Sentenza podía oler su miedo y le miraba con total menosprecio. Puso la boca del arma en la frente de Yael, que miraba de reojo a su hermana pequeña.

— Ailén... ¡Ailén! No mires.

La única persona en el mundo que recordaba cada cumpleaños de sus 20 años de vida, que le había quitado los rondines de la bicicleta a una temprana edad, que le había enseñado a pelear y, aunque fuera muy cabezota, a perdonar. Con el que compartía su misma sangre, sus gustos musicales y ropa ancha.

Yael no cerró los ojos, la última imagen que quería ver, era a ella. Estiró el cuello y, bajo su camiseta, Ailén pudo ver un tatuaje con una caligrafía elegante y fina, que destacaba entre las manchas de tinta bajo su ropa. En su piel ponía el nombre de su hermana.

El cristal amarillo se rompió en pedazos con unos disparos que tumbaron a todos a tierra. Dos hombres de los seis que custodiaban el despacho cayeron y el resto comenzó a disparar al aire, hacia el almacén al otro lado, sin saber de dónde provenían los tiros.

Ailén alargó el brazo para tocar el tobillo de Yael e indicarle que rodase con ella hacia el escritorio, pero Yael se había desmayado. Sentenza se interpuso en su camino y se cubrió detrás de la mesa. Pidió a uno de sus hombres una ametralladora y, el que se la dejó, murió de un disparo a la cabeza. Él comenzó a entrar en pánico, disparando a la ventana, también rota, frente a ellos.

— ¡¿De dónde viene?! ¡En el otro edificio no hay nadie! ¡Buscarlo!

Los escondidos detrás de las estanterías salieron a toda prisa por la puerta, pero uno de ellos fue herido por el francotirador del edificio contrario, quien se arriesgó a disparar más de cuatro veces. Entonces Sentenza pudo ver su posición. Se arrimó a la esquina del mueble con su metralleta y apuntó rápidamente en su dirección.

— Ya te tengo, cabrón.

Ailén, que lo había visto todo desde el suelo, se levantó ya fuera de peligro y pegó un salto hacia él. De una patada, le quitó el arma de las manos. Sentenza levantó sus brazos para defenderse y esquivó sus golpes.

Eryx continuaba tratando de destruir a los que quedaban, pero no disparaba en dirección a ellos, sino hacia otras ventanas del edificio por donde los hombres se habían colocado estratégicamente para eliminarle.

Sentenza golpeó a Ailén con tanta fuerza que el impactó la tiró para atrás, pero a pesar de esto, ella no se rindió. Consiguió meterle un puñetazo en el torso y un codazo en las costillas, que hicieron que parase de atacarle agresivamente.

— Por qué esperaba que no supieras pelear.— Se llevó una mano al costado.— ¿Cuándo has tenido tiempo? Siempre estás en todas partes.

— Me enseñó él.— Le respondió ella con dificultad, pero orgullo.

El hombre miró al chico tumbado a un metro de ellos y sonrió de manera absurda.

— Enséñame qué más hay.

Ailén se tomó su reto muy en serio. Canalizó la energía que le quedaba antes de proseguir y cogió de la mesa un pedazo de cristal en forma de triángulo roto, con la punta muy afilada. Él, al contrario, caminó hasta el lado contrario del escritorio y abrió otro cajón bajo el de las armas. La chica abrió la boca y soltó el cristal. Se deslizó hasta el cuerpo de uno y le robó la metralladora. La cargó a la vez que se levantaba y apuntaba a Sentenza.

— Te mereces sentir todo el daño que has causado. Te mereces irte solo de este mundo.

Ailén le disparó en el estómago, pero Sentenza no se movió.

Ella parpadeó, viendo cómo el traje se había descosido en un agujero ahí donde le había dado.

— Ni te molestes.— Sacó unos papeles grapados y se los enseñó con el puño cerrado alrededor de la esquina.— No soy alguien a quien puedas perdonar, así que no me disculparé.

Ailén bajó el arma, desconcertada por su chaleco antibalas. Él le lanzó los papeles al otro lado, donde ella se agachó a recogerlos con las cejas fruncidas.

— ¿Qué... qué es esto?

Era una copia del contrato de trabajo a tiempo parcial que había firmado en diciembre. Pasó las tres páginas, una a una, que tenían líneas subrayas en azul, pero no pudo leerlas por la nube de emociones que sentía.

De pronto, Eryx disparó a la espalda de Sentenza, que se tiró hacia la mesa con un quejido y se repuso unos segundos después.

— Dile a tu soldadito que pare. Eso duele.

Ailén se acercó poco a poco a la ventana y se colocó delante del mafioso, poniéndose bajo el punto de mira del policía.

— ¿Por qué sacas esto?— Le pidió explicaciones, zarandeando los papeles en su mano.

— Porque no ha expirado del todo.

— ¿De qué hablas? Era un contrato de seis días, hice la faena y terminó. Lo leí todo en su momento antes de firmar. No soy estúpida.

— Parece que te dejaste lo más importante. Hacer el trabajo. Debías llevarme a Tracer pero te escapaste. Ahora sigues vinculada a nuestra organización, el contrato sigue entero y vigente. Harás las horas y recuperarás todo el dinero que tu hermano me robó. A cambio, dejaré marchar a Yael y a los demás. A tus amigos y familia, te doy mi palabra.

— ¿Qué organización?— Se atrevió a desafiarle, dando un paso hacia él.— Vas a seguir perdiendo hombres si sigues aquí. La policía vendrá pronto y se acabará tu juego.

— Entonces será mejor que nos vayamos ahora.

Ailén revisó de manera rápida el papel, sin entender una palabra en aquel momento de lo que leía, y le llegó el momento de realización. Perdió toda esperanza de ser libre. Miró también a Yael, en el suelo, y se fijó en cómo respiraba pacíficamente. Él podría volver a casa, cuidar de la abuela y reparar todo el mal que les había causado.

El hombre de chaleco se metió las manos en los bolsillos del traje y caminó tranquilamente hacia la puerta. Ella dobló los papeles en un cuadrado más pequeño y se volvió hacia él con un nudo en la garganta.

— ¿Cuánto tiempo?

— Depende de cómo trabajes.— Se le formó una sutil sonrisa al pasar la mano por la leve herida de sus costillas, calculando el valor que podría darle a sus habilidades.— Yo te doy un año y medio.

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