—Bridget es prometida de lord Nalbandian —se apresuró a decir para justificar su presencia.

—No vamos a casarnos —refutó la otra chasqueando la lengua, las dos inglesas se coloraron escandalizadas, era costumbre que a las acompañantes se les presentara como "prometidas" o en su defecto, como "viejas amigas", pero jamás como "novias" o peor, "amantes", al menos no en eventos formales, aunque la mitad de los invitados supiera la relación real.

—No le he visto por aquí, a lord Nalbandian, quiero decir —comentó Frances buscando el momento oportuno para liberar su brazo, mas no le era sencillo. Lidiar con otras mujeres era el punto más débil que tenía, su carácter se equiparaba al de un hombre, y eso era un problema para relacionarse con sus congéneres.

—Ah, por ahí ha de estar, me botó hace como media hora. Pero no importa. ¡Justo me decían que tenía un hijo increíblemente guapo! ¿Está por aquí?

Frances volvió a tensarse.

—Edward ha debido atender unos negocios, llegará más tarde.

"Espero que usted ya se haya marchado para entonces" pensó, externando solo la sonrisa que ese pensamiento le causó. Hizo un leve jalón para soltarse, pero ella le apretó más fuerte, aunque sin ser lo suficiente como para alegar un daño.

—¡Qué pena! ¡El Marqués también es muy atractivo, me han dicho! Incluso mi amiga dice que no hay mujer que... ¡Auch!

Al borde del desmayo por la vergüenza, la otra mujer que estaba presente, en un acto de desesperación, codeó con fuerza a la americana para hacerla callar, pese a lo que pudiera pensarse, la otra entendió enseguida que debía cambiar el tema a toda prisa y así lo hizo hablando de lo mucho que le gustaba la ciudad. Siguió parloteando con ese acento gritado e informal que poco le gustaba, pero no le quedaba más que aceptar resignadamente, esperaba escapar a la menor oportunidad en cuanto se callara para presentar sus excusas, pero no le daba oportunidad alguna.

—Marquesa, disculpe la interrupción.

La voz de Sebastian la sobresaltó al tiempo en que le daba una tranquilidad que incluso calmó el dolor en su oído producido por los gritos de la mujer.

—¿Sería posible que me acompañara solo unos instantes?

Frances asintió aliviada, se disculpó con las mujeres y siguió al mayordomo.

—¿Qué sucede?

Sebastian sonrió.

—Nada en realidad, es solo que no se le veía cómoda en aquella conversación. ¿Me equivoco?

—Eso ha sido muy atrevido —respondió levantando el mentón, aunque aún le faltaba un buen trecho para mirarlo a los ojos.

Pero finalmente libre, se condujo con gracia entre las demás personas para llegar a la cocina, que era su objetivo original.

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El adagio del cuervoWhere stories live. Discover now