Argentina vs Países Bajos

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—Volvimos a ganar, realmente das suerte.

El roce de su mano en la mía fue breve, fue certero, fue la flecha que dio directo en el centro de la diana. Quedé desarmada, vulnerable, de pronto nuestro alrededor se esfuminó en manchas celestes y blancas. No existían los demás, no podía verlos ni enfocar la vista en alguien más que no sea él y tampoco quería.

Di el salto de fe, di el paso hacia adelante sin saber si habrá un suelo firme que me reciba.

Con  cuidado, moví mi mano y logré capturar la suya con una suave presión. Se sorprendió, no se alejó, solo se sorprendió antes de responder al agarre. Era notoria la diferencia de tamaño de su mano con la propia, por segundos ambos decidimos quedarnos como esculturas. 

Lo único que pudo romper el hechizo fue Enzo, un tanto cansado y frustrado por tener que atender las mesas que Julián decidió ignorar para quedarse a mi lado. Solo se lamentó con su amigo, soltando con lentitud mi mano, sin mirar hacia atrás, sin mirar hacia mi y se encaminó a la bruma de personas, banderas, mesas desordenadas que era la pequeña cafetería. Decidí no irme, decidí sentarme de nuevo en mi lugar a pesar que antes había dicho lo contrario. Estaba decidiendo, estaba atreviéndome y desafiándome , sentí que si me tiraba a la pileta puede que esta vez este llena. ¿De qué? ¿Agua? ¿Aire? No lo sé.
El señor que antes me habló mal, el mismo que me tocó sin permiso, realmente estaba mucho más calmado. 

—Perdóname —repitió una y otra vez, entre sorbos que daba al vaso de agua de otra mesa, vaso que robó y ni importancia le dio. —No estoy muy bien, nena—.

—Entiendo, no se preocupe.

—¿Vos sos amiguita de Julián? 

—Podría decirse —me aventuré con esa respuesta, lo cierto ni yo sé bien cómo podría definirnos—.¿Nos estamos conociendo?

Detrás del señor, comenzó a pasar un desfile de personas contentas, cantando "Muchachos" levantando con orgullo la bandera oscilando con el viento de la calle. En unos cuantos minutos el lugar ya comenzaba a verse tal como lo conocía, con Julián y las meses desocupadas. 

—Bueno, nena, también me voy. Un gusto, mándale saludo a Scaloni.

—¿A quién?— le vi hacer señas hacia la cocina, por donde apareció y se fue el gerente. 

—Lionel, nena, Lionel

 No llegué a responderle que recién conocía al gerente menos iba a saber su apellido pero el señor poco pareció importarle porque sin esperar mi respuesta, se fue de la cafetería. Ahora si estaba sola escuchando la televisión que continuaba prendida. Opinaban del  partido, de los puntos más importantes y quiénes fueron los jugadores claves de nuestro triunfo sobre los australianos.
                La voz del presentador estaba acompañando a la máquina de café que Enzo estaba limpiando, haciendo más dificultoso entender lo que decían de nuestro arquero. Cada tanto presentía que Enzo me observaba, hasta que me analizaba pero puede que haya sido un poco de mi paranoia. Julián tardó en salir de la cocina, solo que ahora estaba cambiado .Lucía completamente diferente sin su camisa blanca y delantal negro que tanto caracteriza su imagen, al menos la que tenía de él. Estaba vistiendo la camiseta violeta que los jugadores usan como suplente, con un jean bastante suelto. Escondiendo la mano derecha en un bolsillo, con la otra con su celular y la duda que se generó en mi cabeza era a quién le estaba enviando ese mensaje. ¿O estaba en twitter? La duda que sentí creció en cuestión de segundos. ¿Qué estaba haciendo? Sali de ahi, acosadora. Me levanté de la silla, apresurada como las otras veces y salí de la cafetería como si está estuviese prendida fuego. Caminé a casa, derrotada porque otra vez los pensamientos me ganaban por encima de los hechos, de lo que había visto y sentido de su parte. Así es la ansiedad champagne. 

Cábala | Julián ÁlvarezWhere stories live. Discover now