»Y la semana pasada le dieron su licenciatura en comercio exterior. Una caballota tengo de mujer, papá. Supongo que lo de mantenido nunca se me quitó, terminé el liceo y eso porque Jhoana Maricarmen me amenazó con botarme de la casa si no le llegaba como mínimo con el bachillerato terminado.

Arrugó las cejas al ver que la nena, obstinada, se quitó las colitas, haciendo que él tuviera que peinarla otra vez.

—Pero nunca aprendí a dividir chamo.

El moreno echó un vistazo a su reloj y se dió cuenta de que los minutos pasaron volando mientras ponía a su amigo al día con los cuentos de su vida, abrazó su lápida con fuerza antes de despedirse para siempre.

—Te amo hermano, de pana. Siempre te recordaré como la lacrita que le quería comprar una casa a su mamá y me chalequeaba con la que hoy es mi futura esposa —sonrió al tantear el pequeño cofre de terciopelo en su bolsillo—. Si me dice que no, me lanzo del avión.

Agarró a su hija en brazos y le dijo:

—Pídele la bendición a tu tío Brayan, que nos vamos.

La niña palmeó su pecho y Yeferson le besó la frente.

—Dios te bendiga, mocosita.

***

La campanilla sobre la puerta avisó la entrada de Yeferson al salón donde el olor a monómero e incienso de canela llenaban el ambiente. El moreno se sentó a ojear las revistas que ya se sabía de memoria por todas las veces que había acompañado a la caprichosa a hacerse las uñas y tratamientos en el cabello.

—... ¿Terminaste tu relación con Anderson hace dos días y estás como si nada? —inquirió Débora, asombrada—. Yo aún estaría echada en la cama si me hubiesen dejado.

Gabriel chasqueó la lengua mientras le limaba las uñas para quitar el exceso de acrílico.

—Yo puedo llorar porque no entiendo una tarea de matemáticas o por el hecho de tener los bolsillos vacíos, ¿Pero por un hombre? No, mi amor, a esos uno los reemplaza.

Débora emitió una risilla.

—Bueno chamo, habla claro, ¿Eres mono o eres ardilla? —farfulló Yeferson, que fingía restar importancia a la conversación, mirando con atención una revista de moda.

—Nunca lo sabrás —contestó Gabriel, dejando un beso casto sobre los labios de Débora para molestarlo y lanzándole uno en el aire a él—. O puedes averiguarlo cuando quieras.

El moreno rodó los ojos, tantos años de tener que frecuentar con él por ser amigo de Débora lo habían acostumbrado a esas respuestas chocantes. Al final desechó la idea de que ellos tenían algo, después de todo, Débora terminó realmente enamorada del boleta, y Gabriel tenía relaciones inestables con hombres y mujeres cada tres meses, había tomado el camino de la vida loca mientras era un emprendedor responsable.

—¿Y por una mujer no llorarías? —preguntó Natalia desde el tocador de al lado, Bárbara se quejó porque movió mucho la silla y casi la quema con la plancha de cabello.

—Qué va —negó el de sexualidad dudosa.

—Te recuerdo que esas son las últimas uñas que le haces a Deb —dijo Azúl vinagre.

Bajo la misma arepaWhere stories live. Discover now