━ 𝐗𝐂𝐕𝐈𝐈𝐈: Es mi destino

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Drasil no tuvo ningún problema a la hora de contrarrestar la primera acometida de Liska, quien se había abalanzado sobre ella sin dudarlo ni un segundo. Luego de adquirir una rápida posición defensiva, la menor alzó su escudo, ocasionando que el metal y la madera chocaran entre sí con virulencia. Le resultó imposible no apretar los dientes en el proceso, dado que había fracasado en su intento de evitar un enfrentamiento directo con la pelirroja.

Drasil impulsó su broquel hacia delante y lanzó una estocada al aire, obligando a Liska a retroceder un par de pasos e impidiendo que volviera a acercarse más de la cuenta. Su contrincante flexionó ligeramente las piernas y rozó el filo de su espada con el de su hacha, todo ello en tanto sonreía con malicia.

—¡No quiero luchar contra ti, Liska! —exclamó la castaña con voz estrangulada. Estaba exhausta, y lo peor de todo era que la batalla no parecía estar próxima a finalizar—. Sigue tu camino y yo seguiré el mío... Esto no tiene por qué acabar así. —De nuevo, negó con la cabeza.

La mencionada bufó de mala gana.

Definitivamente aquello era un juego para ella.

—¿Eso que huelo es miedo, Sørensdóttir? —se jactó al tiempo que enarbolaba su hacha con gracilidad. El movimiento de su muñeca al hacerla girar era hipnótico y evidenciaba el buen manejo que tenía con las armas—. Aunque no te culpo... Ya no estamos en Inglaterra. Si crees que tienes alguna posibilidad de vencerme, estás muy equivocada —agregó, petulante.

Drasil frunció el ceño, poblando su frente de arrugas.

Seguía siendo tan egocéntrica como siempre.

Un nuevo ataque por parte de Liska la urgió a enderezar su escudo, cuya madera crujió al encontrarse nuevamente con el frío beso del acero. La hija de La Imbatible sollozó al sentir una descarga de dolor recorriendo su brazo izquierdo, desde la punta de sus falanges hasta su hombro. Sus extremidades estaban empezando a acalambrarse y a tornarse cada vez más pesadas, como si estuvieran hechas de roca en lugar de carne y hueso.

—No te odio tanto como para querer matarte, así que no te creas tan importante —le espetó Drasil, empleando su mismo sentido del humor—. Simplemente no quiero pelear contigo, ya te lo he dicho —solventó.

La espada de Liska volvió a destellar a la luz del sol, justo antes de impactar brutalmente contra el borde metálico del escudo. Aquella embestida forzó a la más joven a retroceder, perdiendo así el poco terreno que había recuperado. Su mano izquierda aferraba con tanta fuerza el broquel que ya no sentía los dedos.

—Porque eres una cobarde —se burló la pelirroja, que parecía una bailarina en una danza etérea. Drasil siempre la había comparado con un zorro, puesto que era astuta y ágil, además de sumamente escurridiza—. Y los cobardes, a la hora de la verdad, siempre huyen con el rabo entre las piernas. —Una nueva sonrisa asomó a su pecoso semblante. Parecía mentira que, con el aspecto tan dulce y delicado que poseía, fuese tan ponzoñosa.

Otro golpe más.

—No. —Aquel vocablo salió firme y contundente de los labios de la hija de La Imbatible—. ¿Por qué estás tan empeñada en que te desprecie? —quiso saber a la par que daba un quiebro para esquivar un nuevo espadazo.

—¿Acaso no lo haces ya? —cuestionó Liska. Drasil no respondió—. Lo suponía.

La pelirroja descargó una nueva lluvia de golpes sobre ella.

—¡Pero eso no significa que quiera matarte! —volvió a hablar la menor, que no hacía otra cosa que cobijarse tras su escudo y encomendarse a los Æsir y a los Vanir para que aquello acabase pronto—. ¡Te guardo rencor, sí, pero esto es lo último que deseo! —La rabia y la impotencia que le producía aquella situación le brindaron el aplomo necesario para quitársela de encima de un fuerte empellón. Liska trastabilló, pero logró mantener el equilibrio—. ¡Te salvé la vida en York, maldita sea! ¡Si quisiera verte muerta habría dejado que ese sajón te destrozara! —le recordó.

➀ Yggdrasil | VikingosWhere stories live. Discover now