PARTE ÚNICA

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¿Oficial Roger? Aquí Ladybug. Lo encontré.

— ¡Recibido, Ladybug! ¿Dónde estan?

— Cancelen las unidades de patrullaje por la ciudad.

Del otro lado de la línea se oye el crepitar tenso de la estática.

— ... Ladybug, eso va en contra del protocolo. Primero tiene que regresar a la comisaría con el desaparecido, y luego—...

— Regresaré con él pronto. Ladybug fuera.

— ¡Ladyb—!

Apaga el intercomunicador del yo-yo sin importarle las consecuencias. No bien murmura las palabras mágicas, el traje de Ladybug desaparece junto a la pesada carga que contracturaba sus hombros desde el mediodía.

Tras horas y horas de balancearse bajo el ardiente sol, entre los edificios más altos de la ciudad, y visitando los lugares más recónditos de París, al fin lo encontró.

Nunca creyó que las palpitaciones de su corazón podrían retumbar más de lo que ya martillaban contra su tórax. Es que no soporta ver a Adrien así, sentado en el borde de la azotea, con la espalda encorvada sobre sus piernas, apretándolas contra el pecho. Tiene la boca apoyada contra la tela de sus jeans, y la vista clavada en el horizonte, donde la estrella abrasadora baña a París de cálidos tonos anaranjados.

Marinette se acerca con pasos tímidos hacia él, para después dejarse caer a medio metro a su derecha. Lo imita en la postura, abrazando sus piernas, y apoyando la barbilla sobre las rodillas, ojos clavados en el acontecimiento más bello de la tarde.

Entretanto, lo único que se escucha es el siseo de la cálida brisa que les acaricia el cabello. Es como si la madre naturaleza quisiera aliviar sus penas. Pero el vacío que les oprime el pecho es tan desconsolador, que el intento resulta inútil.

Por más miserables que se sientan, Marinette sabe que no pueden quedarse callados toda la tarde.

— ¿Hace cuánto que estás aquí? — El susurro es tan débil que se lo lleva la brisa, pero no falla en explotar la burbuja de la falsa calma que los envolvía.

— No sé. — Aunque su voz suena amortiguada contra la tela rasposa de sus jeans, Marinette se percata de que están bañadas en angustia. Se voltea para verlo, pero su perfil sigue clavado en el atardecer. La luz que antes brillaba en sus ojos esmeralda no existe, y con ello, el corazón de Marinette se encoge aún más.

— Adrien. — No lo dice en el mismo tono que los demás parisinos, que lo tratan como si fuera una copa del más fino cristal. Tampoco significa el típico "mírame" que se dice en ocasiones desesperadas. En cambio, el tono que emplea está cargado de un poder emocional que solo ellos pueden entender, tras meses de construir una química que los convirtió en el mejor dúo de super héroes. Por esa razón, es que Adrien deja caer sus piernas por la cornisa y le devuelve la mirada. Ella lo imita.

— No hace falta que lo digas; lo sé. — Su rostro describe lo contrario. Luce carente de energía, con ojeras de un gris enfermizo, y los ojos opacos, desprovistos de vida. Marinette tiene que aferrarse a la poca cordura que le queda para no largarse a llorar. — Eres mi compañera. Sé que puedo confiar en tí... Pero hoy... No puedo. Yo, no... — Su hilo de voz se quiebra y desvía la mirada cuando las primeras lágrimas se arriman en sus ojos.

— Lo entiendo, Adrien, te juro que lo entiendo. — Marinette destruye el medio metro que los separa tomándolo con gentileza del hombro. — Pero no tienes por qué soportar esto solo. Sé lo frustrante que es creer que nadie te va a entender, solo porque no vivieron lo mismo que tú. Pero eso no les quita el derecho de poder ayudarte. — Sus palabras hacen mella en él, porque lentamente, Adrien levanta su cabeza y sus miradas por fin se encuentran. Sus pupilas vibran erráticamente, y a ella se le empieza a formar un nudo en la garganta. Jamás lo vio tan mal. Ni siquiera cuando todo se fue a la mierda. Claramente, el shock inicial le impidió reaccionar, y ahora que le cayó la ficha, estaba pasando factura. — No tienes por qué sufrir solo. Comparte tu dolor conmigo. Déjame ayudarte, como siempre lo has hecho por mi.

GRITOS DE UN CORAZÓN DESPEDAZADOWhere stories live. Discover now