p r ó l o g o.

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«Y así podemos observar que la mitad meridional del continente americano presenta una forma de triángulo...»

Pst. Psssst.

Fruncí el entrecejo. Juraría haber escuchado el zumbido de una abeja, pero ni siquiera estábamos en temporada.

Pst, Sara.

Bueno, definitivamente una abeja no sabría mi nombre.

Dejé de prestarle atención al profesor por un momento (ejem, nadie ha dicho que no lo estaba haciendo antes) y entrecerré los ojos ante mi interlocutor.

Sentado en el pupitre de atrás, un chico pecoso de cabello alborotado, ojos cafés que le hacían juego y sonrisa de lado que marcaba sus hoyuelos hacía un ademán con la mano hacia mí. Entrecerré los ojos, preguntándome por qué a estas horas de la clase Sebastián Pons, alborotador por excelencia, habría notado mi existencia y desechando la idea al instante. Porque, a ver, era Sebastián Pons. Aunque la cursiva pareciera darle importancia, no era para tanto: apenas sabía que a partir de este año éramos compañeros, y eso era decir mucho. Se sentaba detrás de mí desde el primer día y desde entonces no me había dirigido la palabra, además de algún «¿Tienes un lápiz que me prestes?» y alguna otra queja de la clase que soltaba para sí mismo. Si me preguntan, tampoco es que lo culpe: yo no iniciaría conversación con una chica que cree en invasiones de abeja en un cuarto cerrado. 

Giré mi cabeza en busca del posible destinatario-de-zumbidos, sin éxito.

Bien hecho, Sara. Ni siquiera sirves para encontrar algo en tus radares. 

Me volví hacia él nuevamente, con una expresión de confusión clara en mi rostro. Que me sonriera directamente ya me estaba asustando: seguro se estaba burlando de mí. Me preparé para el lenguaje de señas.

¿Qué quieres de mí?, eran mis cejas arqueándose.

Pareció captar mi mensaje, pues hizo un extraño movimiento con su mano derecha. Será que lo pongo nervioso y el pobre está temblando... me reí internamente de sólo pensarlo. Hasta que capté la hoja de cuaderno entre los dedos que apuntaban hacia mí y entendí cuál era su propósito.

Antes de hacer algo desesperado fijé mi mirada en el profesor Buenorro, que continuaba explicando la clase de geografía como de costumbre. Por lo general me agradaba la materia, sobre todo con el profesor que teníamos: seguro, jovial y más concentrado en los tópicos de su materia que en sus alumnos. Podría haber una invasión de avispas venenosas y él seguiría explicando las coordenadas geográficas. Sí, obvio que los alumnos solíamos tomar ventaja de ello... pero en el examen él se desquitaba como nadie.

Como sabía que no había ningún riesgo en ello, estiré mi brazo sin mucho disimulo y acepté la nota (para no decir arrancar). Estaba decidida a abrirla hasta que un susurro casi gritado, pero que sólo yo habré oído, me interrumpió. No seas gafa, no es para ti. Pásale a Valeria. Auch. Hice como que no me dolió y rodé los ojos.

Podría haberle ignorado abiertamente, pero no iba a aguantarme sus morritos toda la clase. Casi robóticamente le toqué el hombro a Valeria, que se sentaba en el puesto frente al mío. Como siempre, su cabello negro estaba recogido en una trenza que permaneció inerte ante mi saludo. Tampoco había conversado mucho con ella, pero todos le conocíamos como la reservada pero pretenciosa del grupo. No parecía tener muchos amigos, y en eso teníamos algo en común. Similitudes que acababan con hechos como chicos dedicándole notas en clase... no es como si quisiera estar en su lugar.

Eh, chica. Probé a llamarla de nuevo, mirando de reojo al profesor enfrascado en su clase.

Di un respingo cuando me encontré con la mirada inquisitiva de mi compañera. La escena de hace unos minutos parecía estar repitiéndose y la confusión de por qué le había llamado fue sustituida por curiosidad cuando le entregué la nota.

Te lo manda Sebastián, articulé en silencio.

Lo miró de reojo y pude notar el color rosado extendiéndose por sus mejillas ante la mirada traviesa de él, brillando.

Negué con la cabeza para mí misma, ya no tenía que intervenir.

Sólo algo tenía claro: eso no sucedería de nuevo. No me convertiría en la lechuza mensajera ni la oficina de correos de nadie.

Ay, qué rápido me mentía a mí misma.


Entre estos dos había algo.

...

Y era yo, desde el pupitre de en medio.





Desde el pupitre del medio (DISPONIBLE EN PAPEL).Where stories live. Discover now