— No pierdes el tiempo, ¿verdad? — Craig asintió con la cabeza. — De todos modos, ¿podríamos vernos en la calle Wellmore número siete? Está justo enfrente del centro comercial.

— Sí, recuerdo el lugar.

Cuando se mudó allí por primera vez, hacía un par de años, sin conocer a nadie, no había tenido otra cosa en la que emplear su tiempo que en ayudar a los fantasmas que le buscaban, así que había pasado bastante tiempo deambulando por calles para conocerlas. Le había costado meses memorizar el plano de la ciudad, pero aún se le quedaba grabado. No le costaba recordar dónde estaba el lugar deseado por Stan.

— ¡Genial! Nos vemos allí en treinta minutos.

Stan también era el tipo de persona que te colgaba antes de que tuvieras oportunidad de decir una última palabra, pero a Craig no le importaba lo más mínimo. Sí, su antipatía hacia el hombre mayor (técnicamente más joven) era ilógica, pero eso no la hacía menos real. Pero ambos eran profesionales, así que guardarían sus emociones, como correspondía, y trabajaría con Stan.

Apenas había soltado el móvil cuando Kenny dijo:

— Yo también voy.

Craig enarcó las cejas, sorprendido.

— ¿Por? ¿Has olvidado que las personas con las que trabajo también son exorcistas? Podrías ponerte en peligro. — contestó, aunque bien sabía que eso no era del todo cierto. La fuerza de Stan no residía en el exorcismo, sino en la comunicación y la simpatía. — Sería mejor que te quedaras atrás.

— Déjate de tonterías. — resopló Kenny. — La chica del teléfono dijo que era débil, así que no me vengas con mentiras, ¿eh?

Ah, era fácil de olvidar que el oído de Kenny era mucho más agudo que el suyo. Era otra de las reglas que se aplicaban a los mortales, pero no a los fantasmas, para la que nadie parecía tener una explicación.

— Muy bien. Es tu elección.

— Efectivamente. No te preocupes, no te estorbaré ni arruinaré tu precioso trabajo. — su tono era seco y burlón, pero Craig ignoró su comportamiento infantil.

— ¿Por qué eso no me hace sentir ni un poco aliviado?

— Pongámonos en marcha entonces.

{...}

El número siete de la calle Wellmore era un edificio triste y sombrío construido en ladrillo rojo a mediados de los años setenta. Ya no servía de hogar a la gente (salvo a los sin techo), y Craig sintió un cosquilleo en la piel cuando se paró en el umbral. El lugar rebosaba energía espiritual, y no toda era de tipo amistoso. Esto también parecía poner nervioso a Kenny, pues el fantasma miraba la puerta con expresión tensa y retraída.

— ¿A qué esperas? No hay timbre.

— Stanley.

— Ya está dentro, imbécil. — resopló Kenny y dejó que sus pies tocaran el suelo.

Sus hombros se relajaron enseguida, y Craig se preguntó si sería porque le permitía sentirse más humano no flotar en el aire. Ante la mirada interrogante de Craig suspiró pesadamente y se encogió de hombros, como si la respuesta fuera lo más obvio.

— Supongo que no puedes sentirlo.

Kenny atravesó la puerta sin esperarle, y cuando tocó el picaporte comprobó que la puerta estaba abierta. No era de extrañar, ya que el edificio no era propiedad de nadie.

Dentro todo era gris y polvoriento, un olor a moho en el aire que le recordaba a la suciedad y a la edad. Le dejó mal sabor de boca. Grafitis de todos las formas y colores cubrían las paredes antes blancas, aunque difícilmente podían llamarse decoración. Sacos de dormir, mochilas desgastadas y otros objetos diversos se alineaban a lo largo de las paredes de la gran habitación, probablemente propiedades de los indigentes que pasaban allí la noche. Uno de sus pies aplastó los restos de una botella verde. El ruido fue fuerte en el silencio y resonó en las paredes.

Persiguiendo A Kenny (Crenny)Where stories live. Discover now