Relapso

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Todas las cosas buenas de la vida son ilegales, inmorales o hacen engordar

La atención en la recepción de una fiesta era un asunto de cuidado, había instituciones donde profesionales enseñaban a jóvenes nobles a realizar la perfecta ejecución de un evento desde la recepción hasta el convite, sobre todo el baile, pues además de la cena, la segunda razón por la que una fiesta podía considerarse exitosa, era el baile.

El anfitrión podía compartir algunas piezas con sus invitados, pero la mayor parte del tiempo debía asegurarse de que todo marchara con la debida propiedad, especialmente si el anfitrión es conocido por su perfeccionismo casi obsesivo.

Frances Midford recorría el salón de esquina a esquina prestando atención a cada detalle, a cada invitado para que no hubiera quien se quejara de la hospitalidad en la casa Phantomhive, a la que pertenecería su hija oficialmente en dos semanas y cuyo compromiso era el motivo de aquella fiesta en especial.

La cena había resultado por demás perfecta, la recepción, los aperitivos, todo lo que había sido meticulosamente planeado se regía de acuerdo a las expectativas, con pormenores insignificantes que pudieron ser solucionados al instante, y agradecida por ello estaba con Sebastian, si bien jamás lo reconocería en voz alta.

En esa multitud de nobles y acaudalados invitados era sencillo perderse, los ventanales se habían abierto para no causar un calor agobiante en el salón.

Tan solo unos días antes, Frances se había dado cuenta de que el salón de recepciones era pequeño para albergar con comodidad a los invitados que tenía contemplados, así que decidió solucionarlo obligando a Ciel que aceptara los planos de construcción que abarcaran una buena parte del jardín lateral donde los arcos de las ventanas eran más amplios y conectaban a las áreas verdes, una sección privada para conversaciones y otro jardín pequeño libre donde pudieran corretear los hijos de Lord Macon, los únicos niños presentes y ella advertida estaba que de no permitir su presencia indignaría al caballero a tal punto que se podría crear un conflicto con Irlanda del Norte.

El enorme caballero, y su esposa eran posiblemente las únicas personas que no se encontraban totalmente anexadas ni al baile ni a las conversaciones, Frances se sintió un poco alterada por el hecho, y decididamente se acercó a ellos, que miraban a sus dos hijos menores someter al mayor.

—¿Lady Macon? ¿Hay algo que necesite? ¿Todo está bien?

—¡Oh! ¡Lady Midford! No, no es necesario, nos encontramos perfectamente —dijo la mujer lidiando con su acento italiano —. Es una fiesta preciosa —agregó enseguida para compensar el haber rechazado el primer ofrecimiento.

—Sus palabras hacen que el esfuerzo valga la pena.

—Su hija merece solo lo mejor.

—Elizabeth es mi tesoro.

—Lord Edward también es todo un digno caballero. Me sorprende que a estas horas de la noche no huela a vino, ya quisiera yo que mis hijos crezcan con esa actitud.

Frances sonrió trémulamente, pero no fue capaz de mantener la conversación más tiempo. Edward había regresado y no estaba enterada de ello.

Rápidamente regresó al salón principal aferrándose con fuerza a su falda, frunciendo el ceño sin contenerse cuando menos para aparentar con las personas que se iba cruzando, pero tenía un objetivo claro, que ya no podía pasar desapercibido porque sabía que estaba ahí, imposible confundirlo.

Sus ojos entornados por la furia se tomaron solo unos minutos para encontrarlo, y el ruido de sus zapatos fue como una amenaza para el muchacho, pero huir era ya imposible si es que en algún momento fue opción, la mano delgada de la mujer se estiró aferrándose como la garra de un halcón en su presa.

El adagio del cuervoWhere stories live. Discover now