Capítulo II

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Necesidad de. Situación en que no se tiene lo imprescindible para vivir.

Jaehaera se encuentra con el rey en el jardín. Ella va con su comitiva de damas, con Alissa Blackwood a su derecha y Jeyne Redwine a su izquierda; él está en compañía del Consejo Privado y de su hermano Viserys. Su encuentro es inesperado, tanto por el lugar, así como debido a la posición de ambos.

Jaehaera duerme a escasos pasos del rey, pero nunca se acompañan más de una cena. Sus encuentros fuera de las cámaras o la sala del Trono, son mínimos e incómodos; cinco años de matrimonio no han podido vencer las actitudes taciturnas y solitarias de ambos. El rey de Poniente y su esposa no se hablan, ¿qué se van a decir o que pueden compartir? Están rotos, tristes, y los separa una guerra que acabó con la mayoría de su familia. Aegon y ella son lo que queda después de que los dragones se devorasen entre ellos.

El encuentro es tan nefasto, que mira a su esposo sin saber qué decir por el tiempo suficiente para que la Mano tosa, rompiendo el ambiente. El verano, extendido ya por un año, labra una inquietud perpetua en los vestidos más rígidos que está obligada a llevar ahora; ha florecido, por lo que, hace casi dos meses, es el tema favorito de conversación de la corte. El raso azul de hoy, contrasta bien con el negro perpetuo de su esposo.

Va a realizar una inclinación por protocolo cuando descubre otra cabeza de fino cabello de plata y ojos púrpura entre la comitiva de su esposo. La reconoce de inmediato: Daenaera Velaryon; con la antigua sangre de Valyria corriendo por sus venas y un atractivo que había llegado a conquistar la capital de manera estruendosa. La reina ha escuchado todos los rumores sobre su belleza. Se parece al retrato de Rhaenys, la segunda esposa del primer Aegon, que alguna vez vio en los salones inferiores de la Fortaleza.

Según los murmullos de los pasillos, la idea de La Mano y de las hermanas del rey es convertirla en la próxima reina. Jaehaera debería sentir algo ante eso: rabia, temor, celos, un poco de alivio, pero solo puede encontrar la nada. El rey, la corte, la vida, todo es insípido.

—Me alegra verla tomando el sol, su alteza —Aegon siempre es caballeroso y suave con ella. Nunca ha intentado sobrepasar los límites que le pone, ni presionar sus silencios largos.

Él no habla mucho, así que lo mira de frente, evitando que se sienta desatendido.

—Me he sentido de humor para ello, su majestad —contesta sin afán, haciendo una leve reverencia.

—¿Quieres acompañarnos? —También tiene esa costumbre: siempre le ofrece cosas que sabe, ella rechazará.

—En otro momento. Parece una reunión importante y no tengo interés en los temas de Estado —con ello, hace otra reverencia y retoma el camino entre los arbustos. Sus pies deciden ir tan lejos como lo permiten el apretado corpiño y a ancha falda; quiere sacarse todo eso de encima, necesita aire.

Sin hablar, Jeyne de Lys, se posiciona a su lado y guía a las demás mientras regresan dentro del castillo.

—No debería permitir eso, su alteza —la boca de Alyssa nunca está quieta—. Aunque Daenaera sea una opción del Consejo, usted sigue siendo la Reina.

Las demás damas emiten quejas similares. Aegon y ella las han ido escogiendo a lo largo de los años, a algunas por su alianza con el Trono, a otras por la cercanía en edad. Jaehaera se siente hoy más en desacuerdo con ellas que en cualquier otro momento, ¿qué la detiene a ella de la libertad?

El tiempo le ha permitido abrirse más a las personas, compartir con ellas charlas suaves y momentos de paz. Alyssa fue el primer habitante del castillo en lograr que visitase el septo fuera de la Fortaleza Roja y Jeyne, que llegó junto a su cuñada desde el otro lado del Mar Angosto, le enseñó a beber de la manera adecuada en las reuniones de la corte. La más joven, hija de la casa Baratheon, que comparte su edad, se ha quedado a dormir con ella más veces de las que es capaz contar. Podría decir que son sus amigas...

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