Capítulo III

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De una desdicha en otra desventura,

de un desvío en otra gran locura,

de un viejo engaño en otro viejo engaño,

de un grave mal en otro mal extraño,

de una necesidad a otra yactura,

me ha traído el amor y mi ventura

a que huya mi propio desengaño.
»

Gutierre de Cetina.


Daenaera Velaryon es, como le han dicho todos, una exquisitez. Habla fluido la lengua común, el alto valyrio, las lenguas de Penthos y Tyrosh, así como algunas otras de menor uso en Poniente; le gusta la danza y puede recitar poesía, junto a los preceptos religiosos, con gracia. Por donde pasa, los hombres voltean a verla.

Aegon, si tuviese más ánimo, podría estar tan deleitado con su presencia como muchos otros. Solo que, Jaehaera, sentada a su lado sin siquiera sonreírle a los bufones, realmente parece una diosa que se da el lujo de pasear entre mortales. Su reina ha madurado para convertirse en una belleza exótica, con mirada melancólica y finos rasgos, los bardos componen las más excelsas melodías en su nombre.

¿Quién puede hacer reír a la reina?

¿Cómo hacerla cantar?

Los pájaros anidan y ella...

¿Cuándo podrá amar?

Ha organizado una fiesta para el décimo quinto cumpleaños de Jaehaera y es la tercera vez que escucha la canción. Su esposa no parece impresionada por las alabanzas, solo la ha visto sonreír cuando un mago penthosi se paró en medio del salón e hizo salir aves de colores de su sombrero. Sus mejillas se habían sonrojado al vislumbrar las aves volar, con una risa juguetona que obligó a la corte a mirar asombrados hacia la mujercita que gobernaba sobre ellos.

Aegon es un hombre ahora, rey por derecho propio, sin el acuciante desfile de regentes a su alrededor. Ha comenzado a pensar más en su futuro que otras veces; también en su pasado. Baela y Rhaena han mantenido sus crías de dragón, además ha escuchado que Jaehaera ha visitado dos veces el pozo. Y Aegon ha soñado con Tormenta últimamente, sus últimos quejidos en las costas de Rocadragon, a su lado, después de salvarle la vida. Él, una vez, había volado junto a los pájaros. Jaehaera también, antes de lo peor de la guerra, se había montado el Moghul para ver la ciudad desde arriba; eso le había contado medio año atrás, cuando la ciudad celebraba otra estación en paz.

Había sido una buena noche, ambos escaparon del salón del trono con una jarra de vino y se sentaron en uno de los balcones superiores, justo al lado del Salón del Consejo. La ciudad vibraba, caminos de antorchas en las calles y el sonido preponderante de tamboras. Ellos dos estaban intercambiando los últimos chismes del castillo, sobre La Mano, el Norte y loos nuevos nacimientos de la corte. Él le había enseñado a Jaehaera una misiva de Kermit Tully donde lo invitaba a visitarlo, para que cazaran juntos el próximo verano.

―Deberías ir ―Jaehaera nunca asistía al consejo, pero él siempre tenía en cuenta sus apreciaciones―. El Viejo Rey se hizo famoso por viajar por el reino, ser querido y visto por todos.

―Tal vez vayamos ―le había respondido.

Su mayoría de edad y los cambios en la corte habían desplazado esta idea. Así como aceleraron temas de los que no estaba muy contento de sentirse incluido: Un heredero. Su hermano Viserys es quién más lo ha persuadido de encargarse de ello. Él y su esposa Larra ya tienen a Aegon y a Aemon, uno caminando y el otro en brazos.

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