¿Qué iba a hacer? Tenía que denunciarlo de inmediato, en cuanto encontrara a su madre. Pero eso, irremediablemente, significaría arruinar la fiesta.

«Quizá lo mejor sea esperar hasta mañana», se dijo.

Miró a Callum, que observaba algún punto de la habitación con una expresión indiferente mientras las chicas lo importu- naban. Entonces, se dio cuenta de que no era la fiesta lo que no quería arruinar, sino el hecho de tenerlo despierto. Lo que- ría para ella un poco más. Solo una noche más.

―Niñas, dejen de agobiarlo ―les pidió con tranquilidad, a sabiendas de que detestaban que las llamara así―. Son de- masiadas, no le dejan respirar.

―Amanda no quiere compartir su juguete ―se quejó Hen- rietta, provocando que sus hermanas se echaran a reír como ratitas histéricas. Era la hermana más pequeña, de apenas 14 años de edad; pero, sin duda, era la más revoltosa.

―Espero que maduren pronto ―les dijo, y puso los ojos en blanco. Se acercó a Callum y alargando el brazo lo instó a darle la mano y levantarse del sofá donde lo habían sentado las chicas.

—Vamos al jardín Callum, estarás hambriento —dijo sin mirarle, pues de nuevo, su contacto la había sonrojado. Ca- llum no era tonto y no tardaría en darse cuenta de que sus sonrojos estaban relacionados con él. Tenía que aprender a controlarlos.

El chico la obedeció de inmediato y de forma tan robótica que por un momento se pregunto si lo del bosque había sido un sueño. Se reprendió así misma por sentirse tan triste ante la posibilidad de que su siervo volviera a infectarse.

Tiró de él hacia el jardín, y fueron seguidos por las chi- cas y el barullo habitual que las acompañaba. No pudo evitar apretar con suavidad la mano que sostenía a modo de disculpa por el latoso comportamiento de sus primas. Tampoco pudo evitar sonreír cuando él le devolvió el apretón.

En la parte trasera de su casa, se extendía el enorme jardín que desembocaba en una gigantesca fuente y detrás de esta, se dejaba ver un pequeño bosque. A la derecha se encontraba el establo.

—Tu habitación está por ahí —le susurró con una sonrisa, señalando las cuadras.

Había algo retorcidamente agradable en el hecho de que él no pudiera responderle en público.

A su izquierda, había un pequeño huerto que su tía cuida- ba como pasatiempo. Un entretenimiento que todas disfruta- ban, pues no había comparación entre el sabor de las verdu- ras frescas y las que habían sufrido el maltrato de un día de mercadillo.

Su madre y su tía estaban sentadas en las mesitas del jar- dín, tomando el té. Las mesas estaban repletas de refrigerios y aperitivos. Tom y Ross, los siervos de su madre y su tía, estaban sentados en la hierba junto a los perros.

Cuando la madre de Amanda los divisó, un brillo se ins- tauró en sus ojos al contemplar a Callum. Amanda arrugó el entrecejo, pues era inusual que su madre mostrara interés en un siervo. Quizá había percibido de inmediato la inteligencia en el muchacho y aprobaba su elección.

Su tía les sonrió con su habitual despreocupación. Era una mujer cuya templanza no le era fácilmente arrebatada y siempre se encontraba de buen humor. Sus cabellos grisáceos se recogían en un abombado y elegante moño en el centro de su nuca. Al contrario de Mary, la tía de Amanda era delgada como una gacela y lo único que las diferenciaba en edad era que Mary aún conservaba sus cabellos del rubio oscuro con el que había nacido.

―Excelente ejemplar, Amanda. Te felicito ―dijo su tía, Evelina.

Mientras su tía hablaba, Amanda pudo ver por el rabillo del ojo como su madre se fijaba en la marca que Callum le había hecho en el brazo.

Un Siervo para Amanda (El Ángel en la Casa)Место, где живут истории. Откройте их для себя