El salón estaba abarrotado de jóvenes y no tan jóvenes, rien- do a un nivel incrementado por el vino y el champán. Amanda solía amar los bailes, especialmente aquellos organizados por las Richardson; pero en aquel momento se acongojó al ver tanta jovencita guapa y descontrolada alrededor de Callum.

Tenía ganas de chillar a todo pulmón que este le pertenecía, pero no podía hacer tal cosa porque no era cierto. Su siervo poseía tanta voluntad como cualquier mujer y ella no tenía la más mínima potestad sobre él.

Callum le clavó los ojos con significado, y ella asintió entendiendo a la perfección. Se movieron en dirección a la banda y no pudo evitar dar un respingo, cuando él entrelazó sus cálidos dedos con los suyos que descansaban junto a su cadera. Pero no volvió la vista atrás, para ocultarle que sus mejillas habían vuelto a ponerse del color de los tomates ma- duros.

La banda solía estar compuesta por siervos más adultos, pues a sus amas no les importaba compartirlos, mientras le arrancaban un baile que otro al siervo joven y lozano de algu- na otra muchacha.

Cuando terminaron la canción, Amanda fingió pedirle a Callum que tocara una melodía en particular, pero en realidad le susurró que se divirtiera. El joven sonrió ampliamente y ella no pudo evitar sonreírle de vuelta. Notaba su felicidad con pasmosa claridad. Con los ojos le advirtió que se contro- lara. Alguien podría darse cuenta de que estaba disfrutando de aquello demasiado.

Callum, que no era muy dado a escuchar sus consejos, es- cogió como primera melodía una tuna que había compuesto él mismo. Era tan moderna y original que muchos rostros se volvieron hacia ellos.

―¿Qué canción es esta? Nunca la había escuchado ―pre- guntó una joven a su lado.

Amanda abrió la boca sin saber qué decir, mientras inten- taba improvisar algo.

―Es... es una tuna holandesa, sacada de un libro que en- contré en la biblioteca del pueblo ―tartamudeó finalmente.

―Es maravillosa ―dijo la joven sinceramente extasiada. Sus pupilas de color ámbar se posaron sobre Callum con ver- dadera admiración y Amanda puso los ojos en blanco. Incapaz de quedarse a presenciar como toda la sala sucumbía ante el inexorable encanto del joven como le había ocurrido a ella.

La siguiente canción elegida por Callum fue una animada tuna popular, cuyo nombre era «Oh Ama, Ama». Un grupo de muchachas ocuparon el centro de la sala y comenzaron a brin- car y entrelazar los brazos en una casi perfecta sincronización, pues era una de las canciones más populares del momento.

Amanda no pudo evitar balancearse rítmicamente como ocurre siempre que se escucha una canción que se cono- ce bien. Se detuvo cuando la voz de Callum inundó la sala, porque no le quedó más remedio que clavar su mirada en el muchacho, sintiendo como su corazón se contraía. No era la primera vez que le escuchaba cantar, pero cada vez la im- pactaba de la misma forma. Su voz era masculina, grave, tan ronca que parecía raspar su garganta de una forma tan sensual y bella que le ponía la piel de gallina. Siempre le apartaba la mirada cuando cantaba, pues estaba segura de que era bastan- te sencillo ver su reacción. Callum lo había interpretado en el pasado como indiferencia ante su talento e, incluso, había bromeado sobre que ella era la única inmune a su habilidad. Ella le había dejado creerlo, pero no había duda de que había nacido para la música.

Ama es su nombre,

Y créeme: ella lo sabe,

Tan endeble como una hoja seca,

Tan fácil de enojar y tan indefensa

que provocarla hasta me remuerde la conciencia, Débil como una rosa en invierno

Un Siervo para Amanda (El Ángel en la Casa)Där berättelser lever. Upptäck nu