Salomón revienta en carcajadas mientras yo me levando de golpe, mirando alrededor a ver si alguien más fue testigo. Hay algunas personas aquí y allá, pero solo un señor mayor con escoba parece haberme visto. Él sacude la cabeza y sigue barriendo un pasillo.

—Yo no sé cómo Valeria te soporta —mascullo mientras me limpio la parte de atrás de mis jeans con las manos.

—El amor es ciego. Menos mal que te pusiste lentes de contacto, ¿no?

No me río de su chiste. Agarro mi morral del suelo del carro y cierro la puerta con tanta furia que el vehículo se menea.

—¡Buena suerte, Sikiú Dayana!

Me aguanto las ganas de desgañitar una vulgaridad en pleno estacionamiento de la Facultad de Ingeniería de la Universidad del Zulia, porque ésta no es la forma en que quería comenzar mi carrera universitaria. Por esto era que no quería que me trajeran el primer día. Papi me hubiera dado un discurso similar, mami me hubiera hecho sentirme culpable por no estudiar algo que pueda ayudar a crecer la tienda, pero cualquiera de ellos hubiera sido mejor opción. Salomón solo con pestañear me saca de mis casillas.

Llevan todos los meses desde que me gradué del liceo dándome lata con estas cosas, y estoy harta. Ninguno termina de entender por qué he escogido esta carrera. No importa cuántas veces les he explicado que me gustan los números y quiero estudiar algo con lo que pueda hacer que los números sean útiles. ¿Por qué es tan difícil de entender?

Doy cada pisada como si quisiera empezar un terremoto con ellas. Detrás de mí oigo el carro prenderse de nuevo y arrancar, pero no me volteo a despedirme de Salomón. Me obligo a inhalar y exhalar lentamente mientras atravieso el estacionamiento, pero llego a un pasillo al aire libre y me doy cuenta de que no tengo idea de dónde ir.

—Buenas tardes. —Me dirijo hacia el bedel, al menos ya menos molesta que hace un minuto—. Disculpe la molestia pero, ¿me puede decir dónde está el Ala A?

El señor hace una pausa, mirándome como si fuera un alienígena. Eso no ayuda a mejorar mi humor. Justo antes de que le repita la pregunta, él señala con su mentón hacia la enorme apertura a un edificio justo detrás de mi.

—Muchas gracias. Que tenga buenas tardes.

Me doy la vuelta y observo la puerta hacia mi futuro.

Mi corazón late como si hubiera trotado desde la casa hasta aquí. Los nervios retuercen mi estómago porque a pesar de lo fastidiosos que han sido mis papás y mi hermano, puede que eso sea nada comparado a lo que vaya a encontrarme aquí. Recuerdo que la mayoría de los estudiantes que tomaron la Prueba Específica de Ingeniería fueron chamos. De hecho, por haber comentado eso fue que mi familia me empezó a dar lata. Así que estudiar aquí puede que sea maravilloso, liberador, empoderador...

O puede que esto sea un desastre de proporciones épicas que le de la razón a mi familia de que esto fue una mala elección.

Una ráfaga de perfume de hombre interrumpe mi melodrama interno. Lo primero que pasa por mi mente es que huele a caro. Lo segundo es ladilla, porque el chamo en cuestión atraviesa la entrada sin pensárselo dos veces, con confianza de que pertenece aquí. Y si es uno de los nuevos me ha ganado en mi intento de llegar de primera al salón de clase.

Me dejo de guebonadas y entro al Ala A. A medida que voy pasando chequeo las placas junto a cada puerta a ver si avisto el salón que me fue asignado, y concluyo que estoy en el polo opuesto.

El chamo camina varios pasos delante de mí. Debato si sobrepasarlo pero lo único que lograría con eso es parecer exactamente tan intensa como soy. Pero en los últimos meses decidí que en la universidad iba a ser la mejor versión de mí. Me puse unos jeans ajustados y sandalias de plataforma que hacen que mis piernas se vean súper largas, con una franela celeste entallada que atisba solo un poco de piel cuando tomo asiento. Rematé el look con accesorios a juego de los que vendemos en nuestra tienda. No seré la más bella de la clase, y tampoco vengo con la intención de ser el centro de atención, pero me siento confiada en mí misma y mi decisión de estudiar aquí.

Algunos salones de clases tienen gente adentro, pero el pasillo está vacío excepto por el chamo este y yo. De vez en cuando él voltea su cara para observar los números de los salones de clase, pero lo único que distingo es que tiene lentes. Su pelo es negro como el azabache, más largo arriba y cortado casi al ras abajo. Lo que veo de sus brazos muestra una tez muy blanca. No se voltea a ver quién lo sigue, a pesar de que debe oír el eco de mis pisadas más seguidas que las suyas. Porque el condenado es alto y abarca trecho más rápido que yo.

Ahí es cuando caigo en la cuenta. ¿Y yo por qué carajo lo estoy siguiendo tan de cerca? ¿Es por el perfume hipnotizante, verdad? El olor a hombre apuesto y no a chamo quizás de mi edad me tiene embelesada. Esto no se lo puedo contar a Salomón o va a espetar un «te lo dije».

El chamo se para frente a lo que yo también creo que es mi salón. O sea que es compañero mío. Pero me hago la que ni lo he visto y me cercioro de haber llegado al sitio correcto, asomándome por la ventanilla de la puerta. Hay clase adentro, así que me toca esperar.

En eso me doy la vuelta y consigo al compañero apoyado contra la pared de bloques de concreto con huecos. Su atención está puesta sobre su Motorola, uno de esos bien costosos que se abren y se cierran, cosa que hace que esto sea más incómodo de lo que ya es. Pero estiro la espalda y pongo una sonrisa.

—Buenas tardes, ¿también estás en la Sección A?

Él levanta su cara y su mirada se clava en la mía. Pero en vez de saludarme de regreso, sus ojos claros se agrandan un poco. Es como si le asombrara verme aquí parada frente a él.

El silencio se estira por demasiado tiempo como para ser decente. No entiendo por qué me mira así, pero hace que regrese toda la arrechera que me causó Salomón hace un rato.

Un instante antes de que yo abra la boca para decir algo que no promueva amistad, otros pasos se acercan desde mi derecha. Un chamo dobla la esquina y aparece entre el otro y yo. Éste también hace un ademán de sorpresa ante mí. ¿Qué acaso nunca han visto una chama?

Pero el segundo sonríe.

—Este... —empieza, pero en vez de seguir, mima como si estuviera peinándose y me señala.

Inhalo con fuerza. Había olvidado que el mamahuevo de mi hermano me había vuelto el pelo un nido de chocorocoy. Mientras intento componerlo, le lanzo una mirada asesina al primer chamo. Él la esquiva y enfoca su atención de nuevo en su celular.

Por culpa de Salomón, mi nueva vida empieza en vergüenza.

NOTA DE LA AUTORA:

Oops! This image does not follow our content guidelines. To continue publishing, please remove it or upload a different image.

NOTA DE LA AUTORA:

Pobre Dayana. Lo que le espera 😌

Con la maleta llena de sueños (Nostalgia #2)Where stories live. Discover now