Capítulo IV

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Las flamas de la chimenea danzaban entre ellas en una tranquila y perfecta sincronía que llegaba a calmarla

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Las flamas de la chimenea danzaban entre ellas en una tranquila y perfecta sincronía que llegaba a calmarla. La oscuridad junto a la frialdad de su habitación hacia que aquella mujer melancólica se abrazara así misma, buscando un calor que la reconfortara; sus suaves caricias la hacían pensar en todo lo que había ocurrido la noche anterior.

Recordaba aquella escena de espanto a la perfección, mientras se unía en una conversación animada con su hijo, para luego todo se fuera a la borda. Las puertas abriéndose dando pasó a muchos hombres con armas atacando al castillo, sus ojos divagaron por todo el salón hasta clavarse con un joven acorralado y asustado, y luego la daga siendo enterrada en su abdomen.

El nerviosismo aún seguía palpable en ella, en cada parte de su cuerpo, temía que aquella tragedia volvería a ocurrir.

Tenía miedo de que el joven Velaryon muriera.

Le desconcertaba la sola idea de creer tener una empatía por el joven, de cierta forma le molestaba preocuparse por el pero después de todo era su familia. Para ella y su padre sería beneficioso si el muriera, y así hacer sufrir a su familia pero ella no deseaba algo como eso. Los impulsos de su cuerpo al proteger de alguna forma a la heredera la tenían sumisa a un sinfín de pensamientos, tenía miedo que algo le sucediera a su hijastra, y podía jurar sentir el mismo miedo que Rhaenyra tuvo esa noche. Ambas se encontraban débiles por el miedo, por la adrenalina que todo lo de anoche les causó.

Odiaba a esa familia, y odiaba más que al final del día también era la suya. No deseaba causar escándalos por la muerte de un príncipe, ella era la Reina y mientras su esposo se estaba desvaneciendo cada vez más, ella quedaba al cargo de todo el Reino, hablarían de ella por su terrible forma de proteger a su familia y a sus próximas generaciones.

"—Me has mandado a llamar, querida hija". Otto cabron Hightower se encontraba de pie detrás de su hija, Alicent, mientras el la observa frente a la chimenea con el ceño fruncido, ella tenso la mandíbula ante su presencia. "—Los guardias se han hecho cargo de todo el desastre y han encerrado a todos aquellos miserables en los calabozos, no hay por que temer, ya no más, hija mía".

La sádica forma en como aquellos hombres masacraron a las mujeres y niños frente a sus ojos la atormentaban. La Reina no pudo dormir en toda la noche pensando si conocía algunos de los hombres pero nada venía a su mente. Las pocas veces que salía del castillo no pudo recordar si los había visto en el pueblo, pero su mente estaba en blanco.

Aquellos monstruos no eran nadie.

¿Pero por qué razón querrían asesinar al príncipe Lucerys? La Reina conocía a una persona que sería capaz de eso y mucho más por aquel derecho que se le fue negado a su hijo, y estaba justo detrás de ella.

"—Todos los involucrados deben ser interrogados de inmediato", siseó, con su vista aún en el fuego. "—Nadie del pueblo debe saber lo que ocurrió en el castillo, mucho menos lo que sucedió con el príncipe Lucerys. Si encuentran algún sospechoso encierrénlo de inmediato en los calabozos".

ALFHAWhere stories live. Discover now