Capítulo 1: La Metamorfosis (II)

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Miró las estrellas y se propuso continuar por la vía de trocha de un viejo ferrocarril. Era pleno verano y las noches no eran tan frías; el último diciembre la pasó casi congelado dentro de una casa abandonada sin ventanas, con cartones para cubrirse. Para sus adentros, Lucah se preguntaba cuál sería el siguiente destino. Quizás era un buen momento para conocer una gran ciudad, tal vez una localidad portuaria con buenas playas y ambiente fresco pensó.

Para la madrugada se había alejado bastante del pequeño pueblo de Saint Jordi; encontró una antigua y pequeña estación de tren, entonces se acercó para fisgonear. Dentro, unas cuantas mesas rotas, papeles por todo el suelo y paredes llenas de dibujos hechos con aerosol. El estómago le rugía y prefirió descansar para olvidarse del hambre.

Su estómago no dejó de quemarle durante todo su sueño. Incluso dentro de sus pensamientos, soñó con un gran fuego azul que intentaba escapar de su vientre. De repente, con gran confusión, su estómago estalló en dolor. Sus ojos se abrieron de par en par y vio varios pies frente a él. Subió la mirada; aún con dolor en el estómago entendió lo que estaba pasando. Un grupo de gamberros adolescentes lo había encontrado.

Intentó recuperar el aire, pero no pudo. Los jóvenes pandilleros se mostraban desafiantes y soberbios. Eran cinco en total; uno de ellos, el más grande había sido probablemente quien diese aquella patada al estómago de Lucah. Detrás de él, sus compinches reían por lo bajo. Todos ellos con sudaderas oscuras y pantalones cortos.

—¿Ya vas a levantarte?—refunfuñó el líder—. Creo que eres un poco sordo o quizás un poco tonto.

Miro a su derecha haciéndole un gesto con la boca a un tipo de cabello largo, este mismo se acercó y se puso en cuclillas frente a Lucah.

—No sé si entiendes la situación, pequeño—susurró. Del bolsillo izquierdo de sus pantaloncillos sacó una pequeña navaja y puso su boca a escasos centímetros de la oreja de Lucah—. Nadie sabe que andamos por aquí, eres un cabo suelto y a Demian no le gustan los cabos sueltos.

Lucah se alejó un poco, aún con algo de dolor, pero con la respiración recuperada. Giró la cabeza para ver frente a frente al jovenzuelo de cabello largo y le escupió directamente a los ojos. Por instinto, el joven criminal se llevó las manos a la cara y cortó con su navaja una parte de su frente. Gritó con fuerza mientras sus compañeros quedaron absortos ante la escena. Lucah atravesó la habitación a cuatro patas, pero una bota le pisó la mano izquierda. Elevó la mirada y un golpe directo le dio en la mejilla.

Demian, el líder, lo tomó de su camiseta, luego lo subió como un muñeco de trapo hasta que ambas miradas se cruzaron y terminó por asestar un potente cabezazo en la frente de Lucah. Por su mente pasaron muchas ideas; el incendio del orfanato, las calles de Saint Jordi, las chisporroteantes arenas rojas de su collar y el intenso dolor en su vientre que se había convertido en ardor.

Cuando volvió a abrir los ojos vio al sujeto de cabello largo aún en el suelo acompañado de otro joven. Mientras tanto, de cada brazo un pandillero lo sujetaba. Al frente suyo, Demian, nuevamente, dispuesto a continuar con la tunda. Inició por un puñete en el estómago que dejó nuevamente sin aire a Lucah, luego un escupitajo a modo de devolución y venganza, para finalizar con un puñete en el lado derecho de su rostro.

Sin embargo, al mirar sus nudillos, Demian miró asustado la sangre que comenzaba a brotar de cada uno de ellos. Luego su mirada se dirigió directamente a Lucah y echó un paso para atrás. Ambos compinches, que sujetaban los brazos del huérfano, se miraron desconcertados. Desviaron la mirada a las mejillas de Lucah y lo soltaron inmediatamente.

Lucah tenía la mirada perdida, pero de un color rojo brillante. En sus mejillas, escamas aquilladas de color carmesí, aparecieron. Duras y filosas, estas habían sido el motivo de la sangre de Demian. El joven criminal herido y su enfermero provisional también se habían dado cuenta de la situación, por lo cual, decidieron en grupo retroceder a una de las esquinas de la habitación. Lucah mantenía esa mirada perdida mientras los asustados gamberros intentaban entender qué estaba sucediendo.

En las manos de Lucah comenzaron a brotar escamas iguales a las de sus mejillas. Su cabello empezó a humear y el ambiente se llenó de un calor sofocante. Desde las raíces de su pelo, finos cabellos como hilos de color vino crecieron aceleradamente, mientras su antigua y desordenada melena se convertía en humo. Sus puños se cerraron a la par que su respiración se hacía más fuerte. Su camiseta se rompió cuando por su espalda apareció una serie de crestas dorsales.

El miedo asfixiante que sentían los bravucones terminó por reventar cuando Lucah se llevó una mano al estómago y notaron que sus uñas habían crecido como largas garras. Toda la vieja oficina se llenó de humo, inmovilizados en una esquina por el miedo, los pandilleros comenzaron a toser. Lucah cayó sobre sus rodillas y miró al techo aún con sus ojos rojos inexpresivos.

Entonces gritó.

Pero no salió ningún sonido de su boca. Hubo ruido, es cierto, pero no fue Lucah quien lo generaba, sino el techo que había comenzado a prenderse en fuego. Demian notó, aún en el apabullante terror que sentía, el collar que Lucah llevaba consigo. Antes no había sido más que un adorno sin valor o importancia que podrían robarle al quitarlo del camino, pero ahora brillaba de forma intensa y lanzaba chispas que parecían intentar escapar del frasco.

Los tablones del techo empezaron a caer, Lucah había bajado la cabeza para mirar hacia al frente, pero no hacia sus previos atacantes. Su vientre dejó de arder, pero su instinto le llamaba a seguir expulsando ráfagas de fuego por todo el lugar.

Dentro de su mente, Lucah se hallaba en un gran espacio oscuro con una especie de pantalla que mostraba la escena que sus ojos perdidos veían en la realidad. Imposibilitado por mantener el control de su cuerpo comenzó a mirar a su alrededor buscando una salida sin éxito. Bajo sus pies, notó un suelo duro y frío que empezaba a entibiarse. Colocó las manos sobre el piso y lo que parecía hormigón comenzó a desintegrarse en una sustancia similar a la tierra mojada, entonces el suelo se calentó aún más y bajo sus pies notó, ya seca, una arena roja que lo absorbía como arenas movedizas.

No podía sacar sus brazos, sus piernas, fijó su mirada una vez más en la pantalla y observó a los jóvenes delincuentes huyendo despavoridos del incendio. Se dejó enterrar finalmente con el pensamiento de que su vida había sido un poco interesante. Solo un poco, pero interesante al final de todo.

Las Crónicas Híbridas: La Hermandad de la GuardiaWhere stories live. Discover now