━ 𝐗𝐂𝐕𝐈𝐈𝐈: Es mi destino

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La más joven tragó saliva, a fin de deshacer el molesto nudo que se había aglutinado en su garganta. Había avistado a Eivør a unos metros de distancia, luchando contra un hombre que, a todas luces, parecía un úlfheðinn, de ahí que su primer impulso hubiese sido acudir en su ayuda. Sin embargo, la repentina aparición de la que había sido su archienemiga en territorio cristiano había truncado por completo sus planes.

—Liska... —musitó Drasil con voz entrecortada.

La susodicha cuadró los hombros y se enderezó en toda su altura, saliendo de su estupor. Su expresión se tornó severa, como si el mero hecho de escuchar a la castaña pronunciar su nombre hubiese activado algo dentro de ella.

—Sørensdóttir —respondió Liska, alzando el mentón con soberbia. A su alrededor todo era caos y ruido, especialmente ahora que la batalla había alcanzado su punto álgido—. Me gustaría decir que me alegra verte, pero estaría mintiendo. —Una sonrisa mordaz tironeó de las comisuras de sus labios. El superior estaba pintado de negro y en el inferior había trazada una línea vertical que se extendía hasta la barbilla. Su frente también estaba impregnada de aquel pigmento oscuro, completando así su maquillaje tribal.

Drasil guardó silencio, observándola fijamente. Estaba cansada, tanto que cada vez le costaba más mantener en alto su espada y su broquel, pero no pensaba demostrarlo. No podía saber en qué derivaría aquel reencuentro con Liska, pero si de una cosa estaba segura era que no iba a ponérselo fácil.

—Eras más habladora en Inglaterra —se mofó la pelirroja debido a su mutismo. Ambas salvaguardaban una distancia prudencial, aunque Liska estaba empezando a moverse de un lado a otro, como un depredador acechando a su presa—. ¿La vida de casada te ha vuelto más aburrida? Y yo que pensaba que estar en medio de dos bandos enfrentados era un entretenimiento constante —añadió, punzante.

La hija de La Imbatible comprimió la mandíbula con fuerza, haciendo rechinar sus dientes. Ella sí que no había cambiado lo más mínimo, puesto que su lengua seguía siendo tan viperina como de costumbre. No obstante, decidió hacer oídos sordos a sus provocaciones, consciente de que no merecía la pena entrar en su juego.

—¿Acaso esto te divierte? —impugnó Drasil con una ceja arqueada. Pese a que su vista estaba clavada en Liska, sus demás sentidos no perdían detalle de lo que sucedía en derredor—. ¿Te parece gracioso haber tenido que llegar a estos extremos? —Realizó un ademán con su mano hábil, haciendo referencia a la contienda.

La mayor hizo un mohín con la boca, hastiada.

—Tú y tus moralismos... Veo que hay cosas que nunca cambian —manifestó con frivolidad—. Lucháis por una causa perdida. No tenéis ninguna posibilidad contra nuestro ejército. —Ahora fue el turno de ella de señalar a su alrededor—. Si fuerais inteligentes, os rendiríais y suplicaríais clemencia.

Drasil rio con desgana.

—¿Suplicar clemencia a quién? ¿A Harald? ¿A Ivar? —Negó con la cabeza, vehemente—. Uno es un traidor que vendería hasta a su propia madre con tal de conseguir lo que se propone y el otro es un maldito desquiciado... Prefiero morir antes que hincar la rodilla ante cualquiera de los dos —declaró, alzando la voz para que su interlocutora pudiera escucharla por encima del barullo. Sus oídos ya se habían acostumbrado a los gritos, a los llantos y al choque del acero contra el acero, pero eso no significaba que no sintiera un dolor punzante en las sienes.

Liska compuso una mueca desdeñosa. Sus manos parecieron apretar con más fuerza sus armas, como si aquellas palabras hubiesen surtido algún tipo de efecto en ella. Incluso su mirada había cambiado, tornándose huraña y... letal.

—Que así sea —articuló la pelirroja, justo antes de echar a correr hacia ella.

—Que así sea —articuló la pelirroja, justo antes de echar a correr hacia ella

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