Capítulo 29 (parte 2)

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—¿Por casualidad la chama en cuestión tenía el pelo negro, corto como a la barbilla y así de alta? —Señala a la altura de su propio hombro, y la descripción es tal como la recuerdo.

—Pues, sí.

—Esa era mi hermana, Andrea —comenta con un tono de voz sin inflexión alguna.

—¿Que, qué?

Tomás corre una mano entre su cabello y el gesto obstruye mi vista de su cara por un instante. Una pequeña sonrisa nace en su cara mientras hurga el bolsillo de atrás de sus jeans y saca su billetera. La abre y me la ofrece.

Una foto con cuatro personas me da la bienvenida desde el bolsillo transparente dentro de la billetera. La misma chama que lo halaba al salir de la sala de cine del Doral aparece al lado de él, y a sus flancos están sus padres. Puestos uno al lado del otro el parentesco es indiscutible y me siento como una insulsa.

—Este... ¿y se llama Andrea?

—Andrea Beatriz Arriaga Villa, para ser precisos. —Hace una pausa y aún sin que levante la mirada sé que está sonriendo—. Creo que ese fue el día donde me dio lata con el sushi.

—Sí, ese —murmuro y le devuelvo la billetera antes de mirarlo de frente otra vez—. ¿Y qué decís de Andrea Vélez?

Una arruguita aparece entre sus cejas. La lluvia creo que está menguando, pero en este momento toda mi atención la tiene él.

—¿Qué de ella?

—¿No es tu novia, pues?

Tomás arruga la cara.

—Qué va. —De la impresión se me ha caído la quijada y no puedo decir ni pío, pero en contraste Tomás sí—. Somos amigos de la infancia, para mí es como otra hermana ladilla.

—¿Y ella lo sabe? —Sacudo mi cabeza para reajustar toda mi realidad—. Porque ella se porta como una misma cuaima... Digo, te cela mucho.

Una de sus mejillas tiembla pero se mantiene serio. Respira profundo y vuelve a hablar.

—Es complicado pero sí, ella lo sabe. Créeme.

Leyendo entre líneas, a ella le gusta pero a él no. Y Tomás se lo ha hecho saber.

—Bueno, no es que yo te deba creer o porque deba saber nada de esto, solo que...

—Que estabas celosa —enuncia claro y raspado, efectivamente asesinándome con solo esas tres palabras. Tomás ladea la cabeza hacia atrás, sus ojos cerrándose un poco más mientras me observa.

—No —tartamudeo la una palabra de respuesta.

—Y sino, que me entendiste mal.

Ahora sí la vergüenza que siento en mi interior llega a ebullición y no soporto más su mirada escudriñadora. Temo que está leyendo cada secreto escondido en mi mente y sabe que este malentendido era lo único que había de por medio entre nosotros.

Me doy la vuelta. Si sigue lloviendo esta vez no me importa, con tal de que pueda escapar. Pero su voz me detiene.

—¿No crees que el que debería estar molesto soy yo?

No puedo evitar lanzarle una mirada de fastidio sobre mi hombro.

—No sé por qué, si yo soy inocente.

Tomás avanza unos pasos hasta quedar a mi lado, y esta vez clava su mirada en la lluvia que aún cae afuera.

—¿No estás con Javi, pues?

—¿What? —El grito retumba por todo el galpón y Tomás levanta una ceja—. Miarma, no, él no... yo no... ¡No!

—¿Entonces por qué no me dejaste besarte?

No puedo creer que Tomás, alguien que pensé que era más tímido que yo, pueda hacer esa pregunta con tanta tranquilidad.

No, no es tranquilidad. Lo que hay en su semblante es determinación. Quizás estuvo todo un año reuniendo el coraje para hacerme esta pregunta. Así como yo me he tardado tanto tiempo en poder confrontarlo.

Giro para mirarlo de frente. Él hace lo mismo.

—Pensé que estabas con Andrea.

—Pues yo pensaba que estabas con Javi.

—¿Y aún así intentaste besarme? —pregunto con un hilo de voz y él se encoge un poco.

—Fue un cortocircuito, lo siento.

—Por favor, no más Máquinas Eléctricas —sonrío y él se muerde el labio.

—¿Máquinas de otro tipo sí?

Ay.

Aquí yazco.

—¡Epaaaaa!

No, ahora sí morí de verdad.

Renazco para pegar un brinco y separarme de Tomás, porque Yael y Javi si acercan por la misma ruta que Tomás había agarrado hace unos momentos. Creo que si mi corazón sigue latiendo con la velocidad que lleva voy a terminar en un hospital.

—¿Ya terminaron? —Me paso el cabello detrás de las orejas e intento sonreír como si nada. De reojo, Tomás me observa con su cara de póker pero no me engaña. Ese brillo en sus ojos no estaba ahí antes.

Por suerte, los muchachos no echan vaina y debe ser porque no vieron como Tomás y yo estuvimos a punto de tirarnos encima. Pero ese es el día en que todo cambia de verdad.

 Pero ese es el día en que todo cambia de verdad

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NOTA DE LA AUTORA:

¡Al final deciden dejar de ser pendejos! 🥳🥳 (o eso parece)

Con la maleta llena de sueños (Nostalgia #2)Where stories live. Discover now