𝟯𝟲

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Ailén buscó a Eryx por toda la planta de la unidad de protección y después por la estación entera, sin dar con su rastro.

Le ardían las venas por encontrarle y estrangularle con todas sus fuerzas tras haber traicionado su confianza cuando, lo que ella tan solo le había pedido, era comprensión y tiempo. Algo que Eryx parecía no entender ni tener suficiente.

Nadie parecía saber dónde estaba él o Lyanna, o no querían contestarle y la evitaban.

Entonces aguantó, sentada en el pasillo de la planta donde estaba el despacho de la jefa de los policías, a esperar que aparecieran de un momento a otro. Sacó el móvil y se vio reflejada en la pantalla negra, bloqueada. La brillante sombra de ojos azul que Rubi le había prestado se había resbalado por el calor hasta sus párpados inferiores. Sopló un mechón de pelo recién tintado que le tapó la vista, consolándose de que, al menos, había podido tapar su raíz oscura y nadie podía pensar que no había pisado una peluquería en un año y medio.

Se metió en los mensajes tras desbloquearlo y comenzó a teclear con rapidez.

— Cómo has podido hijo de–

Interrumpiendo su arranque, dos mujeres de uniforme pasaron por delante y tuvo que callarse. Por sus miradas judgamentales, entendía que no la querían ver allí. Pero Ailén no se iría hasta encarar lo que acababa de pasar con la persona correspondiente. Cuando se alejaron un poco, continuó mandando mensajes.

— ¿Soy menos importante que esta puta investigación para ti?— Leyó en voz alta a la vez que machacaba la pantalla con la fuerza de sus dedos.— Cómo te odio ahora mismo. Espera a que te encuentre.

Al comprobar que él no leía ni contestaba sus protestas, su frustración se hizo presente con un pequeño grito. Apagó su teléfono y lo lanzó a la papelera con un movimiento de brazo. Acto seguido fue al baño público, pero se arrepintió a mitad de camino y regresó a por el móvil, metiendo la mano en la suciedad para recuperarlo. Arrugando el rostro de asco, fue directa a lavarlo con un poco de agua y papel de wáter.

"Voy a pincharte las ruedas del coche y a decirles a todos que discutimos porque querías que te comprara una correa de perro y tienes un fetiche de degradación", pensó mientras frotaba la pantalla para quitar el olor a café y lechuga rancia. Después se lavó las manos en el grifo, del cual salió disparado un chorro de agua caliente a presión, que cayó sobre la herida.

— ¡Ah! ¡Joder!

Ailén se tomó un momento para observar sus manos malheridas. Expiró con pesar. Se había descuidado y maltratado tanto que no se reconocía a ella misma. Antes no era así, no cuando estaba al borde de colapsar por los nervios y la tensión. Sabía manejar sus emociones porque había aprendido de su abuela, pero el caso de Yael le había dejado tan tocada que había olvidado qué era preocuparse por su salud.

Inspiró, mirándose al espejo, y cogió todo el aire que sus pulmones le permitieron para soltar el aire como si estuviera fumando. No tenía un cigarro a mano ni le apetecía preguntar a los policías, que seguramente le negarían.

Realizó unas cuantas respiraciones profundas hasta que su cuerpo se relajó por completo. Después cogió su móvil y salió del baño.

Al final del pasillo, Lyanna le esperaba para llevársela a confesar a una sala de interrogatorios. Allí pasaron sentadas, con un policía que daba vueltas a su alrededor pero no hacía preguntas, durante cuarenta minutos. La que lideraba la conversación era Lyanna, que no se propasó con el interrogatorio, sabiendo que Ailén no podía permitirse hablar frente a un abogado. Era justa con ella y lo demostró ciñéndose al guión establecido y no a preguntas personales que no tuvieran sentido con la investigación llevada a cabo.

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