Día 2. Rencarnación

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La bella durmiente de Manchester

Aegon y Helaena al ser gemelos compartían muchas cosas. Su belleza, su segundo género, omega, como toda la familia Hightower, que se veían fantásticos en plateado y que eran unos solterones.

Pero la característica más importante que los unía eran sus sueños. Mientras Helaena soñaba con el futuro, Aegon lo hacía con el pasado. En suyo, en concreto, un par de siglos antes.

Los Hightower vivieron por mucho tiempo en Manchester, en una casa de dos pisos, amplio jardín trasero y un gran número de sirvientes. Aegon pasó toda su infancia ahí, evitando ser reprendido por su severa madre, metiendo las manos en un río no muy lejos de calle cuando su abuelo le golpeaba las palmas con una varilla por comportarse como campesino, contemplado por la ventana a su decrepito padre marchitarse, trenzando el largo cabello de Helaena, robando un cerdo de los vecinos para aterrorizar a un huraño Aemond y mimando al encantador Daeron.

Eran días caóticos. Las noches eran diferentes.

Helaena y Aegon dormían en la misma habitación. Helaena despertaba recitando confusos pasajes, pronosticando entre palabras enredadas el futuro, durando días nerviosa, vigilante, tejiendo sin cesar. Aegon soñaba cada noche con lo mismo, una vida pasada, donde reinaba en compañía de un alfa castaño, fuerte, justo y que, incluso sin conocerlo, ya lo amaba. Sin falta poblaba sus sueños, memorizó su apuesto rostro y la forma en que sus manos lo acunaban contra su pecho. Anhelaba su aroma a cedro, tierra húmeda y chocolate amargo. Suspiraba por su voz ronca llamando su nombre. Eran tan vividos, tan reales, que a veces despertar se sentía como empezar a soñar.

Cuando se lo contó a su hermana, ella le sonrió comprensiva. Estaban acurrucados en el banco de madera vieja de su jardín, disfrutando de una cálida tarde de verano.

-Qué afortunado eres, Egg -dijo en voz baja-. No todos podemos recordar.

-¿Recordar? -repitió, frunciendo el ceño.

-Nuestras vidas pasadas -respondió como si fuera obvio-. Incluso en la eternidad, tu alma y la de tu compañero, se anhelan.

Aegon quiso reírse, desdeñar sus palabras, pero no pudo. No cuando estaba viviendo en carne propia el tormento de amar un sueño, o más bien, un recuerdo.

-¿Y cómo lo hallo? ¡Podría estar en cualquier lugar! -urgió Aegon, desesperado-. No sé su nombre, ni el de sus padres, si tenía hermanos o cuál era su apellido.

-El destino se encargará de eso -aseguró, apartando con delicadeza el cabello del rostro de su gemelo-. Tal vez te reconozca, tal vez no. No importa. Sus corazones ya se aman, solo tienen que recordarlo.

Aegon no quería esperar, más no tenía otra opción. Así cumplió diecisiete, dieciocho, diecinueve y veinte años. Amando cada vez más al que una vez fue su alfa.

Luego, su padre murió y a los meses, su abuelo. La tragedia hundió a los Higtower. Quedaron en bancarrota, ninguno poseía un dote que ofrecer ni pretendientes de los que presumir. Aemond era hermoso, sin embargo, demasiado agrio para agradar a alfas petulantes, en especial cuando descubrían que su pasatiempo predilecto era la esgrima y no tejer. Helaena se distraía en exceso, ignorando sin querer a cualquier posible pareja, era dulce, franca hasta doler y rechazaba a todos con una sonrisa azucarada. Daeron estaba pálido de pasar tanto tiempo leyendo, su lengua afilada era poco apreciada, su lucha por los derechos omega resultaba escandalosa y el que haya noqueado a un lord de un puñetazo por tocarle el trasero no fue bien visto.

Y el que Aegon se escabullera a bares para beber y coquetear arruinó su reputación, tal como deseaba. Nadie, excepto el alfa de su vida pasada, podría desposarlo. Que tendiera a meterse en problemas, no siguiera las reglas de etiqueta y que un alfa resentido hubiera esparcido el rumor de que nadó desnudo en el río fue solo el último clavo de su ataúd social.

Cuando el sol y la luna se enamoran [JacegonFebWeek2023]Where stories live. Discover now