―se burló Mary, ocasionando que la sala estallara en risas.

Amanda no tuvo que preocuparse de cómo sacar a Callum de allí, sino que fue él el que la agarró por la muñeca con la fuerza de un gorila. Ella captó el mensaje y, juntos, se desliza- ron por la pared de la iglesia hasta la salida.

O al menos era allí a dónde había creído que se dirigían. Antes de llegar a las enormes puertas de la iglesia, él tiró de ella hacia el interior de una pequeña habitación. Por suerte estaba vacía y nadie parecía haberles prestado atención.

Callum cerró la puerta y cuando se volvió para encararla, un escalofrío le recorrió la espalda. Quizá no era afortunada por no haber sido avistada por nadie sino todo lo contrario. Puede que ese fuera justo el momento en el que se arrepentiría de no haberlo denunciado de inmediato.

―¡Me has mentido en todo! ―murmuró él, acercándose lentamente a ella, como una pantera apunto de atacar.

Amanda exhaló asustada y se giró para rodearlo y alcan- zar la puerta. Callum se movió como un rayo y, antes de que pudiera tocar el pomo, sintió su fuerte brazo rodeándole la cintura y su otra mano fue directa a taparle los labios para evi- tar que gritara. La tiró contra el suelo y con una pierna sujeto sus brazos, utilizando el peso de su cuerpo para inmovilizarla.

No recordaba haber estado tan asustada en toda su vida. El dolor que le estaba infligiendo a su cuerpo le demostraba que no iba a tener piedad. Era tan cruel y despiadado como todos esos hombres en las historias que había oído. ¿Cómo podía haber sido tan estúpida? Si la mataba en aquel momento iba a ser solo su culpa.

Callum continuó tapándole la boca y se inclinó sobre ella para poder hablarle sin alzar la voz. Pero el peso sobre sus costillas se hizo insoportable.

―Nunca has tenido intenciones de ayudarme, ¿verdad?

―le recriminó con la mirada llena de rencor―. Claro que no, tu propia madre se desvive por destruirnos.

Amanda tosió al sentir los primeros indicios de asfixia. Y Callum pestañeó como si acabara de despertar de un trance. Se retiró, llevándose su peso con él y permitiéndole respirar.

―Lo siento, Amanda ―dijo, y parecía genuinamente arre- pentido―. Se me olvida lo delicada que eres.

Lo vio arrugar los ojos ante su tos, como si no hubiera sido él el responsable. Le frotó la espalda enérgicamente con una mano como para incentivar su respiración, y Amanda sintió la fuerza de esta contra su tórax. Incluso, era tan fuerte sin proponérselo, que ni ella ni ninguna otra tendría posibilidad alguna en una lucha cuerpo a cuerpo. Ahí estaba la razón por la que habían sido esclavas durante siglos.

―No me mires así, no tenía intenciones de hacerte daño

―se defendió con la inocencia de un niño pintada en la cara.

―Pero podrías, si quisieras ―musitó con ojos humedeci- dos―. No podría detenerte si decidieras matarme.

Callum pareció adivinar la dirección de sus pensamientos y que lo que acababa de ocurrir entre ellos, no había hecho más que afianzar su aprobación por el sistema en el que vivían.

―No hagas eso ―rogó el joven, sacudiendo la cabeza len- tamente―. No pretendas saberlo todo sobre mí y sobre mi carácter basándote en mi sexo. Si te he hecho daño ha sido por mi desespero. ¿Es que no entiendes mi situación? ¿Es que no somos todos humanos?

Amanda se miró la muñeca. Estaba marcada por las rodi- llas de él y probablemente se amorataría más tarde. Tenía que denunciarlo. Tenía la impresión de que si no lo hacía su propia vida correría peligro. Pero, cuando lo miró a los ojos, supo que no podría vivir con ese peso sobre su conciencia.

Callum no esperó más, se incorporó y se giró hacia la puerta.

―¿A dónde vas? ―le preguntó ella mientras se levantaba con torpeza.

Él se detuvo y se giró para contemplarla. Parecía triste, pero a la vez tenía una expresión de determinación que nunca antes le había visto.

―Voy a presentarme ante Elizabeth Hale.

―No puedes hacer eso ―le ordenó ella―. Créeme esta vez. Aunque Elizabeth esté a favor de tu causa no irá contra la ley. Te detendrán y creo que, incluso, te matarían.

Pero él no le hizo caso, sino que agarró el pomo de la puer- ta decidido a salir de aquella habitación y revelarse ante el mundo.

Amanda no podía permitir que lo hiciera. Sin pensarlo dos veces, tomó un pisapapeles del escritorio que yacía justo de- trás de y con todas sus fuerzas lo golpeó en la cabeza.

Callum se detuvo, y cuando ya parecía que nada iba a ocu- rrir, se desplomó contra el suelo.

Amanda se mordió el labio preocupada con haberlo mata- do, pero, a pesar de que le había abierto una herida en el cuero cabelludo, seguía respirando.

Volvió a colocar el pisapapeles sobre la mesa y abrió la puerta para pedir ayuda. Simplemente, les diría que se había golpeado solo contra la estantería y a nadie se le ocurriría pensar que había sido ella. Ninguna mujer jamás golpeaba a su siervo por el simple hecho de que nunca antes había sido necesario. Los siervos de todas ellas eran obedientes y dili- gentes. Pero el de Amanda la había metido dos veces en pro- blemas en una sola mañana.

Un Siervo para Amanda (El Ángel en la Casa)Where stories live. Discover now