío. Estaba observándome fijamente, como si no hubiera nada más que le atrajera. 

Acaricié casi por instinto su mejilla y cerró los ojos, dejándose llevar por mi caricia. 

Esto no era lo que debía sentir por ella, pero no puedo evitarlo. 

—¿Quieres que te haga un cuento?

Abrió los ojos, asintiendo levemente con la cabeza. 

—Había una vez una niña hermosa, que era muy querida y adorada por todos a su alrededor. Decían que su belleza no tenía comparación. Poseía un cabello tan negro como la noche misma, un bello lunar en la mejilla, acompañado de dos hechizantes hoyuelos que se agrandaban cada vez que sonreía. Su piel era tan suave como un algodón. No había un aroma que pudiera envolverte y enviciarte más que el de su tierna piel y sedoso cabello. Sus ojos eran tan resplandecientes y bellos como la Luna. El brillo que había en ellos, no había nadie en el mundo que pudiera opacarlo. Encantaba a todo aquel que la viese, pero solo uno tuvo la dicha de poseerlo—retiré un mechón de su cabello, llevándolo por detrás de su oreja—. ¿Y a que no adivinas quién es? —sonreí. 

Al Borde De Un Hilo (Segundo Libro: Preludio) [✓]Where stories live. Discover now