Y con ella había metido la pata hasta el fondo. Me había metido en la cabeza que no era digno de ella y mi mente jugaba malas pasadas cada vez que trataba de escribir esa maldita carta. Cada vez que levantaba el teléfono para hablar con ella. Mi negatividad no me ayudó nunca. Pero el tiempo me fue diciendo que no debía ser así de estúpido, que vida solo había una y cada año el tiempo se iba agotando.

Aunque fuesen solo unos meses, quería ser digno de ella, como si para que me perdonase tuviese que arrastrarme y besar el suelo en el que pisaba. Haría todo por ella.

La vida me había dado una segunda oportunidad tras darme la libertad en la cárcel más temprano de lo que imaginaba. Y lo iba a aprovechar hasta el final.

Ahí fue cuando observé su pequeño piso, tan acogedor como lo era ella. Me acerqué a la hermosa ventana donde se podía ver las hermosas vistas de Los Ángeles y me quedé ahí sin dudarlo, dándole espacio mientras dejaba la mochila en el suelo.

Al girarme para observarla, vi que trataba de evitarme la mirada.

Si, aún seguía enfadada conmigo y no era para menos. Sabía que lo estaría por mucho tiempo y se lo iba a dar.

—¿Quieres algo de beber? —Me preguntó acercándose a su pequeña cocina que compartía con el salón.

—Café.

Ella arrugó su frente y ahí fue cuando me observó con aquellos hermosos ojos de los que me enamoré en su día.

—Son las 11 de la noche. No vas a dormir —advirtió.

No me importaba lo más mínimo no dormir, hacía años que no sabía lo que era dormir en condiciones y me había acostumbrado a descansar pocas horas. Y cuanto más despierto estuviese esa noche para poder escuchar su voz, mejor para mí.

—Hace años que no duermo como es debido, por otra noche más no pasará nada —contesté.

Alisa asintió, colocándose un mechón de pelo tras su oreja y, por un momento, envidié ese mechón de pelo. Deseé ser tocado por ella como lo hizo con ese simple mechón. Quizás estaba más necesitado de lo que me pensaba.

Puso la cafetera al fuego y luego se giró, apoyándose en la encimera, observándome de lejos con la mirada fija en mi.

Tragué saliva, algo nervioso por ello.

—No te calles nada, Alisa. No lo hagas conmigo. —Se lo supliqué.

Quería escucharla gritarme, enfadarse conmigo, y que me dijera que me odiaba por todos estos años ignorándola, pero lo cierto es que no la ignoré, pensé en ella cada minuto que estuve en esa cárcel. Pero mis demonios no me dejaban contactarme con ella y fui un cobarde por no enfrentarme a esos demonios.

—Pensé que te perdonaría, pero no puedo, Rhys —murmuró con mucho pesar y casi fue mucho más doloroso escucharla con ese tono apagado que escucharla gritar como años atrás.

Bajé la mirada hacia el suelo, apretando la mandíbula y asentí.

—Lo sé. Lo veo en tu mirada. —Me tomé unos segundos antes de volver a mirarla para preguntarle. —¿Que puedo hacer para que me perdones?

Alisa silenció varios minutos que se hicieron eternos. Quería hacer las cosas bien con ella, por ella, por mi. Necesitaba ese cambio en mi vida, necesitaba ser una persona mejor y que Alisa fuese mi compañera de vida.

Quizás estaba pidiendo mucho y nadie en su sano juicio le daría tantas cosas buenas a alguien que, en su día, no hizo las cosas bien.

Y escuché su aterciopelada voz, ahora algo ronca como amenazadora por la frase que me estaba diciendo;

GATO: Deséalo y perderás [+18] ✔️ (COMPLETA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora