El aroma varonil de Callum le aceleró el corazón. Ella miró sus labios sin poder recordar qué más iba a decir.

No le quedó otra opción que apoyar las palmas de sus ma- nos en las repisas a sus lados para sostenerse.

Había entrado allí para decirle varias cosas, pero en esos momentos lo único en lo que lograba pensar era en sus maldi- tos labios. En que le gustaban su forma y como combinaban con su barbilla. Tenían una dureza que nada tenía que ver con la femenina.

No se dio cuenta de que llevaba demasiado tiempo contem- plándolo hasta que lo vio alzar la mano y tocarse la boca con los bonitos dedos masculinos.

—¿Tengo algo? —lo oyó susurrar.

Negó con la cabeza. Se planteó ponerse de puntillas en aquel mismo instante y rozar sus labios con los suyos. Sentir su barba contra la piel de su mentón. Casi se murió por la idea.

De todas formas, ¿qué sabía él? Bien podía decirle que se trataba de un gesto cariñoso y totalmente normal entre amigos.

Respiró profundamente, su pecho parecía querer abrirse en dos y derramar todo el aquel alboroto que, a duras penas, con- tenía. Todo aquel líquido cálido que la quemaba por dentro, y el tambor frenético que tenía por corazón. Su pecho quería que lo hiciera. Pero una voz tímida y aguafiestas en el fondo de su cabeza le decía que no era una buena idea. Corría el riesgo de encender la pasión de él y aunque no supiera nada sobre el asunto, la naturaleza y el instinto le enseñarían cómo proceder. Siempre había oído decir que los hombres tenían una pasión implacable y difícilmente extinguible.

La fantasía de Callum tomando la iniciativa y abalanzán- dose sobre ella en aquel recóndito armario, le hizo temblar las rodillas.

—Mi familia está en la sala de desayunos —se oyó decir con una voz modificada. Una parte de ella se odiaba por no haber tomado lo que tanto quería—. Sé que tienes muchas preguntas sobre lo que ocurrió ayer en la iglesia, pero después del desayuno estaremos todo el día a solas. Tendremos tiempo para hablar largo y tendido. Por favor, no te reveles ante nadie hasta escuchar lo que tengo que decir.

Callum asintió con conformidad.

Sin añadir nada más, Amanda irguió su temblorosa mano para abrir el armario y salir al exterior, pero antes de lograrlo, él tiró de su camisa haciéndola rebotar contra su pecho. Tuvo que agarrarse a su hombro para no perder el equilibrio, mien- tras sentía los nudillos que aún asían la prenda clavados en su estómago. Su piel parecía haberse sensibilizado, porque cada roce tenía una intensidad que nunca antes había sentido.

—No me gustan los guisantes —susurró en su oído, total- mente ajeno a la tormenta que se estaba desatando dentro de ella—. Me hacían comerlos en el Andrónicus, pero no quiero comerlos aquí.

—De acuerdo —musitó sin aliento. Rogando que el mu- chacho la empujara hacia afuera, porque se sentía totalmente incapaz de soltarlo por cuenta propia.

Las yemas de sus dedos notaban la piel de su hombro bajo la fina camisa.

Pero él no la empujó, sino que pareció desarrollar una fi- jación con su pelo. Usó la mano que tenía libre para coger un mechó rubio y acariciarlo entre sus dedos. Seguidamente, alzó los ojos para depositarlos en su rostro. Sus ojos, grises, dependiendo de la luz, se enroscaron en los de ella, y la miró malhumorado.

—No me encuentro bien —exhaló quedamente.

Fue como si hubiera vertido aceite en el fuego de su interior.

Solo tenía que arrastrar la mano que descansaba en el cá- lido hombro del muchacho hasta su nuca para atraerlo hacia ella y aliviar aquella presión en su interior, o hacerla peor, no estaba segura.

Un Siervo para Amanda (El Ángel en la Casa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora