Capítulo Dieciséis

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          Sin embargo, más que todo, porque a diferencia de lo que la reina Shassil, lord Kerlos y cualquier otra persona en Mercibova pudieran pensar, ella sí creía en su propio potencial para gobernar un reino al que tanto amor le tenía; un reino que también le había arrebatado mucho a ella. Y a pesar de ello, estaba decidida a servir, proteger y hacer todo lo posible para asegurar su prosperidad.

          Vaelerya Delorme había nacido para ser reina. Y ese era un derecho que nadie debería creer poder quitárselo.

          Pero Sylvenna quedó atrapada en medio de todo este asunto.

          Verla en esos momentos le causaba dolor. Dolía ver lo mucho que se parecía a Shassil, aunque, al mismo tiempo, agradecía que mirar a su media hermana menor a los ojos fuera tan diferente que hacerlo a los de su madrastra. Era como comparar la calidez con la frialdad, el interés con la indiferencia. Sylvie representaba para Vael todo lo que la reina nunca sería.

          Por eso, se rehusaba a enemistarse con alguien a quien comenzó a querer tan rápido como lo era un parpadeo. Recordaba que su media hermana menor había llorado tanto al nacer, que ella pudo escucharla al otro lado de la puerta de los aposentos de la reina, sentada en el pasillo a un lado de los pies de su padre. Ese día había sido uno de los pocos en los que había omitido sus lecciones, dedicándose a preguntar sin cesar sobre cómo nacen los bebés y si Sylvenna podría jugar pronto con ella en los jardines o en el patio abandonado, aquel de la puerta de madera tan oscura que parecía negra, la que tanto miedo le daba acercarse.

          Ahora Sylvie se paraba en frente de ella, no en los brazos de su madrastra, sino con dieciséis años, y decidiendo cargar con una culpa que no le pertenecía en absoluto.

          Así que la abrazó. No lo dudó ni lo pensó. Solo se levantó del mueble en el que había estado sentada la última hora, buscando maneras de revertir el asunto de sucesión, y se acercó para estrecharla entre sus brazos. Vaelerya se dio cuenta en ese momento que se había sumido tanto en lo que sentía, en las emociones y pensamientos tan caóticos que se hicieron presentes en ella, que había olvidado por completo lo que Sylvenna estaría sintiendo por su cuenta.

          —No tienes que pedir perdón, Sylvie —murmuró la ex-heredera, acariciando el cabello lacio de su hermana.

          —De todas maneras, perdón —repitió la castaña en cuanto Vaelerya apoyó su mentón en el hombro—. No sé por qué nuestro padre o el Consejo tomarían esta decisión, y sin consultarlo antes contigo.

          «No fue el rey; fue Shassil. Nunca me iban a preguntar qué pensaba al respecto, nunca nos iban dejar elegir,» pensó con amargura, su gesto serio y sus ojos fijos en un punto perdido de la habitación.

          —Tranquila. —Sus manos no dejaron de acariciar el cabello de la nueva heredera, aunque poco a poco se fue convirtiendo en un gesto ausente.

          —Vael... Yo no quiero... —susurró Sylvie negando con la cabeza y apretando los brazos a su alrededor—. No sé cómo hacer esto.

          Vaelerya la interrumpió con gentileza y se apartó para encontrarse con los ojos de Sylvenna. La princesa menor era menuda y de estatura baja en comparación a ella, que casi igualaba en altura al rey. Intentó ofrecerle una sonrisa tranquilizadora, un gesto destinado a recordarles a ambas que nada había cambiado en su relación, que nada podría distanciarlas ni hacerlas discutir por un puesto que era demasiado obvio para quién tenía que ser.

          —Voy a arreglar esto, Sylvie —prometió Vael, dando un ligero apretón a los brazos de su hermana.

          —¿Cómo? —preguntó arrugando el ceño, aunque aún se logró escuchar un deje de esperanza en su tono. Quizás, justo como ella, Sylvenna pensaba que no todo estaba perdido, no de la manera en que pareció ser la noche de ayer.

Un Linaje RetorcidoWhere stories live. Discover now