Las actrices salieron al escenario y la música y los efectos especiales comenzaron a desplegarse.

Amanda vio por el rabillo del ojo que Jane se sentaba so- bre el regazo de su siervo, pero hizo caso omiso de ello y fijó su vista en el escenario. Callum estaba sentado a su lado tan silencioso como un verdadero siervo.

El primer acto ocurría en la casa de Volpone, donde la ac- triz que lo interpretaba y su parásito, Mosca, observaban las riquezas amasadas durante años de artimañas. Volpone no contaba con descendientes, por lo que la ciudad de Venecia murmuraba sobre quién se quedaría con su fortuna. Para apro- vecharse de ello, Volpone fingía estar muy enfermo, a punto de fallecer, y así atraer a los buitres que deseaban ganarse su favor, agasajándolo con favores y más riquezas, para que Volpone los convirtiera en sus herederos. El segundo acto in- trodujo a uno de los buitres y el actor interpretando a Volpone se metió en la cama para fingir estar enfermo.

A Amanda le recordó la jugarreta que Callum acababa de hacerle. Con discreción, en la semioscuridad del palco, inter- cambiaron una sonrisa al tener la misma idea.

Jane rio con la fingida doble actuación del actor. Aún es- taba sentada en el regazo de su siervo. Instantes previos de que la escena llamara su atención, lo había estado besando ajena a la obra. Por suerte, la cariñosa pareja se ubicaba en los asientos que estaban detrás de Amanda y Callum por lo que este no fue testigo de su comportamiento, sino que mantenía la atención en la obra.

Cada vez que el público reía o murmuraba sus impresio- nes en alto, Callum se emocionaba con este, y Jane regre- saba su atención a la obra. Hubo un descanso tras el tercer acto. Las jóvenes enviaron a sus siervos a la planta baja para comprarles bebidas. Amanda solía evitar el alcohol, pero aquella noche le apeteció un vaso de brandy. Los teatros de Londres no tenían permitido vender alcohol, pero Crawley era lo suficientemente pequeño como para saltarse esta nor- ma.

―¿Ocurre algo? ―le preguntó Jane, mientras esperaban a sus siervos—. Tú y Callum están tan fríos. Ni siquiera te has acercado a él.

―No, es solo que me gusta mucho esta obra ―se excu- só Amanda, volviendo la atención al público de la platea. La gente se movía por los pasillos o charlaban con sus conocidas creando cierto alboroto. Una muchacha vendiendo naranjas se abría paso entre el público.

―¿En serio? ―le preguntó escéptica―. ¿Cómo se llama la obra?

Amanda se mordió el labio esforzándose por sacar algo de la escenografía desplegada frente a ella que le diera un indicio de cuál podría ser el nombre.

―¡Vaya! Me he quedado en blanco, con lo que me gusta esta pieza ―dijo al fin forzando una risa patética.

Jane la observó fijamente. Casi podía escuchar como los monos que vivían en el cerebro de su amiga se desgañitaban para advertirle de que le estaba ocultando algo.

―Pero sin duda recordarás el nombre del autor ―continuó con una sonrisa gélida.

―Ah... ―titubeó Amanda―. ¿Ben Jonson?

―¿Ben Jonson? ―repitió su amiga con cierta burla. La contempló con manifiesto escepticismo―. Tú no lees a Ben Jonson, Amanda. ¿Ocurre algo con Callum? ¿Es que no te sientes atraída por él? No me digas que eres una de esas da- mas que prefieren la «compañía» de otras damas. Porque te conozco desde que éramos pequeñas y nunca me habías co- mentado nada.

Amanda suspiró pestañeando con incomodidad.

―Por supuesto que no, es solo que me ha gustado el co- mienzo de la obra tanto que me he quedado pasmada ―se disculpó con una sonrisa forzada.

Un Siervo para Amanda (El Ángel en la Casa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora