Reflexión I: sobre las amistades

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Me ha surgido un sentimiento algo egoísta y posesivo, pero normal dentro de lo que cabe.

De vez en cuando desentierro viejos recuerdos de mi galería, y esta vez ha sido algo diferente. He viajado todo lo atrás que he podido en el tiempo, llegando al instituto. Ahí he descubierto vídeos y fotos de algunas personas, personas con las que a día de hoy no mantengo el contacto, pero que en su día fueron muy importantes en mi vida.

Es por ello que, desde las entrañas de mi corazón, ha brotado un sencillo y directo comentario: odio que ya no estén. Odio tener un límite de capacidad social. Ojalá, todas aquellas personas increíbles con las que compartí experiencias en mi época de mayores descubrimientos de la juventud, siguieran aquí, a mi lado, compartiendo todavía más locuras de las que ya había. Y aunque hay alguna persona que sí que podría escribir a día de hoy porque conservo su teléfono y redes sociales, me resulta... difícil. Quizá es por esos caminos tan diferenciados que son ahora nuestros, o quizá porque esas personas las hice daño de alguna forma y no tengo coraje para intentar arrancar de nuevo esa amistad.

Cualquiera de las opciones me lleva a lo mismo: el límite social. Teóricamente una persona, en promedio, puede tener hasta 300 personas conocidas ("amigos"), y personas realmente cercanas menos de 10. A partir de esas cifras es, en términos científicos, muy improbable mantener contacto con más gente. Esto me ha hecho sentir solo, teniendo en cuenta que soy bastante selectivo con mis amistades. Sí, hoy mismo tengo un grupo de amigos de los que estoy contentísimo y varias personas (aunque igualmente contadas con los dedos de una mano) a las que puedo confiar mis más profundos pesares; no obstante, no me quita este pensamiento de "podrían ser más", o "podrían estar también, HOY, aquellas personas del instituto".

Reflexiones de un introvertido Where stories live. Discover now