Capítulo 1: La Metamorfosis (I)

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"La fantasía es, como muchas otras cosas, un derecho legítimo de todo ser humano, pues a través de ella se halla una completa libertad y satisfacción".

J.R.R.Tolkien.

***

Habían sido catorce largos años. Primero lo criaron en una pequeña casa de infantes sin hogar, eso fue lo que le dijeron, aunque al final ese orfanato cerró por un incendio incontrolable. Nadie lo encontró en los escombros y cenizas; así que por cuenta propia escarbó en la tierra hasta ver de nuevo la luz. Vivió desde sus cinco años en la calle, entre ratas y vagabundos. Detestó sus primeros años de vida en aquella vieja habitación gris y la cambió por calles sucias llenas de bullicio.

Lucah nunca recibió un apellido. Y aunque tuviese uno, no recordaba cual era. Por eso, desde el alguacil hasta el panadero, lo conocían únicamente por su nombre. Cada semana se levantaba en una construcción abandonada distinta. Llevaba en un pequeño saco todas sus pertenencias; unas cuantas prendas viejas, un libro deshojado, unas botellas aplastadas, un mechero y un pequeño frasco de vidrio que tenía por tapa un viejo corcho y en su interior unos granos de arena de un color rojo oscuro.

El frasco era diminuto, no mediría más de lo que mide la tercera falange y estaba muy bien sujetado por unas cadenillas plateadas. Lucah lo tenía colgado de su cuello usualmente. A veces lo sumergía en lo profundo de su saco, pero siempre lo tenía a su disposición. Él no tenía particular aprecio por nada, por eso sus pertenencias eran pocas, pero guardó el frasco de arena roja como un recordatorio de su vida pasada.

Los primeros años de su vida consiguió sobrevivir por la caridad de todo el mundo. El panadero le daba algunos panes por la mañana y el carnicero los menudos no vendidos del día por la noche. Incluso las personas sin hogar se compadecían de él y le daban algunas monedas para dulces y chucherías. A medida que creció, la caridad disminuyó. Los panes por la mañana ya no eran ni migajas. El carnicero prefería darle de comer a los perros. Las personas sin hogar a veces le robaban a Lucah. Todo ello lo empujó a su pequeña vida delictiva.

Comenzó recogiendo lo que se le caía a la gente por la calle. Fruta, pan, agua embotellada o refrescos, algunas monedas y prendas como gorros o medias. Todo eso cambió cuando vio su primera billetera caída; compró jamón ibérico, pantalones y unas botas, luego fue a cortarse el pelo y finalmente durmió luego de mucho tiempo en una cama. Las billeteras caídas se convirtieron en billeteras sustraídas y Lucah se convirtió en un experto de ello.

Sus robos de menor escala no hicieron más que ganarle el desprecio de su pueblo. Tuvo que mudarse a otras aldeas y localidades donde no le conociesen para que pudiese nuevamente ganarse la confianza de la gente. Lucah ya no era un pequeño niño de su vieja aldea, ahora era un jovencito entrado en la adolescencia que viajaba por su cuenta haciendo autoestop, que robaba incluso a quienes se habían detenido a ayudarlo.

Lucah era un pequeño petirrojo que desbancaba a sus filántropos caritativos. Tuvo de pies a cabeza hartos a los pobladores del último lugar en el que se auxilió. Hasta que reventaron en ira y fueron hasta su escondite. Una pequeña casa abandonada en las afueras del pueblo, conocedores de sus artimañas llevaron palos y trinches para exigirle que se largue lo más pronto posible. Con perros encadenados que avisaron de su llegada gritaban furiosos improperios.

Lucah los escuchó desde que se reunieron en la plaza, porque él también se encontraba ahí. Desde la torre del campanario de la capilla veía a las personas agrupándose en la plazoleta central, hacia cinco días que se había enterado del plan de los aldeanos. Rio para sus adentros y disfrutó sentado del espectáculo de un grupo de casi cincuenta personas enardecidas caminando hacia un lugar abandonado. Cuando estuvieron lo suficientemente lejos tomó su saco y se dispuso a comenzar su viaje a una nueva ciudad, en esta ocasión robando un caballo que abandonaría a medio camino.

Sin vergüenza alguna bajó por las escaleras de piedra e hizo un ruido tremendo al cerrar las grandes puertas de la iglesia. Vio al sacerdote sentado en una de las veredas de la plaza y lo saludó con gracia mientras hacía una floritura en el aire que simbolizaba su "despedida". Él lo miró sorprendido, pero no hizo gesto de reprobación que pudiese notarse a esa distancia. Se acercó a los autos viejos y pensó que no sería una mala opción robar uno, pero que seguramente eso sería mucho peor y lo buscarían hasta el siguiente pueblo con ahínco. Buscó en el madero a los caballos de la alcaldía y solo vio una mula vieja, eso no estaba dentro del plan, sin embargo, aún le servía para ahorrarse la fatiga de medio viaje.

Se dispuso a subir a la mula, pero una mano gruesa lo tomó de la muñeca. El viejo sacerdote lo había seguido hasta ahí.

—Usted no me haría daño—dijo con una voz casi sarcástica Lucah—, ¿verdad?

—Solo no te robes la mula—reprochó con una calma exhortativa Joseph, el viejo cura.

Lucah apretó los labios y bajó las cejas para mostrar que no se encontraba jugando más. No le molestaba forcejear con un anciano, pero eso levantaría de la cama a lo que quedaba del pueblo y seguro que no tardarían mucho en volver a por él aquellos que se fueron desde la plaza. Y, aunque sabía que la aldea quería únicamente que se largara, prefería ahorrarse el cansancio de tener que apaciguarlos, conversar con ellos y buscar una forma pacífica de irse de allí.

—Bien, bien, tú ganas—respondió Lucah levantando las manos en señal de rendición.

Tomó con enojo su saco y se fue caminando hacia la entrada del pueblo. En medio de la oscuridad notó con simpatía las luces brillantes que desprendía el frasco de arena roja que rodeaba su cuello. Recordó que hace mucho que no sucedía, los pequeños granos de arena chisporroteaban y explotaban como maíz de palomitas. Solo sonrió y apuró el paso.

Las Crónicas Híbridas: La Hermandad de la GuardiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora