Nuevos Regalos

6 3 0
                                    

Si te digo que la navidad nunca ha sido una de mis festividades favoritas, probablemente pensaras que soy una persona muy aburrida y amargada. Quizás es así, pero cuando creces en un ambiente que considera que ese día es el día más importante del año puedes acabar detestándola. No los culpo, es el día de más trabajo. Por lo general toda la familia tiene cosas que hacer y con un gran propósito. Pero crecer rodeado de todos esos adornos, los bastones de caramelo, los regalos y no recibir nada de toda esa felicidad porque va siempre para otros, es normal que acabes dejando de apreciarla.

Pero como en todas las historias existe un punto de cambio. Y sabes que tengo razón, sino contarte todo esto no serviría de nada.

El cambió fue una niñita, vecina de la casa de mis padres que, igual que todos los hijos que hemos crecido en la aldea del "Boss", estaba sentada en las escaleras de la entrada de su, mirando como sus padres se iban en un día, en teoría tan especial y lleno de felicidad, para trabajar en la fabrica de juguetes. En aquel momento me vi representado como se vería cualquiera que había vivido mi misma situación. Un sentimiento de rabia, desesperación y dolor recorrió lentamente mi cuerpo rellenando cada rincón de mi cuerpo. Estaba cansado, era injusto y no podía permitir que siguiera así. Al instante una idea nació, tímida e insegura, en mi mente. Sabia que podía hacerla, solo necesitaba espumillón blanco, la ropa de trabajo de la fabrica y unos cuantos juguetes.

Sorprendentemente lo más complicado de conseguir fue el espumillón, al parecer la gente prefiere que sea de colores brillantes y estridentes, siendo que blanco me fue imposible conseguir acabé conformándome con uno color verde. La ropa de la fabrica era pan comido,todo aquel que pasase de la mayoría de edad trabajaba allí incluidos mis padres y hermanos, solo tuve que buscar uno limpio en casa. Y aunque el este fue el proceso más lento, los juguetes fueron "agradablemente cedidos" por la fabrica de forma extraoficial y con algo de ayuda interna. No entraré en muchos más detalles para no meterme en demasiado problemas, pero que conste que siempre hay exceso de material en estas fechas y no creía que nadie fuese a enterarse.

Una vez que estuve con el traje puesto, el espumillón al cuello como una boa de plumas verde lima y el saco, que amablemente me habían cedido para llevar los juguetes, al hombro consideré que todo estaba listo. Bueno, realmente no todo, copiandome del "Boss" y con el riesgo de que las cosas se torcieran, me quedaba una cosa más por hacer. Tenia que esperar a que fuese de noche.

Si lo se, es muy típico y quizás cliché pero quiero que entiendas, que nosotros crecemos escuchando todas las historias de como el "Boss" recorre el mundo y deja todos los regalos que con tanto cariño y esfuerzo se hacen en la fabrica, pero nunca vivimos o recibimos nada parecido. Y por una vez, quería que eso fuese diferente.

No voy a mentir, la espera fue muy larga. Aun sabiendo que nadie vendría por casa en todo el día, pues la víspera de Navidad solía ser día de trabajo intensivo y de preparativos, no podía evitar saltar ante cualquier ruido queriendo ir a esconder el saco. Los sudores fríos de la espera y la tensión tampoco fueron agradables. Supongo que yo sólito me había metido en aquel jardín. Con el paso de las horas, las dudas y el remordimiento se apoderaba de mi. La idea de que estaba haciendo algo más no para de acosarme. Siempre había sido así, nosotros hacíamos la felicidad pero no la recibíamos, quizás no tuviese que cambiar ahora.

Cuando comenzó a atardecer y las luces de los faroles de la calle se fueron encendiendo poco a poco, supe que era el momento. Me miré en uno de los espejos de casa y respiré hondo.

-Que las cosas siempre se hayan hecho de una forma, no significa que estén bien.-dije en voz alta mientras miraba fijamente a los ojos de mi reflejo.

Sinceramente no puedo explicarte porque lo hice, las palabras brotaron solas. Quizás como un mantra o una afirmación de lo que estaba apunto de hacer, porque muy en el fondo de mí sabia que aquello probablemente trajera consecuencias.

Con el saco al hombro salí por la puerta trasera de casa y comencé mi ruta, miraba a través de las ventanas con cautela y si en el interior veía luz y algún niño depositaba en la puerta un regalo envuelto con torpeza, luego llamar a la puerta y corría a esconderme. Desde mis escondrijos trataba de ver las reacciones, mayormente de desconcierto, de los niños que al abrir con miedo se encontraban con el regalo a sus pies. Conforme el saco se iba vaciando y más niños de la aldea iban recibiendo su regalo, fui sintiendo como toda aquella rabia y desesperación se transformaba en algo calentito envuelto en orgullo y con un lazo de felicidad.

La ultima casa que visité fue, como esperaras, la de mi vecina. Para ella había conseguido un peluche de un conejito rosa de orejas caídas. Era lo ultimo que quedaba en el saco, al sacarlo y depositarlo frente a la puerta, algo dentro de mí quiso quedarse para entregárselo. Y aunque fue muy tentador hice igual que con todos. Llamé a la puerta y corrí a esconderme. Ver aquellos ojos grandes y redondos de sorpresa, provocó que todo el resentimiento que tenia por aquella festividad desapareciese y no pude evitar sonreír ante la estampa de aquella niñita abrazada a su conejo rosa.

Cuando pude salir de mi escondrijo, el murmullo de los trabajadores de la fabrica comenzaba a llenar las calles de la aldea. Al parecer me había excedido en tiempo. Y temiendo que alguien me viese vestido de aquella manera, del mismo modo que había salido de mi casa entre, me desvestí a toda prisa y escondí el saco debajo de la cama. Pensando que quizás pudiese volver a usarlo el año siguiente.


Más allá de las palabrasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora