―¿En qué pensabas cuándo adquiriste esa monstruosidad? La mitad del pueblo me ha visto contigo y esa cosa esta noche.

Amanda se llevó la mano a la gargantilla de forma incons- ciente. Sus primas se la habían traído de Londres y se había enamorado del precioso cabujón digno de exhibirse en el casi- no Monte Carlo. Se componía de un delicado lazo más oscuro ensartado en gemas cuyos bordes terminaban en hojas, como dictaba la moda. Bajo el lazo, la gran gema turquesa de forma ovalada estaba rodeada de pequeños diamantes. El adorno era la combinación perfecta entre sencillez y modernidad, o al me- nos eso había creído hasta ese momento. Jane no era la clase de persona que insultaría el aspecto de alguien por envidia. No había duda de que la gargantilla era ridícula; y ni Amanda, ni su familia tenía el gusto necesario para haberse dado cuenta.

Decepcionada por el cambio de perspectiva, Amanda tiró de Callum con fuerza para que la acompañara. Era como in- tentar mover una montaña, pero finalmente el chico captó el mensaje y comenzó a andar.

―Estoy cansada, Jane. Nos vemos mañana.

―Pero Sally nos espera para desayunar ―exclamó la jo- ven a su espalda.

Amanda fingió no escucharla y apresuró el paso hacia el bosque.

El sol se colaba entre las hojas, dotando al bosque de un resplandor verdoso. El canto de los pájaros y la suave brisa acariciando los árboles eran los únicos sonidos cuando ya se habían alejado de la villa.

Amanda se separó de Callum. Primero porque le era más fácil sortear así los troncos y los baches que encontraba en su camino con la pesada falda, y segundo porque se había sentido incómoda tras las palabras de Jane. Supuso que iba a necesitar unos días para acostumbrarse a la idea de que su siervo era...bueno, como había recalcado Jane de forma tan ruda, un descerebrado.

—Nuestra casa está al otro lado del bosque —le informó, dándose la vuelta para mirarlo.

Su corazón dio un salto al descubrirlo mirando a su alre- dedor. Parecía confuso, como alguien que intenta decidir qué camino tomar.

Amanda sabía que debía informar al Andrónicus de inme- diato de esas pequeñas anomalías que estaba percibiendo en Callum. Pero se dio cuenta de que no tenía intención de ha- cerlo. Lo había elegido a él justamente por ser diferente a los demás hombres.

Recordó que Callum no había sido su primera elección y en esos momentos, al verlo allí parado en medio de un bos- que, a la luz del día y con el pelo revuelto, se preguntó cómo pudo haber considerado a ningún otro.

Su pecho percibió un extraño cosquilleo. Aquel hermoso espécimen era suyo, le pertenecía. Podía acercarse y tocarlo como había hecho Jane. Y podía hacerlo las veces que se le antojara.

El viento sopló repentino, logrando que una hoja caída ro- dara por el suelo. Callum giró la cabeza de golpe para obser- varla. Amanda juraría que había fruncido el ceño.

―Solo es el viento ―le aseguró, caminando hacia él―. No tienes nada que temer. La ceremonia ha terminado, y yo cuidaré de ti.

Él la miró con lo que parecía ser confusión, y Amanda exhaló una bocanada de aire. Tal vez fuera normal que tras dieciocho años viviendo en el Andrónicus salir a un nuevo mundo con una desconocida alterara su comportamiento. Te- nía que tratarse de eso.

La mirada expectante del joven se hizo demasiado pesada, hasta que bajó para depositarse en su collar. Amanda soltó un bufido suave, recordando las burlas de Jane y se deshizo el nudo que lo sostenía en su nuca. Observó la joya con labios prietos, y la tiró a un lado con cierto pesar. La gargantilla voló hasta caer sobre la tierra y enroscarse con las ramas del árbol más cercano. Lo mejor sería que les dijera a sus primas que lo había perdido durante la noche.

Un Siervo para Amanda (El Ángel en la Casa)Where stories live. Discover now