━ 𝐂: Habría muerto a su lado

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La sola idea de que Ivar se hiciera con el trono de Kattegat no le agradaba lo más mínimo, pero menos le gustaba poner en riesgo la vida de Drasil. No quería huir como un cobarde ni desentenderse de la gente con la que llevaba conviviendo desde que tenía uso de razón, pero el amor que sentía por la skjaldmö era mucho más fuerte y poderoso que su propio orgullo.

Debía sacarla de allí y ponerla a salvo a como diera lugar.

Parado en el umbral de su dormitorio, Ubbe observó a Drasil con una molesta presión oprimiéndole el pecho. Esta llevaba el brazo izquierdo recogido en un improvisado cabestrillo y cojeaba ligeramente a la hora de andar. Su rostro presentaba diversas contusiones y magulladuras que dejaban claro lo cruda que había sido su experiencia en esa última batalla, aunque el primogénito de Ragnar y Aslaug sabía que aquellas heridas no eran nada en comparación al dolor que sentía en su corazón, a esa sensación desgarradora que la corroía por dentro. El rastro de las lágrimas saladas que humedecía las mejillas de su mujer no era debido al cansancio ni al dolor físico, sino al sentimiento de pérdida que la asolaba. Ese que había sido originado por la prematura muerte de Eivør.

Solo los dioses sabían lo culpable que se sentía, lo miserable que se consideraba por haber abandonado a la morena a su suerte. Pese a que ella misma se lo había pedido, dada su dificultad para moverse, le resultaba imposible no tener remordimientos, especialmente cuando miraba a Drasil y veía los estragos que estaba causando en ella la pérdida de su mejor amiga. La más joven continuaba sin articular palabra y Ubbe temía que lo que había sucedido en aquella explanada, todo por lo que había tenido que pasar para poder sobrevivir, la hubiese terminado de hundir.

—Dras... No deberías forzar el brazo, mi amor —manifestó el caudillo vikingo, rompiendo el aciago silencio que se había instaurado en la vivienda. Él ya tenía su zurrón preparado y debía admitir que le dolía tener que dejar atrás ciertas cosas que lo habían acompañado desde que era un crío—. Déjame ayudarte.

Avanzó hacia la aludida, que seguía de pie junto a la cama, e hizo el amago de coger uno de los protectores que había sobre el colchón. Sus dedos llegaron a rozar el frío cuero, pero, antes de que pudiera aferrarlo en condiciones, Drasil se lo quitó de un rápido aspaviento. Su esposa, que no se molestó en mirarle en ningún momento, estiró el brazo sano para poder tomar el protector y lo guardó en su morral, ocasionando que una dolorosa punzada le atravesara el pecho a Ubbe.

—Drasil, por favor... Dime algo —le suplicó a la hija de La Imbatible, que continuaba metiendo cosas en la bolsa de manera mecanizada—. No puedes seguir ignorándome. Tarde o temprano tendrás que hablarme —apuntilló.

A pesar de sus intentos por hacerla reaccionar, Drasil se mantuvo impasible. Se movía como un especto, como un alma en pena, pero se notaba que lo estaba ignorando a propósito. Solo había que fijarse en su expresión, en cómo se le tensaba la mandíbula cada vez que se dirigía a ella. Y si bien comprendía que estuviera enfadada —o hasta incluso decepcionada— con él, le dolía recibir solamente silencio por su parte.

Haciendo caso omiso a su petición, la muchacha giró sobre sus talones y se aproximó a la mesa que había junto al baúl, aquella que quedaba justo debajo de la ventana. Ubbe la vio abrir su joyero con un rictus turbado contrayendo su fisonomía.

—Si quieres gritarme o insultarme, hazlo. Desahógate todo lo que quieras y necesites, pero... Por favor, háblame —insistió el Ragnarsson, a quien ya le estaba comenzado a desesperar la actitud displicente de la mujer de la que estaba enamorado—. Tan solo... Tan solo dime algo.

Drasil dejó de rebuscar en la cajita labrada y se quedó inmóvil, de cara a la ventana. La rigidez que llevaba acompañándola desde que todo se había ido a pique bajó por sus hombros y se extendió por los músculos de su espalda, que se tensaron bajo la tela oscura de su camisa.

➀ Yggdrasil | VikingosWhere stories live. Discover now