Capítulo 20

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Elizabeth Hoffman

—Buenos días —saludé siendo amable, viendo el rostro dormido de Bennett sobre el pupitre.

—No tienen nada de buenos —susurró, por lo bajo, cubriéndose la cara.

Qué ánimos.

Elevé las cejas divertida, sonriente cuando se trata de sentarme a su lado.

—Oh, vamos. Se supone que el torneo de fútbol americano lo disfruta, la mayoría de bravucones —insistí riendo, palmeándole el hombro a fin de sacarlo de esa atmósfera deprimente.

Él despegó la cara de la madera para verme desganado, quizá, aturdido por mis palabras, lo cual es extraño en él.

—No me agrada que invadan mi espacio personal —susurró deprimido, por lo que me sorprendí.

No creí que pensaras así, amigo mío.

Sonreí enternecida, viéndolo esconderse de nuevo. A cambio, acaricié con suavidad su cabellera rubia con adoración.

—Está bien, no estás obligado a participar —musité con dulzura—. Él no lo hacía cuando se sentía incómodo —murmuré, bajando la mirada, porque me siento angustiada por recordarlo.

—Nadie le diría qué hacer al hijo del Alfa —farfulló molesto.

—Oh... —balbuceé con mueca.

Oprimo los labios, tratando de buscar soluciones para subirle el estado de ánimo.

—Podríamos... ver qué hacen los chicos —sugerí, sin saber qué más decir.

Por alguna razón, la sonrisa de Bennett se iluminó de repente.

—¿Segura? ¿No vas a sentirte incómoda? —preguntó, enarcando una ceja.

—¿Por qué sería embarazoso? —respondí curiosa.

(...)

Siendo honesta, no sé adónde mirar sin que mis ojos sean cegados por los rayos de sol que reflejan en los pechos desnudos de mis compañeros y torsos bien trabajados de mis amigas de instituto.

—Me parece excesivo —musité—. ¿Por qué todos son fuertes y altos? —chillé asombrada, admirando sus cuerpos atléticos—. Los licántropos son impresionantes —comenté.

Me siento como en una telenovela viendo a su enamorado trabajando mientras suena una canción romántica.

Reí.

—Quién lo diría —tarareé, codeando a Bennett.

Él está a mi lado en las gradas.

—No quiero opinar acerca de cuerpos ajenos, pero creí que Félix al ser pequeño no se podía ver fuerte y míralo nada más. ¡Está fortachón! —exclamé, sintiéndome curiosa por lo que mis ojos ven.

Me intriga la consistencia de los licántropos, es decir, una mujer lobo tendrá un cuerpo excepcional, por más que posea las mismas características físicas que yo tengo. Supongo que esa es la anatomía básica de una complexión sobrenatural.

—Diosa mía —chilló Bennett ruborizado—. ¡Habla bajo Elizabeth! Nos están mirando todos —refunfuñó, acalorado, por lo que reí.

—Ah, por favor. No seas tímido —reí divertida, ya que sus mejillas y orejas se encuentran encendidas—. ¿Qué es lo peor que podría suceder? ¿Escuchar a Félix alardear sobre su cuerpo? Él es más que una simple cara bonita —respondí, encogiéndome en el sitio.

Sangre de Lobo © BORRADORWhere stories live. Discover now